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OFICIO DE LECTURA

Si el Oficio de Lectura es la primera oración del día:

V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza

Se añade el Salmo del Invitatorio con la siguiente antífona:
 
Ant. Venid, adoremos al Señor, rey de las vírgenes. Aleluya.

Si antes del Oficio de lectura se ha rezado ya alguna otra Hora:
 
V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.



Himno: ESTA MUJER NO QUISO

Esta mujer no quiso
tomar varón ni darle su ternura,
selló su compromiso
con otro amor que dura
sobre el amor de toda criatura.

Y tanto se apresura
a zaga de la huella del Amado,
que en él se transfigura,
y el cuerpo anonadado
ya está por el amor resucitado.

Aquí la Iglesia canta
la condición futura de la historia,
y el cuerpo se adelanta
en esta humilde gloria
a la consumación de su victoria.

Mirad los regocijos
de la que por estéril sollozaba
y se llenó de hijos,
porque el Señor miraba
la pequeñez humilde de su esclava. Amén.

SALMODIA

Ant 1. No fue su brazo el que les dio la victoria, sino tu diestra y la luz de tu rostro. Aleluya.

Salmo 43 I ORACIÓN DEL PUEBLO DE DIOS QUE SUFRE ENTREGADO A SUS ENEMIGOS

¡Oh Dios!, nuestros oídos lo oyeron,
nuestros padres nos lo han contado:
la obra que realizaste en sus días,
en los años remotos.

Tú mismo, con tu mano, desposeíste a los gentiles,
y los plantaste a ellos;
trituraste a las naciones,
y los hiciste crecer a ellos.

Porque no fue su espada la que ocupó la tierra,
ni su brazo el que les dio la victoria;
sino tu diestra y tu brazo y la luz de tu rostro,
porque tú los amabas.

Mi rey y mi Dios eres tú,
que das la victoria a Jacob:
con tu auxilio embestimos al enemigo,
en tu nombre pisoteamos al agresor.

Pues yo no confío en mi arco,
ni mi espada me da la victoria;
tú nos das la victoria sobre el enemigo
y derrotas a nuestros adversarios.

Dios ha sido siempre nuestro orgullo,
y siempre damos gracias a tu nombre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. No fue su brazo el que les dio la victoria, sino tu diestra y la luz de tu rostro. Aleluya.

Ant 2. No apartará el Señor su rostro de vosotros, si os convertís a él. Aleluya.

Salmo 43 II

Ahora, en cambio, nos rechazas y nos avergüenzas,
y ya no sales, Señor, con nuestras tropas:
nos haces retroceder ante el enemigo,
y nuestro adversario nos saquea.

Nos entregas como ovejas a la matanza
y nos has dispersado por las naciones;
vendes a tu pueblo por nada,
no lo tasas muy alto.

Nos haces el escarnio de nuestros vecinos,
irrisión y burla de los que nos rodean;
nos has hecho el refrán de los gentiles,
nos hacen muecas las naciones.

Tengo siempre delante mi deshonra,
y la vergüenza me cubre la cara
al oír insultos e injurias,
al ver a mi rival y a mi enemigo.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. No apartará el Señor su rostro de vosotros, si os convertís a él. Aleluya.

Ant 3. Levántate, Señor, no nos rechaces más.

Salmo 43 III

Todo esto nos viene encima,
sin haberte olvidado
ni haber violado tu alianza,
sin que se volviera atrás nuestro corazón
ni se desviaran de tu camino nuestros pasos;
y tú nos arrojaste a un lugar de chacales
y nos cubriste de tinieblas.

Si hubiéramos olvidado el nombre de nuestro Dios
y extendido las manos a un dios extraño,
el Señor lo habría averiguado,
pues él penetra los secretos del corazón.

Por tu causa nos degüellan cada día,
nos tratan como a ovejas de matanza.
Despierta, Señor, ¿por qué duermes?
Levántate, no nos rechaces más.
¿Por qué nos escondes tu rostro
y olvidas nuestra desgracia y opresión?

Nuestro aliento se hunde en el polvo,
nuestro vientre está pegado al suelo.
Levántate a socorrernos,
redímenos por tu misericordia.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Levántate, Señor, no nos rechaces más.

V. Dios resucitó al Señor. Aleluya.
R. Y nos resucitará también a nosotros por su poder. Aleluya.


PRIMERA LECTURA

Del libro del Apocalipsis 15, 5—16, 21

LAS SIETE COPAS DE LA IRA DE DIOS

Yo, Juan, tuve otra visión:

Se abrió en el cielo el santuario de la Tienda del testimonio y salieron del santuario los siete ángeles portadores de las siete plagas, vestidos de lino puro y brillante y ceñidos con cinturones de oro. Uno de los cuatro seres dio a los siete ángeles siete copas de oro, llenas de la cólera de Dios, que vive por los siglos de los siglos. El santuario se llenó del humo de la gloria de Dios y de su poder. y nadie podía entrar en el santuario hasta que se consumaran las siete plagas de los siete ángeles. Oí una gran voz proveniente del santuario, que gritaba a los siete ángeles:

«Id a derramar las siete copas de la cólera de Dios sobre la tierra.»

Fue el primero y derramó su copa sobre la tierra, y se produjo una úlcera maligna y dolorosa en los hombres que tenían la marca de la Bestia y que se postraban ante su imagen.

El segundo derramó su copa sobre el mar, y el mar se convirtió como en sangre de un muerto, muriendo todos los seres vivos que había en el mar.

El tercero derramó su copa sobre los ríos y sobre las fuentes de las aguas, y se convirtieron en sangre. Y oí al ángel de las aguas, que decía:

«Justo eres, tú, el que es y el que era, el Santo, por haber hecho así justicia. Ya que derramaron la sangre de santos y de profetas, tú les has dado a beber sangre: bien se lo merecen.»

Y oí una voz que salía del altar y decía:

«Así es, Señor, Dios omnipotente: verdaderos y justos son tus juicios.»

El cuarto ángel derramó su copa sobre el sol, y se le concedió abrasar a los hombres con su fuego. Los hombres quedaron abrasados con grandes ardores y comenzaron a blasfemar del nombre de Dios, que había mandado estas plagas; pero no se arrepintieron ni le dieron gloria.

El quinto ángel derramó su copa sobre el trono de la Bestia. Su reino se cubrió de tinieblas, y sus hombres se despedazaban las lenguas por el dolor. Blasfemaron del Dios del cielo por causa de sus dolores y de sus úlceras, pero no se arrepintieron ni abandonaron sus obras.

El sexto ángel derramó su copa sobre el gran Río, el Éufrates, y su agua se secó, quedando así libre el camino para los reyes que vienen del oriente.

Y vi que de la boca de la Serpiente y de la boca de la Bestia y de la boca del falso profeta salían tres espíritus inmundos, como ranas. Son espíritus de demonios, que obran prodigios y que se dirigen a los reyes del mundo entero para congregarlos con vistas a la batalla del gran Día del Dios omnipotente. («¡Mirad que vengo como un ladrón! ¡Bienaventurado el que esté velando y guardando sus vestidos, para que no tenga que andar desnudo y no vean su vergüenza!») Y congregaron a los reyes en el lugar que en hebreo se llama Harmaguedón.

El séptimo ángel derramó su copa en el aire, y salió del santuario una gran voz, que procedía del trono de Dios, gritando:

«¡Ya está hecho!»

Y hubo relámpagos y fragor y truenos y un violento terremoto, cual no lo hubo desde que existen los hombres sobre la tierra. ¡Tan terrible era ese terremoto! la gran ciudad se deshizo en tres partes, se derrumbaron las ciudades de los gentiles y Dios se acordó de la gran Babilonia, para darle a beber la copa del vino de su cólera terrible. Huyeron todas las islas, los montes desaparecieron y una terrible pedrisca, con piedras como de cuarenta kilogramos, cayó del cielo sobre los hombres. Y los hombres blasfemaron contra Dios por la plaga de pedrisco, porque era ésta terrible en extremo.

RESPONSORIO    Mt 24, 43; Ap 16, 15; 1Ts 5, 3

R. Si el amo de la casa supiera a qué hora de la noche ha de venir el ladrón, estaría en vela. * Mirad que yo vengo como un ladrón —dice el Señor—; bienaventurado el que esté velando. Aleluya.
V. Cuando estén diciendo: «Paz y seguridad», en ese preciso instante vendrá sobre ellos la ruina.
R. Mirad que yo vengo como un ladrón —dice el Señor—; bienaventurado el que esté velando. Aleluya.

SEGUNDA LECTURA

Del Diálogo de santa Catalina de Siena, virgen, Sobre la divina providencia
(Cap. 167, Acción de gracias a la Santísima Trinidad: edición latina, Ingolstadt 1583, ff. 290v-291)

GUSTÉ Y VÍ

¡Oh Divinidad eterna, oh eterna Trinidad, que por la unión con tu divina naturaleza hiciste de tan gran precio la sangre de tu Hijo unigénito! Tú, Trinidad eterna, eres como un mar profundo, en el que cuanto más busco más encuentro, y cuanto más encuentro más te busco. Tú sacias el alma de una manera en cierto modo insaciable, ya que siempre queda con hambre y apetito, deseando con avidez que tu luz nos haga ver la luz, que eres tú misma.

Gusté y vi con la luz de mi inteligencia, ilustrada con tu luz, tu profundidad insondable, Trinidad eterna, y la belleza de tus creaturas: por esto, introduciéndome en ti, vi que era imagen tuya, y esto por un don que tú me has hecho, Padre eterno, don que procede de tu poder y de tu sabiduría, sabiduría que es atribuida por apropiación a tu Unigénito y el Espíritu Santo, que procede de ti, Padre, y de tu Hijo, me dio una voluntad capaz de amar.

Porque tú, Trinidad eterna, eres el hacedor, y yo la hechura: por esto he conocido con la luz que tú me has dado, al contemplar cómo me has creado de nuevo por la sangre del Hijo único, que estás enamorado de la belleza de tu hechura.

¡Oh abismo, oh Trinidad eterna, oh Divinidad, oh mar profundo!: ¿qué don más grande podías otorgarme que el de ti mismo? Tú eres el fuego que arde constantemente sin consumirse; tú eres quien consumes con tu calor todo amor del alma a sí misma. Tú eres, además, el fuego que aleja toda frialdad, e iluminas las mentes con tu luz, esta luz con la que me has dado a conocer tu verdad.

En esta luz, como en un espejo, te veo reflejado a ti, sumo bien, bien sobre todo bien, bien dichoso, bien incomprensible, bien inestimable, belleza sobre toda belleza, sabiduría sobre toda sabiduría: porque tú eres la misma sabiduría, tú el manjar de los ángeles, que por tu gran amor te has comunicado a los hombres.

Tú eres la vestidura que cubre mi desnudez, tú sacias nuestra hambre con tu dulzura, porque eres dulce sin mezcla de amargor, ¡oh Trinidad eterna!

RESPONSORIO    Cf. Ct 5, 2

R. Ábreme, hermana mía, que has llegado a ser coheredera de mi reino; amada mía, que has llegado a conocer los profundos misterios de mi verdad; * tú has sido enriquecida con la donación de mi Espíritu, tú has sido purificada de toda mancha con mi sangre. Aleluya.
V. Sal del reposo de la contemplación y consagra tu vida a dar testimonio de mi verdad.
R. Tú has sido enriquecida con la donación de mi Espíritu, tú has sido purificada de toda mancha con mi sangre. Aleluya.

ORACIÓN.

OREMOS,
Señor Dios nuestro, que diste a santa Catalina de Siena el don de entregarse con amor a la contemplación de la pasión de Cristo y al servicio de la Iglesia, haz que, por su intercesión, el pueblo cristiano viva siempre unido al misterio de Cristo, para que pueda rebosar de gozo cuando se manifieste su gloria. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén

CONCLUSIÓN

V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.

Of La Tr Sx Nn Vs Cm