tamaño: A A A
OFICIO DE LECTURA

Si el Oficio de Lectura es la primera oración del día:

V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza

Se añade el Salmo del Invitatorio con la siguiente antífona:
 
Ant. Aclamemos al Señor, en esta fiesta de santa Mónica.

Si antes del Oficio de lectura se ha rezado ya alguna otra Hora:
 
V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.



Himno: DICHOSA LA MUJER QUE HA CONSERVADO

Dichosa la mujer que ha conservado,
en su regazo, con amor materno,
la palabra del Hijo que ha engendrado
en la vida de fe y de amor pleno.

Dichosas sois vosotras, que en la vida
hicisteis de la fe vuestra entereza,
vuestra gracia en la Gracia fue asumida,
maravilla de Dios y de belleza.

Dichosas sois vosotras, que supisteis
ser hijas del amor que Dios os daba,
y así, en la fe, madres de muchos fuisteis,
fecunda plenitud que nunca acaba.

No dejéis de ser madres, en la gloria,
de los hombres que luchan con anhelo,
ante Dios vuestro amor haga memoria
de los hijos que esperan ir al cielo. Amén.

SALMODIA

Ant 1. La promesa del Señor es escudo para los que a ella se acogen.

Salmo 17, 31-51 IV - EL SEÑOR REVELA SU PODER SALVADOR

Perfecto es el camino de Dios,
acendrada es la promesa del Señor;
él es escudo para los que a él se acogen.

¿Quién es dios fuera del Señor?
¿Qué roca hay fuera de nuestro Dios?
Dios me ciñe de valor
y me enseña un camino perfecto;

él me da pies de ciervo,
y me coloca en las alturas;
él adiestra mis manos para la guerra,
y mis brazos para tensar la ballesta.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. La promesa del Señor es escudo para los que a ella se acogen.

Ant 2. Tu diestra, Señor, me sostuvo.

Salmo 17 V

Me dejaste tu escudo protector,
tu diestra me sostuvo,
multiplicaste tus cuidados conmigo.
Ensanchaste el camino a mis pasos
y no flaquearon mis tobillos;

yo perseguía al enemigo hasta alcanzarlo;
y no me volvía sin haberlo aniquilado:
los derroté, y no pudieron rehacerse,
cayeron bajo mis pies.

Me ceñiste de valor para la lucha,
doblegaste a los que me resistían;
hiciste volver la espalda a mis enemigos,
rechazaste a mis adversarios.

Pedían auxilio, pero nadie los salvaba;
gritaban al Señor, pero no les respondía.
Los reduje a polvo, que arrebataba el viento;
los pisoteaba como barro de las calles.

Me libraste de las contiendas de mi pueblo,
me hiciste cabeza de naciones,
un pueblo extraño fue mi vasallo.

Los extranjeros me adulaban,
me escuchaban y me obedecían.
Los extranjeros palidecían
y salían temblando de sus baluartes.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Tu diestra, Señor, me sostuvo.

Ant 3. Viva el Señor, sea ensalzado mi Dios y Salvador.

Salmo 17 VI

Viva el Señor, bendita sea mi Roca,
sea ensalzado mi Dios y Salvador:
el Dios que me dió el desquite
y me sometió los pueblos;

que me libró de mis enemigos,
me levantó sobre los que resistían
y me salvó del hombre cruel.

Por eso te daré gracias entre las naciones, Señor,
y tañeré en honor de tu nombre:
tú diste gran victoria a tu rey,
tuviste misericordia de tu Ungido,
de David y su linaje por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Viva el Señor, sea ensalzado mi Dios y Salvador.

V. Ábreme, Señor, los ojos.
R. Y contemplaré las maravillas de tu voluntad.


PRIMERA LECTURA

De la primera carta a Timoteo 2, 1-15

EXHORTACIÓN A HACER PLEGARIAS UNIVERSALES

Hijo mío, Timoteo: Te recomiendo ante todo que se hagan plegarias, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres; por los reyes y por todos los constituidos en dignidad, para que gocemos de una vida tranquila y sosegada, en el temor de Dios y con dignidad humana.

Esto es hermoso y grato a los ojos de Dios, nuestro Salvador, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al pleno conocimiento de la verdad. Porque hay un solo Dios, y único es el mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también él, el cual se entregó a sí mismo como precio de rescate por todos. Éste es el testimonio que nos ha dado Dios a su tiempo; y para su promulgación me ha constituido mensajero y apóstol -digo la verdad, no miento- y maestro de los gentiles en la fe y en la verdad.

Así, pues, quiero que los hombres oren en todo lugar levantando al cielo las manos purificadas, limpias de ira y de altercados. Asimismo, que las mujeres se presenten en la asamblea con traje decoroso, arregladas con recato y sobriedad, sin peinados complicados, ni oro, ni joyas, ni suntuosos vestidos. Su ornato deben ser las buenas obras, como conviene a mujeres que hacen profesión de religiosidad. Durante la instrucción, las mujeres guarden silencio en actitud sumisa. No consiento que la mujer enseñe ni ejerza autoridad sobre el hombre; debe mantenerse en silencio. Fue Adán primero en ser creado, después Eva. Y no fue Adán el seducido, sino Eva, que una vez seducida incurrió en la transgresión. Pero la mujer se salvará por el cumplimiento de sus deberes maternales, si persevera en la fe, en el amor y en la santidad.

RESPONSORIO    1Tm 2, 5-6; Hb 2, 17

R. Hay un solo Dios, y único es el mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también él, * el cual se entregó a sí mismo como precio de rescate por todos.
V. Por eso debía ser semejante en todo a sus hermanos, para poderse apiadar de ellos.
R. El cual se entregó a sí mismo como precio de rescate por todos.

SEGUNDA LECTURA

De las Confesiones de san Agustín, obispo
(Libro 9, 10, 23—11, 28: CSEL 33, 215-219)

ALCANCEMOS LA SABIDURÍA ETERNA

Cuando ya se acercaba el día de su muerte —día por ti conocido, y que nosotros ignorábamos—, sucedió, por tus ocultos designios, como lo creo firmemente, que nos encontramos ella y yo solos, apoyados en una ventana que daba al jardín interior de la casa donde nos hospedábamos, allí en Ostia Tiberina, donde, apartados de la multitud, nos rehacíamos de la fatiga del largo viaje, próximos a embarcarnos. Hablábamos, pues, los dos solos, muy dulcemente y, olvidando lo que queda atrás y lanzándonos hacia lo que veíamos por delante, nos preguntábamos ante la verdad presente, que eres tú, cómo sería la vida eterna de los santos, aquella que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni vino a la mente del hombre. Y abríamos la boca de nuestro corazón, ávidos de las corrientes de tu fuente, la fuente de vida que hay en ti.

Tales cosas decía yo, aunque no de este modo ni con estas mismas palabras; sin embargo, tú sabes, Señor, que, cuando hablábamos aquel día de estas cosas, y mientras hablábamos íbamos encontrando despreciable este mundo con todos sus placeres, ella dijo:

«Hijo, por lo que a mí respecta, ya nada me deleita en esta vida. Qué es lo que hago aquí y por qué estoy aún aquí, lo ignoro, pues no espero ya nada de este mundo. Una sola cosa me hacía desear que mi vida se prolongara por un tiempo: el deseo de verte cristiano católico, antes de morir. Dios me lo ha concedido con creces, ya que te veo convertido en uno de sus siervos, habiendo renunciado a la felicidad terrena. ¿Qué hago ya en este mundo?».

No recuerdo muy bien lo que le respondí, pero al cabo de cinco días o poco más cayó en cama con fiebre. Y, estando así enferma, un día sufrió un colapso y perdió el sentido por un tiempo. Nosotros acudimos corriendo, mas pronto recobró el conocimiento, nos miró, a mí y a mi hermano allí presentes, y nos dijo en tono de interrogación:

«¿Dónde estaba?»

Después, viendo que estábamos aturdidos por la tristeza, nos dijo:

«Enterrad aquí a vuestra madre».

Yo callaba y contenía mis lágrimas. Mi hermano dijo algo referente a que él hubiera deseado que fuera enterrada en su patria y no en país lejano. Ella lo oyó y, con cara angustiada, lo reprendió con la mirada por pensar así, y, mirándome a mí, dijo:

«Mira lo que dice».

Luego, dirigiéndose a ambos, añadió:

«Sepultad este cuerpo en cualquier lugar: esto no os ha de preocupar en absoluto; lo único que os pido es que os acordéis de mí ante el altar del Señor, en cualquier lugar donde estéis».

Habiendo manifestado, con las palabras que pudo, este pensamiento suyo, guardó silencio, e iba luchando con la enfermedad que se agravaba.

RESPONSORIO    1Co 7, 29. 30. 31; 2, 12

R. El momento es apremiante, Queda como solución: que los que están alegres vivan como si no lo estuvieran; los que negocian en el mundo, como si no disfrutaran de él: * Porque la presentación de este mundo se termina.
V. Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo.
R. Porque la presentación de este mundo se termina.

ORACIÓN.

OREMOS,
Dios de bondad, consolador de los que lloran, tú que, lleno de compasión, acogiste las lágrimas que santa Mónica derramaba pidiendo la conversión de su hijo Agustín, concédenos, por la intercesión de ambos, el arrepentimiento sincero de nuestros pecados y la gracia de tu perdón. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén

CONCLUSIÓN

V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.

Of La Tr Sx Nn Vs Cm