OFICIO DE LECTURA
INVITATORIO
Si ésta es la primera oración del día:
V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza
Se añade el Salmo del Invitatorio con la siguiente antífona:
 
Ant. Venid, adoremos a Cristo, Pastor supremo.
Si antes se ha rezado ya alguna otra Hora:
 
V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
Himno: PUERTA DE DIOS EN EL REDIL HUMANO
Puerta de Dios en el redil humano
fue Cristo, el buen Pastor que al mundo vino,
glorioso va delante del rebaño,
guiando su marchar por buen camino.
Madero de la cruz es su cayado,
su voz es la verdad que a todos
llama,
su amor es el del Padre, que le ha dado
Espíritu de Dios, que a todos ama.
Pastores del Señor son sus ungidos,
nuevos cristos de Dios, son enviados
a los pueblos del mundo redimidos;
del único
Pastor siervos amados.
La cruz de su Señor es su cayado,
la voz de la verdad es su llamada,
los pastos de su amor, fecundo prado,
son vida del Señor que nos es dada. Amén.
SALMODIA
Ant 1. Se levanta Dios y huyen de su presencia los que lo odian. Aleluya.
Salmo 67 I - ENTRADA TRIUNFAL DEL SEÑOR
Se levanta Dios y se dispersan sus enemigos,
huyen de su presencia los que lo odian;
como el humo se disipa, se disipan ellos;
como se derrite la cera ante el fuego,
así perecen los impíos ante Dios.
En
cambio, los justos se alegran,
gozan en la presencia de Dios,
rebosando de alegría.
Cantad a Dios, tocad en su honor,
alfombrad el camino del que avanza por el desierto;
su nombre es el Señor:
alegraos en su
presencia.
Padre de huérfanos, protector de viudas,
Dios vive en su santa morada.
Dios prepara casa a los desvalidos,
libera a los cautivos y los enriquece;
sólo los rebeldes
se quedan en la tierra
abrasada.
¡Oh Dios!, cuando salías al frente de tu pueblo
y avanzabas por el desierto,
la tierra tembló, el cielo destiló
ante Dios, el Dios del Sinaí;
ante Dios, el Dios de Israel.
Derramaste
en tu heredad, ¡oh Dios!, una lluvia copiosa,
aliviaste la tierra extenuada;
y tu rebaño habitó en la tierra
que tu bondad, ¡oh Dios!, preparó para los pobres.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Se levanta Dios y huyen de su presencia los que lo odian. Aleluya.
Ant 2. Nuestro Dios es un Dios que salva, el Señor Dios nos hace escapar de la muerte. Aleluya.
Salmo 67 II
El Señor pronuncia un oráculo,
millares pregonan la alegre noticia:
«Los reyes, los ejércitos van huyendo, van huyendo;
las mujeres reparten el botín.
Mientras reposabais en los apriscos,
las
alas de la paloma se cubrieron de plata,
el oro destellaba en su plumaje.
Mientras el Todopoderoso dispersaba a los reyes,
la nieve bajaba sobre el Monte Umbrío.»
Las montañas de Basán son
altísimas,
las montañas de Basán son escarpadas;
¿por qué tenéis envidia, montañas escarpadas,
del monte escogido por Dios para habitar,
morada perpetua del Señor?
Los
carros de Dios son miles y miles:
Dios marcha del Sinaí al santuario.
Subiste a la cumbre llevando cautivos,
te dieron tributo de hombres:
incluso los que se resistían
a que el Señor Dios tuviera una morada.
Bendito
el Señor cada día,
Dios lleva nuestras cargas, es nuestra salvación.
Nuestro Dios es un Dios que salva,
el Señor Dios nos hace escapar de la muerte.
Dios aplasta las cabezas de sus enemigos,
los
cráneos de los malvados contumaces.
Dice el Señor: «Los traeré desde Basán,
los traeré desde el fondo del mar;
teñirás tus pies en la sangre del enemigo,
y los perros la
lamerán con sus lenguas.»
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Nuestro Dios es un Dios que salva, el Señor Dios nos hace escapar de la muerte. Aleluya.
Ant 3. Reyes de la tierra, cantad a Dios, tocad para el Señor. Aleluya.
Salmo 67 III
Aparece tu cortejo, ¡oh Dios!,
el cortejo de mi Dios, de mi Rey,
hacia el santuario.
Al frente marchan los cantores;
los últimos, los tocadores de arpa;
en medio las muchachas van tocando panderos.
«En
el bullicio de la fiesta bendecid a Dios,
al Señor, estirpe de Israel.»
Va delante Benjamín, el más pequeño;
los príncipes de Judá con sus tropeles;
los príncipes de
Zabulón,
los príncipes de Neftalí.
¡Oh Dios!, despliega tu poder,
tu poder, ¡oh Dios!, que actúa en favor nuestro.
A tu templo de Jerusalén
traigan los reyes su tributo.
Reprime
a la Fiera del Cañaveral,
al tropel de los toros,
a los Novillos de los pueblos.
Que se te rindan con lingotes de plata:
dispersa las naciones belicosas.
Lleguen los magnates de Egipto,
Etiopía extienda sus
manos a Dios.
Reyes de la tierra, cantad a Dios,
tocad para el Señor,
que avanza por los cielos,
los cielos antiquísimos,
que lanza su voz, su voz poderosa:
«Reconoced el poder de Dios.»
Sobre
Israel resplandece su majestad,
y su poder sobre las nubes.
Desde el santuario Dios impone reverencia:
es el Dios de Israel
quien da fuerza y poder a su pueblo.
¡Dios sea bendito!
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Reyes de la tierra, cantad a Dios, tocad para el Señor. Aleluya.
V. Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere. Aleluya.
R. La muerte no tiene ya poder sobre él. Aleluya.
PRIMERA LECTURA
De los Hechos de los apóstoles 26, 1-32
DISCURSO DE PABLO ANTE EL REY AGRIPA
En aquellos días, Agripa dijo a Pablo: «Puedes hablar en tu favor.»
Pablo, entonces, extendiendo la mano, empezó así su defensa:
«Me considero feliz, rey Agripa, de poder defender me hoy
ante ti de todas las acusaciones de los judíos; sobre todo por estar tú al tanto de sus costumbres y de todos sus problemas. Por eso te ruego que me escuches con paciencia.
Pues bien, todos los judíos saben
cómo he vivido yo desde mi juventud entre los de mi nación y en Jerusalén, conociéndome, como me conocen, desde mucho tiempo atrás; y, si quieren, pueden atestiguar que he vivido como fariseo, es decir,
dentro de la secta más estricta de nuestra religión. Si ahora me encuentro procesado es porque espero el cumplimiento de las promesas hechas por Diosa nuestros padres; cumplimiento a que esperan llegar también nuestras
doce tribus, mientras día y noche, con todo celo, van dando culto a Dios. Por esta esperanza, oh rey, me acusan los judíos. ¿Os parece increíble que Dios resucite a los muertos?
Por mi parte, yo me
creí en el deber de luchar a toda costa contra la causa de Jesús Nazareno. Y lo hice efectivamente en Jerusalén, donde encerré a muchos fieles en la cárcel, por la autoridad que tenía de los jefes de
los sacerdotes, y donde daba mi voto de aprobación cuando les quitaban la vida. Yendo de sinagoga en sinagoga, a fuerza de continuos castigos los obligaba a blasfemar y, loco de furor contra ellos, los perseguía hasta en las
ciudades extranjeras.
En este estado de ánimo, me dirigía yo a Damasco con potestad y comisión de los jefes de los sacerdotes; y en mi camino, a mitad del día, vi, oh rey, una luz del cielo más
brillante que la del sol, que me envolvía a mí y a todos cuantos iban conmigo. Todos caímos a tierra, y yo oí una voz que me decía en lengua aramea: "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Duro te
es dar coces contra el aguijón." Yo dije: "Señor, ¿quién eres?" y el Señor me contestó: "Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Pero levántate y ponte en pie. Me he dejado ver de ti
para hacerte siervo mío y testigo de la visión en que me has visto y de otras que te manifestaré. Yo te sacaré de todos los peligros que te vengan de tu nación y de los gentiles. A éstos te
envío ahora para que les abras los ojos y se conviertan de las tinieblas a la luz, del poder de Satanás a Dios; para que por la fe en mí reciban el perdón de los pecados y su parte en la herencia de los justos."
En
verdad, oh rey Agripa, no he sido desobediente a aquella visión del cielo; sino que, primero a los de Damasco y luego a los de Jerusalén, a los de toda Judea y a los gentiles, vengo predicando que se arrepientan y se conviertan a
Dios y hagan obras de verdadero arrepentimiento. Por este motivo me prendieron los judíos en el templo con intención de quitarme la vida; pero, con la ayuda de Dios, que me ha sostenido hasta hoy, estoy todavía firme
llevando mi mensaje a pequeños y grandes, sin decir cosa alguna que no sea lo que los profetas y Moisés dijeron que había de suceder: esto es, que el Mesías había de padecer y que, después de ser el
primero en resucitar de entre los muertos, había de anunciar la luz al pueblo de Israel y a los gentiles.»
Así continuaba él hablando en su defensa, cuando Festo exclamó en alta voz:
«Tú
deliras, Pablo; tus muchas letras te han sorbido el seso.»
Pablo le respondió:
«No deliro, nobilísimo Festo. Lo que digo son palabras de verdad y de sensatez. Y bien sabe estas cosas el rey, en cuya
presencia estoy hablando con tanta libertad y confianza. Estoy convencido de que nada de esto se oculta al rey, pues no son cosas que se han llevado a cabo en el último rincón. ¿Crees, oh rey Agripa, en los profetas ? Yo
sé que crees.»
Agripa respondió a Pablo:
«En poco tiempo quieres convencerte de que me has hecho cristiano.»
A lo que replicó Pablo:
«En poco o en mucho tiempo, quisiera Dios
que no sólo tú, sino todos cuantos me escucháis ahora, vinieseis a ser como yo, aunque sin estas cadenas.»
Se levantaron el rey y el procurador, Berenice y cuantos con ellos estaban sentados. Y, al retirarse,
iban diciéndose unos a otros:
«Este hombre no ha hecho nada que merezca la muerte o la cárcel.»
Agripa, por su parte, dijo a Festo:
«Se le podría poner en libertad, si no hubiera apelado al
César.»
RESPONSORIO Cf. Hch 26, 16. 18; Ga 2, 8
R. Te he elegido como siervo mío y testigo, para que abras los ojos de los gentiles y se conviertan de las tinieblas a la luz; * para que por la fe en Cristo reciban el
perdón de los pecados y su parte en la herencia de los justos. Aleluya.
V. Aquel que dio poder a Pedro para ejercer el apostolado entre los judíos me lo dio a mí para ejercerlo entre los gentiles.
R. Para que por la fe en Cristo reciban el perdón de los pecados y su parte en la herencia de los justos. Aleluya.
SEGUNDA LECTURA
De los Sermones de san Agustín, obispo
(Sermón 171, 1-3. 5: PL 38, 933-935)
ESTAD SIEMPRE ALEGRES EN EL SEÑOR
El Apóstol nos manda estar alegres, pero en el Señor, no en el mundo. Porque, como dice la Escritura, quien pretende ser amigo del mundo se hace enemigo de Dios. Así como el hombre no puede servir a dos señores,
así también nadie puede estar alegre en el mundo y en el Señor.
Por lo tanto, que prevalezca el gozo en el Señor y que se extinga el gozo en el mundo. El gozo en el Señor debe ir creciendo
continuamente, mientras que el gozo en el mundo debe ir disminuyendo hasta extinguirse. Esto no debe entenderse en el sentido de que no debemos alegrarnos mientras estamos en el mundo, sino que es una exhortación a que, aun viviendo en
el mundo, nos alegremos ya en el Señor.
Pero alguno dirá: «Estoy en el mundo y, por lo tanto, si me alegro no puedo dejar de hacerlo en el lugar en que estoy.» A este tal yo le respondería:
«¿Es que por estar en el mundo no estás en el Señor?» Atiende cómo el mismo Apóstol, hablando a los atenienses, como nos refieren los Hechos de los apóstoles, les decía respecto al
Dios y Señor creador nuestro: En él vivimos, nos movemos y existimos. ¿Habrá algún lugar en que no esté aquel que está en todas partes? ¿No es éste el sentido de su
exhortación, cuando dice: El Señor está cerca; no os inquietéis por cosa alguna?
Gran cosa es ésta, que el mismo que asciende a lo más alto de los cielos continúa cercano a los que viven
en la tierra. ¿Quién es éste, lejano y próximo a la vez, sino aquel que por su misericordia se nos hizo cercano?
En efecto, todo el género humano está representado en aquel hombre al que unos
ladrones habían dejado tendido en el camino, medio muerto, junto al cual pasaron un sacerdote y un levita sin atenderlo, y al que se acercó para curarlo y socorrerlo el samaritano que pasó junto a él. Aquel que por
su condición de inmortal y justo se hallaba tan alejado de nosotros, mortales y pecadores, descendió a nosotros y se hizo cercano a nosotros.
En efecto, no nos trata como merecen nuestros pecados; y esto porque somos
hijos. ¿Cómo lo demostramos? El, el Hijo único, murió por nosotros para dejar de ser único. Murió él solo porque no quería ser él solo. El que era Hijo único de Dios hizo a
muchos otros también hijos de Dios. Al precio de su sangre se compró una multitud de hermanos, con su reprobación los hizo probos, fue vendido para redimirlos, injuriado para hacerlos honorables, muerto para darles vida.
Así
pues, hermanos, estad alegres en el Señor, no en el mundo, es decir: alegraos en la verdad, no en la iniquidad; alegraos en la esperanza de la eternidad, no en la flor pasajera de la vanidad. Ésta debe ser vuestra alegría;
y, en cualquier lugar en que estéis y todo el tiempo que aquí estéis, el Señor está cerca; no os inquietéis por cosa alguna.
RESPONSORIO 2Co 13, 11; Rm 15, 13
R. Hermanos, alegraos, trabajad por vuestra perfección, alentaos unos a otros, tened un mismo sentir y vivid en paz; * y el Dios del amor y de la paz estará con vosotros.
V. El Dios de la esperanza os colme de todo gozo y paz en la práctica de vuestra fe.
R.
Y el Dios del amor y de la paz estará con vosotros.
ORACIÓN.
OREMOS,
Señor Dios nuestro, que nunca dejas de glorificar la santidad de quienes con fidelidad te sirven, haz que el fuego del Espíritu Santo nos encienda en aquel mismo ardor que tan maravillosamente inflamó el corazón
de san Felipe Neri. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.