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OFICIO DE LECTURA

INVITATORIO


Si ésta es la primera oración del día:

V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza

Se añade el Salmo del Invitatorio con la siguiente antífona:
 
Ant. Venid, adoremos a Cristo, Pastor supremo.

Si antes se ha rezado ya alguna otra Hora:
 
V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.



Himno: PUERTA DE DIOS EN EL REDIL HUMANO

Puerta de Dios en el redil humano
fue Cristo, el buen Pastor que al mundo vino,
glorioso va delante del rebaño,
guiando su marchar por buen camino.

Madero de la cruz es su cayado,
su voz es la verdad que a todos llama,
su amor es el del Padre, que le ha dado
Espíritu de Dios, que a todos ama.

Pastores del Señor son sus ungidos,
nuevos cristos de Dios, son enviados
a los pueblos del mundo redimidos;
del único Pastor siervos amados.

La cruz de su Señor es su cayado,
la voz de la verdad es su llamada,
los pastos de su amor, fecundo prado,
son vida del Señor que nos es dada. Amén.

SALMODIA

Ant 1. Dios mío, no te cierres a mi súplica, pues me turba la voz del enemigo.

Salmo 54, 2-15. 17-24 I - ORACIÓN ANTE LA TRAICIÓN DE UN AMIGO

Dios mío, escucha mi oración,
no te cierres a mi súplica;
hazme caso y respóndeme,
me agitan mis ansiedades.

Me turba la voz del enemigo,
los gritos del malvado:
descargan sobre mí calamidades
y me atacan con furia.

Se estremece mi corazón,
me sobrecoge un pavor mortal,
me asalta el temor y el terror,
me cubre el espanto,

y pienso: «¡Quién me diera alas de paloma
para volar y posarme!
Emigraría lejos,
habitaría en el desierto,

me pondría en seguida a salvo de la tormenta,
del huracán que devora, Señor;
del torrente de sus lenguas.»

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Dios mío, no te cierres a mi súplica, pues me turba la voz del enemigo.

Ant 2. El Señor nos librará del poder de nuestro enemigo y adversario.

Salmo 54, 2-15. 17-24 II

Violencia y discordia veo en la ciudad:
día y noche hacen la ronda
sobre las murallas;

en su recinto, crimen e injusticia;
dentro de ella, calamidades;
no se apartan de su plaza
la crueldad y el engaño.

Si mi enemigo me injuriase,
lo aguantaría;
si mi adversario se alzase contra mí,
me escondería de él;

pero eres tú, mi compañero,
mi amigo y confidente,
a quien me unía una dulce intimidad:
juntos íbamos entre el bullicio
por la casa de Dios.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El Señor nos librará del poder de nuestro enemigo y adversario.

Ant 3. Encomienda a Dios tus afanes, que él te sustentará.

Salmo 54, 2-15. 17-24 III

Pero yo invoco a Dios,
y el Señor me salva:
Por la tarde, en la mañana, al mediodía,
me quejo gimiendo.

Dios escucha mi voz:
su paz rescata mi alma
de la guerra que me hacen,
porque son muchos contra mí.

Dios me escucha, los humilla
el que reina desde siempre,
porque no quieren enmendarse
ni temen a Dios.

Levantan la mano contra su aliado,
violando los pactos;
su boca es más blanda que la manteca,
pero desean la guerra;
sus palabras son más suaves que el aceite,
pero son puñales.

Encomienda a Dios tus afanes,
que él te sustentará;
no permitirá jamás
que el justo caiga.

Tú, Dios mío, los harás bajar a ellos
a la fosa profunda.
Los traidores y sanguinarios
no cumplirán ni la mitad de sus años.
Pero yo confío en ti.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Encomienda a Dios tus afanes, que él te sustentará.

V. Hijo mío, haz caso de mi sabiduría.
R. Presta oído a mi inteligencia.


PRIMERA LECTURA

Del libro del Qohelet 8, 5-9, 10

CONSUELO DEL SABIO

El que guarda los mandamientos no experimenta el infortunio, y el corazón del sabio sabe el cuándo y el cómo. Porque todo asunto tiene su cuándo y su cómo. Pues es grande el peligro que acecha al hombre, ya que éste ignora lo que está por venir, pues lo que está por venir ¿quién va a anunciárselo? No es el hombre señor del viento. Tampoco tiene señorío sobre el día de la muerte, ni hay evasión en la agonía, ni libra la maldad a sus autores. Todo esto tengo visto al aplicar mi corazón a cuanto pasa bajo el sol, cuando el hombre domina al hombre para causarle el mal.

Por ejemplo, he visto a gente mala llevada a la tumba. Partieron del lugar santo, y se dio al olvido en la ciudad que hubiesen obrado de aquel modo.

¡Otro absurdo!: que no se ejecute en seguida la sentencia de la conducta del malo, con lo que el corazón de los humanos se llena de deseos de hacer el mal; que el pecador haga el mal cien veces, y se le den largas. Pues yo tenía entendido que les va bien a los temerosos de Dios, a aquellos que ante su rostro temen, y que no le va bien al malvado, ni alargará sus días como sombra el que no teme ante el rostro de Dios.

Pues bien, un absurdo se da en la tierra: hay justos a quienes les sucede cual corresponde a las obras de los malos, y malos a quienes sucede cual corresponde a las obras de los buenos. Digo que éste es otro absurdo.

Y yo por mí alabo la alegría, ya que otra cosa buena no existe para el hombre bajo el sol, si no es comer, beber y gozar; y eso es lo que le acompaña en sus trabajos, en los días de su vida que Dios le ha dado bajo el sol.

Cuanto más apliqué mi corazón a estudiar la sabiduría y a contemplar el ajetreo que se da sobre la tierra —pues ni de día ni de noche concilian los ojos el sueño—, fui viendo que el ser humano no puede descubrir todas las obras de Dios, las obras que se realizan bajo el sol. Por más que se afane el hombre en buscar, no las descubre, y el mismo sabio, aunque diga saberlo, no es capaz de descubrirlo.

Pues bien, a todo eso he aplicado mi corazón y todo lo he explorado, y he visto que los justos y los sabios y sus obras están en manos de Dios. Y ni de amor ni de odio saben los hombres nada; todo les resulta absurdo: como el que haya un destino común para todos, para el justo y para el malvado, el puro y el manchado, el que hace sacrificios y el que no los hace, así el bueno como el pecador, el que jura como el que se recata de jurar.

Eso es lo peor de todo cuanto pasa bajo el sol: que haya un destino común para todos, y así el corazón de los humanos está lleno de maldad y hay locura en sus corazones mientras viven, y después... ¡con los muertos! Mientras uno sigue unido a todos los vivientes hay algo seguro, pues vale más perro vivo que león muerto. Porque los vivos saben que han de morir, pero los muertos no saben nada, y no hay ya paga para ellos, pues se perdió su memoria. Tanto su amor, como su odio, como sus celos ha tiempo que perecieron, y no tomarán parte nunca jamás en todo lo que pasa bajo el sol.

Anda, come tu pan con alegría y bebe tu vino con alegre corazón, que Dios está ya contento con tus obras. Lleva en todo tiempo vestidos de alegría y no falte ungüento sobre tu cabeza. Goza de la vida con la mujer que amas, todo el espacio de tu vana existencia que se te ha dado bajo el sol, ya que tal es tu parte en la vida y en los afanes con que te afanas bajo el sol.

Cualquier cosa que esté a tu alcance el hacerla, hazla según tus fuerzas, porque no existirá obra, ni razones, ni ciencia, ni sabiduría en el sheol a donde te encaminas.

RESPONSORIO    1Co 2, 9-10; Qo 8, 17

R. Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni vino a la mente del hombre lo que Dios ha preparado para los que le aman. * Pero a nosotros Dios nos lo ha revelado por su Espíritu, pues el Espíritu todo lo penetra, hasta la profundidad de Dios.
V. El ser humano no puede descubrir todas las obras de Dios.
R. Pero a nosotros Dios nos lo ha revelado por su Espíritu, pues el Espíritu todo lo penetra, hasta la profundidad de Dios.

SEGUNDA LECTURA

De la Constitución apostólica Divino afflátu del papa san Pío décimo
(AAS 3 [1911], 633-635)

LA VOZ DE LA IGLESIA QUE RESUENA DULCEMENTE

Es un hecho demostrado que los salmos, compuestos por inspiración divina, cuya colección forma parte de las Sagradas Escrituras, ya desde los orígenes de la Iglesia sirvieron admirablemente para fomentar la piedad de los fieles, que ofrecían continuamente a Dios un sacrificio de alabanza, es decir, el tributo de los labios que van bendiciendo su nombre, y que además, por una costumbre heredada del antiguo Testamento, alcanzaron un lugar importante en la sagrada liturgia y en el Oficio divino. De ahí nació lo que san Basilio llama «la voz de la Iglesia», y la salmodia, calificada por nuestro antecesor Urbano octavo como «hija de la himnodia que se canta asiduamente ante el trono de Dios y del Cordero», y que, según el dicho de san Atanasio, enseña, sobre todo a las personas dedicadas al culto divino, «cómo hay que alabar a Dios y cuáles son las palabras más adecuadas» para ensalzarlo. Con relación a este tema, dice bellamente san Agustín: «Para que el hombre alabara dignamente a Dios, Dios se alabó a sí mismo; y, porque se dignó alabarse, por esto el hombre halló el modo de alabarlo.»

Los salmos tienen, además, una eficacia especial para suscitar en las almas el deseo de todas las virtudes. En efecto, «si bien es verdad que todas las partes de la Escritura, tanto del antiguo como del nuevo Testamento, están inspiradas por Dios y son útiles para instruir, según está escrito, sin embargo, el libro de los salmos, como el paraíso en el que se hallan (los frutos) de todos los demás (libros sagrados), prorrumpe en cánticos y, al salmodiar, pone de manifiesto sus propios frutos junto con aquellos otros.» Estas palabras son también de san Atanasio, quien añade asimismo: «A mi modo de ver, los salmos vienen a ser como un espejo, en el que quienes salmodian se contemplan a sí mismos y sus diversos sentimientos, y con esta sensación los recitan.» San Agustín dice en el libro de sus Confesiones: «¡Cuánto lloré con tus himnos y cánticos, conmovido intensamente por las voces de tu Iglesia que resonaba dulcemente! A medida que aquellas voces se infiltraban en mis oídos, la verdad se iba haciendo más clara en mi interior y me sentía inflamado en sentimientos de piedad, y corrían las lágrimas, que me hacían mucho bien.»

En efecto, ¿quién dejará de conmoverse ante aquellas frecuentes expresiones de los salmos en las que se ensalza de un modo tan elevado la inmensa majestad de Dios, su omnipotencia, su inefable justicia, su bondad o clemencia y todos sus demás infinitos atributos, dignos de alabanza? ¿En quién no encontrarán eco aquellos sentimientos de acción de gracias por los beneficios recibidos de Dios, o aquellas humildes y confiadas súplicas por los que se espera recibir, o aquellos lamentos del alma que llora sus pecados? ¿Quién no se sentirá inflamado de amor al descubrir la imagen esbozada de Cristo redentor, de quien san Agustín «oía la voz en todos los salmos, ora salmodiando, ora gimiendo, ora alegre por la esperanza, ora suspirando por la realidad»?

RESPONSORIO    1Ts 2, 4. 3

R. Así como hemos sido juzgados aptos por Dios para confiarnos el Evangelio, así lo predicamos. * No buscamos agradar a los hombres, sino a Dios.
V. Nuestra exhortación no procede del error, ni de la impureza, ni con engaño.
R. No buscamos agradar a los hombres, sino a Dios.

ORACIÓN.

OREMOS,
Dios todopoderoso y eterno, que, para defender la fe católica e instaurar todas las cosas en Cristo, colmaste al papa san Pío décimo de sabiduría divina y de fortaleza apostólica, concédenos que, dóciles a sus instrucciones y ejemplos, consigamos la recompensa eterna. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén

CONCLUSIÓN

V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.

Of La Tr Sx Nn Vs Cm