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OFICIO DE LECTURA

INVITATORIO


Si ésta es la primera oración del día:

V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza

Se añade el Salmo del Invitatorio con la siguiente antífona:
 
Ant. A Cristo, el Señor, que por nosotros fue tentado y por nosotros murió, venid, adorémosle.

Si antes se ha rezado ya alguna otra Hora:
 
V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.



Himno: ESTE LARGO MARTIRIO DE LA VIDA

Este largo martirio de la vida,
la fe tan viva y la esperanza muerta,
el alma desvelada y tan despierta
al dolor, y al consuelo tan dormida;

esta perpetua ausencia y despedida,
entrar el mal, cerrar tras sí la puerta,
con diligencia y gana descubierta
de que el bien no halle entrada ni salida;

ser los alivios más sangrientos lazos
y riendas libres de los desconciertos,
efectos son, Señor, de mis pecados,

de que me han de librar esos tus brazos
que para recibirme están abiertos
y por no castigarme están clavados. Amén.

SALMODIA

Ant 1. Vendrá el Señor y no callará.

Salmo 49 I - LA VERDADERA RELIGIOSIDAD

El Dios de los dioses, el Señor, habla:
convoca la tierra de oriente a occidente.
Desde Sión, la hermosa, Dios resplandece:
viene nuestro Dios, y no callará.

Lo precede fuego voraz,
lo rodea tempestad violenta.
Desde lo alto convoca cielo y tierra,
para juzgar a su pueblo:

«Congregadme a mis fieles,
que sellaron mi pacto con un sacrificio.»
Proclame el cielo su justicia;
Dios en persona va a juzgar.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Vendrá el Señor y no callará.

Ant 2. Ofrece a Dios un sacrificio de alabanza.

Salmo 49 II

«Escucha, pueblo mío, que voy a hablarte;
Israel, voy a dar testimonio contra ti;
—yo, el Señor, tu Dios—.

No te reprocho tus sacrificios,
pues siempre están tus holocaustos ante mí.
Pero no aceptaré un becerro de tu casa,
ni un cabrito de tus rebaños;

pues las fieras de la selva son mías,
y hay miles de bestias en mis montes;
conozco todos los pájaros del cielo,
tengo a mano cuanto se agita en los campos.

Si tuviera hambre, no te lo diría;
pues el orbe y cuanto lo llena es mío.
¿Comeré yo carne de toros,
beberé sangre de cabritos?

Ofrece a Dios un sacrificio de alabanza,
cumple tus votos al Altísimo
e invócame el día del peligro:
yo te libraré, y tú me darás gloria.»

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Ofrece a Dios un sacrificio de alabanza.

Ant 3. Quiero misericordia y no sacrificios, conocimiento de Dios más que holocaustos.

Salmo 49 III

Dios dice al pecador:
«¿Por qué recitas mis preceptos
y tienes siempre en la boca mi alianza,
tú que detestas mi enseñanza
y te echas a la espalda mis mandatos?

Cuando ves un ladrón, corres con él;
te mezclas con los adúlteros;
sueltas tu lengua para el mal,
tu boca urde el engaño;

te sientas a hablar contra tu hermano,
deshonras al hijo de tu madre;
esto haces, ¿y me voy a callar?
¿Crees que soy como tú?
Te acusaré, te lo echaré en cara.»

Atención los que olvidáis a Dios,
no sea que os destroce sin remedio.

El que me ofrece acción de gracias,
ése me honra;
al que sigue buen camino
le haré ver la salvación de Dios.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Quiero misericordia y no sacrificios, conocimiento de Dios más que holocaustos.

V. Convertíos y creed la Buena Noticia.
R. Porque está cerca el reino de Dios.


PRIMERA LECTURA

Del libro del Éxodo 24, 1-18

CELEBRACIÓN DE LA ALIANZA EN EL MONTE SINAÍ

En aquellos días, dijo Dios a Moisés:

«Sube hacia mí con Aarón, Nadab, Abihú y los setenta ancianos de Israel, y prosternaos a distancia. Después se acercará Moisés solo, ellos no se acercarán; tampoco el pueblo subirá con ellos.»

Moisés bajó y contó al pueblo todo lo que le había dicho el Señor, todos sus mandatos, y el pueblo contestó a una:
«Haremos todo lo que dice el Señor.»

Entonces Moisés puso por escrito todas las palabras del Señor. Se levantó temprano y edificó un altar en la falda del monte, y doce estelas por las doce tribus de Israel. Mandó luego a algunos jóvenes israelitas que ofreciesen holocaustos e inmolasen vacas como sacrificio de comunión para el Señor. Después tomó la mitad de la sangre y la echó en recipientes, y con la otra roció el altar. Tomó en seguida el documento del pacto y se lo leyó en voz alta al pueblo, el cual respondió:

«Haremos todo lo que manda el Señor y obedeceremos.»
Moisés tomó el resto de la sangre y roció con ella al pueblo, diciendo:

«Ésta es la sangre de la alianza que el Señor hace con vosotros, de acuerdo con todas estas palabras.» Subieron Moisés, Aarón, Nadab, Abihú y los setenta ancianos de Israel, y vieron al Dios de Israel. Bajo sus pies había como un pavimento de zafiro, tan puro como el mismo cielo cuando está sereno. Dios no extendió la mano contra los notables de Israel, los cuales pudieron contemplar a Dios y después comieron y bebieron. El Señor dijo a Moisés:

«Sube hacia mí al monte, que allí estaré yo para darte las tablas de piedra con la ley y los mandatos que he escrito para que se los enseñes.»

Se levantó Moisés y subió con Josué, su ayudante, al monte de Dios; a los ancianos les dijo:

«Quedaos aquí hasta que yo vuelva; Aarón y Jur están con vosotros; el que tenga algún asunto que se lo traiga a ellos.»

Cuando Moisés subió al monte, la nube lo cubría y la gloria del Señor descansaba sobre el monte Sinaí y la nube lo cubrió durante seis días. Al séptimo día llamó el Señor a Moisés desde la nube. La gloria del Señor apareció a los israelitas como fuego voraz sobre la cumbre del monte. Moisés se adentró en la nube y subió al monte, y estuvo allí cuarenta días con sus noches.

RESPONSORIO    Sir 45, 5-6; Hch 7, 38

R. Dios hizo escuchar su voz a Moisés y lo introdujo en la densa nube; * le entregó sus mandamientos cara a cara, para que enseñase sus preceptos a Jacob, sus leyes y decretos a Israel.
V. Éste es el que en la asamblea, reunida en el desierto, estuvo con el ángel, que le hablaba en el monte Sinaí.
R. Le entregó sus mandamientos cara a cara, para que enseñase sus preceptos a Jacob, sus leyes y decretos a Israel.

SEGUNDA LECTURA

De las Homilías de san Basilio Magno, obispo
(Homilía 20, Sobre la humildad, 3: PG 31, 530-531)

EL QUE SE GLORÍA, QUE SE GLORÍE EN EL SEÑOR

No se gloríe el sabio de su sabiduría, no se gloríe el fuerte de su fortaleza, no se gloríe el rico de su riqueza.

Entonces, ¿en qué puede gloriarse con verdad el hombre? ¿Dónde halla su grandeza? Quien quiera gloriarse —continúa el texto sagrado—, que se gloríe de esto: de conocerme y comprender que soy el Señor.

En esto consiste la sublimidad del hombre, su gloria y su dignidad, en conocer dónde se halla la verdadera grandeza y adherirse a ella, en buscar la gloria que procede del Señor de la gloria. Dice, en efecto, el Apóstol: El que se gloría, que se gloríe en el Señor, afirmación que se halla en aquel fragmento: Cristo ha sido hecho por Dios para nosotros sabiduría, justicia, santificación y redención; y así —como dice la Escritura— «el que se gloría, que se gloríe en el Señor».

Por tanto, lo que hemos de hacer para gloriarnos de un modo perfecto e irreprochable en el Señor es no enorgullecernos de nuestra propia justicia, sino reconocer que en verdad carecemos de ella y que lo único que nos justifica es la fe en Cristo.

En esto precisamente se gloría Pablo, en despreciar su propia justicia y en buscar la que se obtiene por la fe y que procede de Dios, para así tener íntima experiencia de Cristo, del poder de su resurrección y de la comunión en sus padecimientos, reproduciendo en sí su muerte, con la esperanza de alcanzar la resurrección de entre los muertos.

Así caen por tierra toda altivez y orgullo. El único motivo que te queda para gloriarte, oh hombre, y el único motivo de esperanza consiste en hacer morir todo lo tuyo y buscar la vida futura en Cristo; de esta vida poseemos ya las primicias, es algo ya incoado en nosotros, puesto que vivimos en la gracia y en el don de Dios.

Y es el mismo Dios el que obra en nosotros haciendo que queramos y obremos movidos por lo que a él le agrada. Y es Dios también el que, por su Espíritu, nos revela su sabiduría, la que de antemano destinó para nuestra gloria. Dios nos da fuerzas y resistencia en nuestros trabajos. He trabajado con más afán que todos —dice Pablo—, aunque no yo, sino la gracia de Dios conmigo.

Dios saca del peligro más allá de toda esperanza humana. En nuestro interior —dice también el Apóstol— pensábamos que no nos quedaba otra cosa sino la muerte. Así lo permitió Dios para que no pusiésemos nuestra confianza en nosotros mismos, sino en Dios, que resucita a los muertos. Él nos libró entonces de tan inminente peligro de muerte y nos librará también ahora. Si, en él tenemos puesta la esperanza de que nos seguirá librando.

RESPONSORIO    Sb 15, 3; Jn 17, 3

R. Señor, la perfecta justicia consiste en conocerte a ti; * Y reconocer tu poder es la raíz de la inmortalidad.
V. Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado Jesucristo.
R. y reconocer tu poder es la raíz de la inmortalidad.

ORACIÓN.

OREMOS,
Señor, purifica y protege siempre a tu Iglesia con tu constante misericordia y, ya que sin tu auxilio no puede vivir segura, dirígela siempre con tu protección. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén

CONCLUSIÓN

V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.

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