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OFICIO DE LECTURA

INVITATORIO


Si ésta es la primera oración del día:

V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza

Se añade el Salmo del Invitatorio con la siguiente antífona:
 
Ant. Aclamemos al Señor, en esta fiesta de san Bernardo.

Si antes se ha rezado ya alguna otra Hora:
 
V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.



Himno: DICHOSOS LOS QUE, OYENDO LA LLAMADA

Dichosos los que, oyendo la llamada
de la fe y del amor en vuestra vida,
creísteis que la vida os era dada
para darla en amor y con fe viva.

Dichosos, si abrazasteis la pobreza
para llenar de Dios vuestras alforjas,
para servirle a él con fortaleza,
con gozo y con amor a todas horas.

Dichosos mensajeros de verdades,
que fuisteis por caminos de la tierra,
predicando bondad contra maldades,
pregonando la paz contra las guerras.

Dichosos, del amor dispensadores,
dichosos, de los tristes el consuelo,
dichosos, de los hombres servidores,
dichosos, herederos de los cielos. Amén.

SALMODIA

Ant 1. No fue su brazo el que les dio la victoria, sino tu diestra y la luz de tu rostro.

Salmo 43 I ORACIÓN DEL PUEBLO DE DIOS QUE SUFRE ENTREGADO A SUS ENEMIGOS

¡Oh Dios!, nuestros oídos lo oyeron,
nuestros padres nos lo han contado:
la obra que realizaste en sus días,
en los años remotos.

Tú mismo, con tu mano, desposeíste a los gentiles,
y los plantaste a ellos;
trituraste a las naciones,
y los hiciste crecer a ellos.

Porque no fue su espada la que ocupó la tierra,
ni su brazo el que les dio la victoria;
sino tu diestra y tu brazo y la luz de tu rostro,
porque tú los amabas.

Mi rey y mi Dios eres tú,
que das la victoria a Jacob:
con tu auxilio embestimos al enemigo,
en tu nombre pisoteamos al agresor.

Pues yo no confío en mi arco,
ni mi espada me da la victoria;
tú nos das la victoria sobre el enemigo
y derrotas a nuestros adversarios.

Dios ha sido siempre nuestro orgullo,
y siempre damos gracias a tu nombre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. No fue su brazo el que les dio la victoria, sino tu diestra y la luz de tu rostro.

Ant 2. No apartará el Señor su rostro de vosotros, si os convertís a él.

Salmo 43 II

Ahora, en cambio, nos rechazas y nos avergüenzas,
y ya no sales, Señor, con nuestras tropas:
nos haces retroceder ante el enemigo,
y nuestro adversario nos saquea.

Nos entregas como ovejas a la matanza
y nos has dispersado por las naciones;
vendes a tu pueblo por nada,
no lo tasas muy alto.

Nos haces el escarnio de nuestros vecinos,
irrisión y burla de los que nos rodean;
nos has hecho el refrán de los gentiles,
nos hacen muecas las naciones.

Tengo siempre delante mi deshonra,
y la vergüenza me cubre la cara
al oír insultos e injurias,
al ver a mi rival y a mi enemigo.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. No apartará el Señor su rostro de vosotros, si os convertís a él.

Ant 3. Levántate, Señor, no nos rechaces más.

Salmo 43 III

Todo esto nos viene encima,
sin haberte olvidado
ni haber violado tu alianza,
sin que se volviera atrás nuestro corazón
ni se desviaran de tu camino nuestros pasos;
y tú nos arrojaste a un lugar de chacales
y nos cubriste de tinieblas.

Si hubiéramos olvidado el nombre de nuestro Dios
y extendido las manos a un dios extraño,
el Señor lo habría averiguado,
pues él penetra los secretos del corazón.

Por tu causa nos degüellan cada día,
nos tratan como a ovejas de matanza.
Despierta, Señor, ¿por qué duermes?
Levántate, no nos rechaces más.
¿Por qué nos escondes tu rostro
y olvidas nuestra desgracia y opresión?

Nuestro aliento se hunde en el polvo,
nuestro vientre está pegado al suelo.
Levántate a socorrernos,
redímenos por tu misericordia.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Levántate, Señor, no nos rechaces más.

V. Haz brillar tu rostro, Señor, sobre tu siervo.
R. Enséñame tus leyes.


PRIMERA LECTURA

Del libro del Qohelet 7, 1-30a

NO SEPAS MAS DE LO QUE NECESITES

¿Quién puede saber lo que conviene al hombre en su vida, durante los días contados de su vano vivir, que él los vive como una sombra? Y ¿quién indicará al hombre lo que sucederá después de él bajo el sol?

Más vale el buen nombre que el óleo perfumado; y el día de la muerte más que el día del nacimiento. Más vale ir a casa de luto que a casa de festín, porque aquél es el fin de todo hombre y, con ello, el que vive reflexiona. Más vale llorar que reír, pues tras una cara triste hay un corazón feliz. El corazón de los sabios está en la casa del luto, mientras que el corazón de los necios en la casa del festín.

Más vale oír reproche de sabio que alabanza de necios. Porque como crepitar de zarzas bajo la olla, así es el reír del necio: y también esto es vanidad. El halago atonta al sabio; y el regalo pervierte el corazón. Mejor es el fin de una cosa que su principio. Más vale el paciente que el soberbio.

No te dejes llevar del enojo, pues el enojo reside en el pecho de los necios. No digas: «¿Cómo es que el tiempo pasado fue mejor que el presente?», pues no es de sabios preguntar sobre ello. Tan buena es la sabiduría como la hacienda, y aprovecha a los que ven el sol. Porque la sabiduría protege como el dinero, pero el saber lo aventaja en que hace vivir al que lo posee.

Mira la obra de Dios: ¿quién podrá enderezar lo que él torció? Alégrate en el día feliz, y en el día desgraciado considera que, tanto uno como otro, Dios los hace para que el hombre nada descubra de su porvenir. En mi vano vivir, de todo he visto: justos perecer en su justicia e impíos envejecer en su iniquidad. No quieras ser justo en demasía ni te vuelvas sabio con exceso. ¿Para qué destruirte? No quieras ser demasiado impío ni te hagas el insensato. ¿A qué morir antes de tiempo? Bueno es que mantengas asida una cosa, sin dejar otra de la mano, porque el temeroso de Dios con todo ello se sale.

La sabiduría da más fuerza al sabio que diez poderosos que haya en la ciudad. Cierto es que no hay ningún justo en la tierra que haga el bien sin nunca pecar. Tampoco hagas caso de todo lo que se dice, para que no oigas que tu siervo te denigra. Que tu corazón bien sabe cuántas veces también tú has denigrado a otros.

Todo esto lo intenté con la sabiduría. Dije: «Seré sabio.» Pero eso estaba lejos de mí. Lejos quedó lo que estaba lejos, y profundo lo que estaba profundo: ¿quién lo alcanzará?
He aplicado mi corazón a explorar y a buscar sabiduría y razón, a reconocer la maldad como una necedad, y la necedad como una locura. He hallado que la mujer es más amarga que la muerte, porque ella es como una red, su corazón como un lazo y sus brazos como cadenas. El que agrada a Dios se libra de ella, mas el pecador cae en su trampa.

Esto es lo que he hallado —dice el Qohelet— tratando de razonar, caso por caso; aunque he seguido buscando, nada más he hallado. Un hombre entre mil, sí que lo hallo; pero mujer entre todas ellas, no la encuentro. Mira, lo que hallé fue sólo eso: Dios hizo sencillo al hombre, pero él se complicó con muchas razones.

RESPONSORIO    Pr 20, 9; Qo 7, 21; 1Jn 1, 8. 9

R. ¿Quién se atreverá a decir: «Tengo la conciencia limpia, estoy libre de pecado»? * Pues no hay ningún justo en la tierra que haga el bien sin nunca pecar.
V. Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos; pero si confesamos nuestros pecados, fiel y bondadoso es Dios para perdonarnos y purificarnos de toda iniquidad.
R. Pues no hay ningún justo en la tierra que haga el bien sin nunca pecar.

SEGUNDA LECTURA

De los Sermones de san Bernardo, abad, sobre el Cantar de los cantares
(Sermón 83, 4-6: Opera omnia, edición cisterciense, 2 [1958], 300-302)

AMO PORQUE AMO, AMO POR AMAR

El amor basta por sí solo, satisface por sí solo y por causa de sí. Su mérito y su premio se identifican con él mismo. El amor no requiere otro motivo fuera de él mismo, ni tampoco ningún provecho; su fruto consiste en su misma práctica. Amo porque amo, amo por amar. Gran cosa es el amor, con tal de que recurra a su principio y origen, con tal de que vuelva siempre a su fuente y sea una continua emanación de la misma. Entre todas las mociones, sentimientos y afectos del alma, el amor es lo único con que la creatura puede corresponder a su Creador, aunque en un grado muy inferior, lo único con que puede restituirle algo semejante a lo que él le da. En efecto, cuando Dios ama, lo único que quiere es ser amado: si él ama, es para que nosotros lo amemos a él, sabiendo que el amor mismo hace felices a los que se aman entre sí.

El amor del Esposo, mejor dicho, el Esposo que es amor, sólo quiere a cambio amor y fidelidad. No se resista, pues, la amada en corresponder a su amor. ¿Puede la esposa dejar de amar, tratándose además de la esposa del Amor en persona? ¿Puede no ser amado el que es el Amor por esencia?

Con razón renuncia a cualquier otro afecto y se entrega de un modo total y exclusivo al amor el alma consciente de que la manera de responder al amor es amar ella a su vez. Porque, aunque se vuelque toda ella en el amor, ¿qué es ello en comparación con el manantial perenne de este amor? No manan con la misma abundancia el que ama y el que es el Amor por esencia, el alma y el Verbo, la esposa y el Esposo, el Creador y la creatura; hay la misma disparidad entre ellos que entre el sediento y la fuente.

Según esto, ¿no tendrá ningún valor ni eficacia el deseo nupcial, el anhelo del que suspira, el ardor del que ama, la seguridad del que confía, por el hecho de que no puede correr a la par con un gigante, de que no puede competir en dulzura con la miel, en mansedumbre con el cordero, en blancura con el lirio, en claridad con el sol, en amor con aquel que es el amor mismo? De ninguna manera. Porque, aunque la creatura, por ser inferior, ama menos, con todo, si ama con todo su ser, nada falta a su amor, porque pone en juego toda su facultad de amar. Por ello, este amor total equivale a las bodas místicas, porque es imposible que el que así ama sea poco amado, y en esta doble correspondencia de amor consiste el auténtico y perfecto matrimonio. Siempre en el caso de que se tenga por cierto que el Verbo es el primero en amar al alma, y que la ama con mayor intensidad.

RESPONSORIO    Sal 30, 20; 35, 9

R. ¡Qué bondad tan grande, Señor, * reservas para tus fieles!
V. Se nutren de lo sabroso de tu casa, les das a beber del torrente de tus delicias.
R. Lo reservas para tus fieles.

ORACIÓN.

OREMOS,
Dios nuestro, que hiciste que el abad san Bernardo, encendido en el celo de tu casa, no sólo ardiera en tu amor, sino que resplandeciera en tu Iglesia para iluminarla, concédenos, por su intercesión, que, animados de ese mismo espíritu, vivamos siempre como hijos de la luz. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén

CONCLUSIÓN

V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.

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