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OFICIO DE LECTURA

INVITATORIO


Si ésta es la primera oración del día:

V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza

Se añade el Salmo del Invitatorio con la siguiente antífona:
 
Ant. Venid, adoremos a Cristo, Pastor supremo.

Si antes se ha rezado ya alguna otra Hora:
 
V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.



Himno: PUERTA DE DIOS EN EL REDIL HUMANO

Puerta de Dios en el redil humano
fue Cristo, el buen Pastor que al mundo vino,
glorioso va delante del rebaño,
guiando su marchar por buen camino.

Madero de la cruz es su cayado,
su voz es la verdad que a todos llama,
su amor es el del Padre, que le ha dado
Espíritu de Dios, que a todos ama.

Pastores del Señor son sus ungidos,
nuevos cristos de Dios, son enviados
a los pueblos del mundo redimidos;
del único Pastor siervos amados.

La cruz de su Señor es su cayado,
la voz de la verdad es su llamada,
los pastos de su amor, fecundo prado,
son vida del Señor que nos es dada. Amén.

SALMODIA

Ant 1. Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios.

Salmo 102 I - HIMNO A LA MISERICORDIA DE DIOS

Bendice, alma mía, al Señor,
y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios.

Él perdona todas tus culpas
y cura todas tus enfermedades;
él rescata tu vida de la fosa
y te colma de gracia y de ternura;
él sacia de bienes tus anhelos,
y como un águila se renueva tu juventud.

El Señor hace justicia
y defiende a todos los oprimidos;
enseñó sus caminos a Moisés
y sus hazañas a los hijos de Israel.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios.

Ant 2. Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles.

Salmo 102 II

El Señor es compasivo y misericordioso,
lento a la ira y rico en clemencia;
no está siempre acusando
ni guarda rencor perpetuo;
no nos trata como merecen nuestros pecados
ni nos paga según nuestras culpas.

Como se levanta el cielo sobre la tierra,
se levanta su bondad sobre sus fieles;
como dista el oriente del ocaso,
así aleja de nosotros nuestros delitos.

Como un padre siente ternura por sus hijos,
siente el Señor ternura por sus fieles;
porque él sabe de qué estamos hechos,
se acuerda de que somos barro.

Los días del hombre duran lo que la hierba,
florecen como flor del campo,
que el viento la roza, y ya no existe,
su terreno no volverá a verla.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles.

Ant 3. Bendecid al Señor, todas sus obras.

Salmo 102 III

Pero la misericordia del Señor dura siempre,
su justicia pasa de hijos a nietos:
para los que guardan la alianza
y recitan y cumplen sus mandatos.

El Señor puso en el cielo su trono,
su soberanía gobierna el universo.
Bendecid al Señor, ángeles suyos,
poderosos ejecutores de sus órdenes,
prontos a la voz de su palabra.

Bendecid al Señor, ejércitos suyos,
servidores que cumplís sus deseos.
Bendecid al Señor, todas sus obras,
en todo lugar de su imperio.

Bendice, alma mía, al Señor.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Bendecid al Señor, todas sus obras.

V. Ábreme, Señor, los ojos.
R. Y contemplaré las maravillas de tu voluntad.


PRIMERA LECTURA

Del primer libro de las Crónicas 22, 5-19

DAVID PREPARA LA CONSTRUCCIÓN DEL TEMPLO

En aquellos días, dijo David:

«Mi hijo Salomón es todavía jóven y débil, y la casa que ha de edificarse para el Señor debe ser grandiosa sobre toda ponderación, para tener nombre y gloria en todos los países. Así que le haré yo los preparativos.»

Hizo David, en efecto, grandes preparativos antes de su muerte. Después llamó a su hijo Salomón y le mandó que edificase una casa para el Señor, el Dios de Israel. Dijo David a Salomón:

«Hijo mío, yo había deseado edificar una casa al nombre del Señor, mi Dios. Pero me fue dirigida la palabra del Señor que me dijo: "Tú has derramado mucha sangre y hecho grandes guerras; no podrás edificar tú la casa a mi nombre, porque has derramado en tierra mucha, sangre delante de mí. Mira que te va a nacer un hijo, que será hombre de paz; le concederé paz con todos sus enemigos en derredor, porque Salomón será su nombre y en sus días concederé paz y tranquilidad a Israel. Él edificará una casa a mi nombre; él será para mí un hijo y yo seré para él un padre y consolidaré el trono de su reino sobre Israel para siempre."

Ahora, pues, hijo mío, que el Señor esté contigo, para que logres edificar la casa del Señor tu Dios, como él de ti lo ha predicho. Quiera el Señor concederte prudencia y entendimiento cuando te constituya sobre Israel, para que guardes la ley del Señor tu Dios. No prosperarás si no cuidas de cumplir los decretos y las normas que el Señor ha prescrito a Moisés para Israel. ¡Sé fuerte y ten buen ánimo! ¡No temas ni desmayes! Mira lo que yo he preparado en mi pequeñez para la casa del Señor: cien mil talentos de oro, un millón de talentos de plata y una cantidad de cobre y de hierro incalculable por su abundancia. He preparado también maderas y piedras que tú podrás aumentar. Y tienes a mano muchos obreros, canteros, artesanos en piedra y en madera, expertos en toda clase de obras. El oro, la plata, el bronce y el hierro son sin número. ¡Levántate, pues! Manos a la obra y que el Señor esté contigo.»

Mandó David a todos los jefes de Israel que ayudasen a su hijo Salomón:

«¿No está con vosotros el Señor vuestro Dios? ¿Y no os ha dado paz por todos lados? Pues él ha entregado en mis manos a los habitantes del país, y el país está sujeto ante el Señor y ante su pueblo. Aplicad ahora vuestro corazón y vuestra alma a buscar al Señor vuestro Dios.

Levantaos y edificad el santuario del Señor Dios, para trasladar el arca de la alianza del Señor y los utensilios del santuario de Dios a la casa que ha de edificarse al nombre del Señor.»

RESPONSORIO    1Cro 22, 19; Sal 131, 7; Is 56, 7

R. Aplicad vuestro corazón y vuestra alma a buscar al Señor; levantaos y edificad el santuario del Señor Dios. * Entremos en su morada, postrémonos ante el estrado de sus pies.
V. Esto dice el Señor: «Mi casa es casa de oración y así la llamarán todos los pueblos.»
R. Entremos en su morada, postrémonos ante el estrado de sus pies.

SEGUNDA LECTURA

Del decreto Presbyterórum órdinis, sobre el ministerio y vida de los presbíteros, del Concilio Vaticano segundo.
(Núm. 12)

VOCACIÓN DE LOS PRESBÍTEROS A LA PERFECCIÓN

Por el Sacramento del Orden, los presbíteros se configuran a Cristo Sacerdote, como miembros con la Cabeza, para la estructuración y edificación de todo su Cuerpo, que es la Iglesia, como cooperadores del orden episcopal. Ya en la consagración del bautismo, como todos los fieles cristianos, recibieron ciertamente la señal y el don de tan gran vocación y gracia para sentirse capaces y obligados, en la misma debilidad humana, a seguir la perfección, según la palabra del Señor: Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto.

Los sacerdotes están obligados especialmente a adquirir aquella perfección, puesto que, consagrados de una forma nueva a Dios en la recepción del Orden, se constituyen en instrumentos vivos del Sacerdote Eterno para poder proseguir, a través del tiempo, su obra admirable, que restauró, con divina eficacia, a todo el género humano.

Siendo, pues, que todo sacerdote representa a su modo la persona del mismo Cristo, tiene también la gracia singular de, al mismo tiempo que sirve a la plebe encomendada y a todo el pueblo de Dios, poder conseguir más aptamente la perfección de aquel cuya función representa, y de que sane la debilidad de la carne humana la santidad de quien es hecho por nosotros Pontífice santo, sin maldad, sin mancha, excluído del número de los pecadores.

Cristo, a quien el Padre santificó o consagró y envió al mundo, se entregó por nosotros para rescatarnos de toda iniquidad y adquirirse un pueblo propio y aceptable, celador de obras buenas, y así, por su pasión, entró en su gloria; del mismo modo, los presbíteros, consagrados por la unción del Espíritu Santo, y enviados por Cristo, mortifican en sí mismos las tendencias de la carne y se entregan totalmente al servicio de los hombres, y de esta forma pueden caminar hacia el varón perfecto, en la santidad con que han sido enriquecidos en Cristo.

Así, pues, ejerciendo el ministerio del Espíritu y de la justicia, se fortalecen en la vida del Espíritu, con tal que sean dóciles al Espíritu de Cristo, que los vivifica y conduce. Pues ellos se ordenan a la perfección de la vida por las mismas acciones sagradas que realizan cada día, como por todo su ministerio, que desarrollan en unión con el obispo y con los demás presbíteros.

Mas la santidad de los presbíteros contribuye poderosamente al cumplimiento fructuoso del propio ministerio, porque, aunque la gracia de Dios puede realizar la obra de la salvación también por medio de ministros indignos, sin embargo, Dios prefiere, por ley ordinaria, manifestar sus maravillas por medio de quienes, hechos más dóciles al impulso y guía del Espíritu Santo, por su íntima unión con Cristo y su santidad de vida, pueden decir con el apóstol: Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí.

RESPONSORIO    1Ts 2, 8; Ga 4, 19

R. Queríamos daros no sólo el Evangelio de Dios, sino incluso nuestro propio ser, * porque habíais llegado a sernos muy queridos.
V. ¡Hijos míos!, por quienes sufro de nuevo dolores de parto, hasta ver a Cristo formado en vosotros.
R. Porque habíais llegado a sernos muy queridos.

ORACIÓN.

OREMOS,
Señor, que, por medio del presbítero san Francisco Solano, llevaste a muchos pueblos de América al seno de la Iglesia, por sus méritos e intercesión, míranos con bondad y atrae hacia ti a los pueblos que aún no te conocen. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén

CONCLUSIÓN

V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.

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