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OFICIO DE LECTURA

INVITATORIO


Si ésta es la primera oración del día:

V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza

Se añade el Salmo del Invitatorio con la siguiente antífona:
 
Ant. A Cristo, el Señor, que por nosotros fue tentado y por nosotros murió, venid, adorémosle.

Si antes se ha rezado ya alguna otra Hora:
 
V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.



Himno: ¡OH REDENTOR, OH CRISTO!

¡Oh Redentor, oh Cristo,
Señor del universo,
víctima y sacerdote,
sacerdote y cordero!

Para pagar la deuda
que nos cerraba el cielo,
tomaste entre tus manos
la hostia de tu cuerpo
y ofreciste tu sangre
en el cáliz del pecho:
altar blando, tu carne;
altar duro, un madero.

¡Oh Cristo Sacerdote,
hostia a la vez y templo!
Nunca estuvo la vida
de la muerte tan dentro,
nunca abrió tan terribles
el amor sus veneros.

El pecado del hombre,
tan huérfano del cielo,
se hizo perdón de sangre
y gracia de tu cuerpo. Amén.

SALMODIA

Ant 1. Levántate, Señor, y ven en mi auxilio.

Salmo 34, 1-2. 3c. 9-19. 22-24a. 27-28 - I - SÚPLICA CONTRA LOS PERSEGUIDORES INJUSTOS

Pelea, Señor, contra los que me atacan,
guerrea contra los que me hacen guerra;
empuña el escudo y la adarga,
levántate y ven en mi auxilio;
di a mi alma:
«Yo soy tu victoria.»

Y yo me alegraré con el Señor,
gozando de su victoria;
todo mi ser proclamará:
«Señor, ¿quién como tú,
que defiendes al débil del poderoso,
al pobre y humilde del explotador?»

Se presentaban testigos violentos:
me acusaban de cosas que ni sabía,
me pagaban mal por bien,
dejándome desamparado.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Levántate, Señor, y ven en mi auxilio.

Ant 2. Juzga, Señor, y defiende mi causa, tú que eres poderoso.

Salmo 34, II

Yo, en cambio, cuando estaban enfermos,
me vestía de saco,
me mortificaba con ayunos
y desde dentro repetía mi oración.

Como por un amigo o por un hermano,
andaba triste,
cabizbajo y sombrío,
como quien llora a su madre.

Pero, cuando yo tropecé, se alegraron,
se juntaron contra mí
y me golpearon por sorpresa;

me laceraban sin cesar,
cruelmente se burlaban de mí,
rechinando los dientes de odio.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Juzga, Señor, y defiende mi causa, tú que eres poderoso.

Ant 3. Mi lengua anunciará tu justicia, todos los días te alabaré, Señor.

Salmo 34, III

Señor, ¿cuándo vas a mirarlo?
Defiende mi vida de los que rugen,
mi único bien, de los leones,

y te daré gracias en la gran asamblea,
te alabaré entre la multitud del pueblo.

Que no canten victoria mis enemigos traidores,
que no se hagan guiños a mi costa
los que me odian sin razón.

Señor, tú lo has visto, no te calles;
Señor, no te quedes a distancia;
despierta, levántate, Dios mío;
Señor mío, defiende mi causa.
Júzgame tú según tu justicia.

Que canten y se alegren
los que desean mi victoria;
que repitan siempre: «Grande es el Señor»,
los que desean la paz a tu siervo.

Mi lengua anunciará tu justicia,
todos los días te alabaré.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Mi lengua anunciará tu justicia, todos los días te alabaré, Señor.

V. Convertíos al Señor, vuestro Dios.
R. Porque es compasivo y misericordioso.


PRIMERA LECTURA

Del libro de los Números 22, 1-8b. 20-35

BALAAM SE PONE EN CAMINO PARA MALDECIR A ISRAEL

En aquellos días, los israelitas siguieron adelante y acamparon en la estepa de Moab, al otro lado del Jordán, frente a Jericó. Balac, hijo de Sipor, vio cómo había tratado Israel a los amorreos, y Moab tuvo miedo de aquel pueblo tan numeroso; Moab tembló ante los israelitas. Y dijo a los ancianos de Madián:

«Esa horda va a apacentarse en nuestra comarca como un buey que pace la hierba de la pradera.»

Balac, hijo de Sipor, era entonces rey de Moab. Y despachó correos a Balaam, hijo de Beor, que habitaba en Petor, junto al Éufrates, en tierra de amonitas, para que lo llamaran, diciéndole:

«Ha salido de Egipto un pueblo que cubre la superficie de la tierra, y se ha establecido frente a nosotros. Ven, por favor, a maldecirme a ese pueblo, que me excede en número, a ver si logro derrotarlo y expulsarlo de la región. Pues sé que el que tú bendices queda bendecido y el que tú maldices queda maldecido.»

Los ancianos de Moab y de Madián fueron con el precio del conjuro a donde estaba Balaam y le transmitieron el mensaje de Balac. Él les dijo:

«Dormid esta noche aquí y os comunicaré lo que el Señor me diga.»

Los jefes de Moab se quedaron con Balaam. Dios vino de noche a donde estaba Balaam y le dijo:

«Ya que esos hombres han venido a llamarte, levántate y vete con ellos; pero harás lo que yo te diga.»

Balaam se levantó de mañana, aparejó la borrica y se fue con los jefes de Moab. Al verlo ir, se encendió la ira de Dios, y el ángel del Señor se plantó en el camino haciéndole frente. Él iba montado en la borrica, acompañado de dos criados. La borrica, al ver al ángel del Señor plantado en el camino, con la espada desenvainada en la mano, se desvió del camino y tiró por el campo. Pero Balaam le dio de palos para volverla al camino.

El ángel del Señor se colocó en un paso estrecho, entre viñas, con dos cercas a ambos lados. La borrica, al ver al ángel del Señor, se arrimó a la cerca, pillándole la Pierna a Balaam contra la tapia. Él la volvió a golpear. El ángel del Señor se adelantó y se colocó en un paso angosto, que no permitía desviarse ni a derecha ni a izquierda. Al ver la borrica al ángel del Señor, se tumbó debajo de Balaam. Él, enfurecido, se puso a golpearla. El Señor abrió la boca a la borrica y ésta dijo a Balaam:

«¿Qué te he hecho para que me apalees por tercera vez?»

Contestó Balaam:

«Porque te burlas de mí. Si tuviera a mano un puñal, ahora mismo te mataría.»

Dijo la borrica:

«¿No soy yo tu borrica, en la que montas desde hace tiempo? ¿Me solía portar contigo así?»

Contestó él:

«No.»

Entonces el Señor abrió los ojos a Balaam, y éste vio al ángel del Señor plantado en el camino con la espada desenvainada en la mano, e inclinándose se postró en tierra. El ángel del Señor le dijo:

«¿Por qué golpeas a tu burra por tercera vez? Yo he salido a hacerte frente, porque sigues un mal camino. La borrica me vio y se apartó de mí tres veces. Si no se hubiera apartado, ya te habría matado yo a ti, dejándola viva a ella.»

Balaam respondió al ángel del Señor:

«He pecado, porque no sabía que estabas en el camino, frente a mí. Pero ahora, si te parece mal mi viaje, me vuelvo a casa.»

El ángel del Señor respondió a Balaam:

«Vete con esos hombres; pero dirás únicamente lo que yo te diga.»

Y Balaam prosiguió con los ministros de Balac.

RESPONSORIO    Ez 13, 9. 3

R. Extenderé mi mano contra los profetas y visionarios falsos y adivinos de embustes; * no tomarán parte en la asamblea de mi pueblo, ni serán inscritos en el censo de la casa de Israel.
V. ¡Ay de los profetas necios que se inventan profecías, cosas que nunca vieron, siguiendo su inspiración!
R. No tomarán parte en la asamblea de mi pueblo, ni serán inscritos en el censo de la casa de Israel.

SEGUNDA LECTURA

Del Tratado de san Fulgencio de Ruspe, obispo, Sobre la fe a Pedro
(Cap. 22, 62: CCL 91 A, 726. 750-751)

SE ENTREGÓ POR NOSOTROS

Los sacrificios de víctimas carnales, que la Santísima Trinidad, el mismo y único Dios del antiguo y del nuevo Testamento, había mandado a nuestros padres que le fueran ofrecidos, significaban la agradabilísima ofrenda de aquel sacrificio en el cual el Hijo de Dios había de ofrecerse misericordiosamente según la carne, él solo, por nosotros.

Él, en efecto, como nos enseña el Apóstol, se entregó por nosotros a Dios como oblación de suave fragancia. Él es el verdadero Dios y el verdadero sumo sacerdote, que por nosotros penetró una sola vez en el santuario, no con la sangre de toros o de machos cabríos, sino con su propia sangre. Esto es lo que significaba el sumo sacerdote del antiguo Testamento cuando entraba con la sangre de las víctimas, una vez al año, en el santuario.

Él es, por tanto, el que manifestó en su sola persona todo lo que sabía que era necesario para nuestra redención; él mismo fue sacerdote y sacrificio, Dios y templo; sacerdote por quien fuimos absueltos, sacrificio con el que fuimos perdonados, templo en el que fuimos purificados, Dios con el que fuimos reconciliados. Pero él fue sacerdote, sacrificio y templo sólo en su condición de Dios unido a la naturaleza de siervo; no en su condición divina sola, porque bajo este aspecto todo es común con el Padre y el Espíritu Santo.

Debemos, pues, retener firmemente y sin asomo de duda que el mismo Hijo único de Dios, la Palabra hecha carne, se ofreció por nosotros a Dios en oblación y sacrificio de agradable olor; el mismo al que, junto con el Padre y el Espíritu Santo, los patriarcas, profetas y sacerdotes del antiguo Testamento sacrificaban animales; el mismo al que ahora, en el nuevo Testamento, junto con el Padre y el Espíritu Santo, con los que es un solo Dios, la santa Iglesia católica no cesa de ofrecerle, en la fe y la caridad, por todo el orbe de la tierra, el sacrificio de pan y vino.

Aquellas víctimas carnales significaban la carne de Cristo, que él, libre de pecado, había de ofrecer por nuestros pecados, y la sangre que para el perdón de ellos había de derramar; pero en este sacrificio se halla la acción de gracias y el memorial de la carne de Cristo, que él ofreció por nosotros, y de la sangre, que el mismo Dios derramó por nosotros. Acerca de lo cual dice san Pablo en los Hechos de los apóstoles: Tened cuidado de vosotros y del rebaño que el Espíritu Santo os ha encargado guardar, como pastores de la Iglesia de Dios, que él adquirió con la sangre de su Hijo.

Por tanto, los antiguos sacrificios eran figura y signo de lo que se nos daría en el futuro; pero en este sacrificio se nos muestra de modo evidente lo que ya nos ha sido dado.

Los sacrificios antiguos anunciaban por anticipado que el Hijo de Dios sería muerto en favor de los impíos; pero en este sacrificio se anuncia ya realizada esta muerte, como lo atestigua el Apóstol, al decir: Cuando estábamos nosotros todavía sumidos en la impotencia del pecado, murió Cristo por los pecadores, en el tiempo prefijado por el Padre; y añade: Siendo enemigos, hemos sido reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo.

RESPONSORIO    Cf. Col 1, 21-22; Rm 3,25

R. A vosotros, que antes estabais enajenados y enemigos en vuestra mente por las obras malas, ahora Dios os ha reconciliado en el cuerpo de carne de Cristo mediante la muerte, * presentándoos ante él como santos sin mancha y sin falta.
V. Dios ha propuesto a Cristo como instrumento de propiciación, por su propia sangre y mediante la fe.
R. Presentándoos ante él como santos sin mancha y sin falta.

ORACIÓN.

OREMOS,
Perdona, Señor, las culpas que hemos cometido a causa de nuestra debilidad y, por tu misericordia, líbranos de la esclavitud en que nos tienen cautivos nuestros pecados. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén

CONCLUSIÓN

V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.

Of La Tr Sx Nn Vs Cm