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OFICIO DE LECTURA

Si el Oficio de Lectura es la primera oración del día:

V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza

Se añade el Salmo del Invitatorio con la siguiente antífona:
 
Ant. Venid, adoremos a Cristo, Hijo de María Virgen.

Si antes del Oficio de lectura se ha rezado ya alguna otra Hora:
 
V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.



Himno: LUCERO DE LA MAÑANA

Lucero de la mañana,
norte que muestra el camino,
cuando turba de continuo
nuestro mar la tramontana.
Quien tanta grandeza explica
sin alas puede volar,
porque no podrá alabar
a la que es más santa y rica.

Sois pastora de tal suerte,
que aseguráis los rebaños
de mortandades y daños,
dando al lobo cruda muerte.
Dais vida a quien se os aplica,
y en los cielos y en la tierra
libráis las almas de guerra,
como poderosa y rica.

Si vuestro ejemplo tomasen
las pastoras y pastores,
yo fío que de dolores
para siempre se librasen.
Tanto Dios se os comunica,
que sin fin os alabamos,
y más cuando os contemplamos
en el mundo la más rica. Amén

SALMODIA

Ant 1. Estoy agotado de gritar y de tanto aguardar a mi Dios.

Salmo 68, 2-22. 30-37 I - LAMENTACIÓN Y PLEGARIA DE UN FIEL DESOLADO

Dios mío, sálvame,
que me llega el agua al cuello:
me estoy hundiendo en un cieno profundo
y no puedo hacer pie;
he entrado en la hondura del agua,
me arrastra la corriente.

Estoy agotado de gritar,
tengo ronca la garganta;
se me nublan los ojos
de tanto aguardar a mi Dios.

Más que los cabellos de mi cabeza
son los que me odian sin razón;

más duros que mis huesos,
los que me atacan injustamente.
¿Es que voy a devolver
lo que no he robado?

Dios mío, tú conoces mi ignorancia,
no se te ocultan mis delitos.
Que por mi causa no queden defraudados
los que esperan en ti, Señor de los ejércitos.

Que por mi causa no se avergüencen
los que te buscan, Dios de Israel.
Por ti he aguantado afrentas,
la vergüenza cubrió mi rostro.

Soy un extraño para mis hermanos,
un extranjero para los hijos de mi madre;
porque me devora el celo de tu templo,
y las afrentas con que te afrentan caen sobre mí.

Cuando me aflijo con ayunos, se burlan de mí;
cuando me visto de saco, se ríen de mí;
sentados a la puerta murmuran,
mientras beben vino me cantan burlas.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Estoy agotado de gritar y de tanto aguardar a mi Dios.

Ant 2. En mi comida me echaron hiel, para mi sed me dieron vinagre.

Salmo 68, 2-22. 30-37 II

Pero mi oración se dirige a ti,
Dios mío, el día de tu favor;
que me escuche tu gran bondad,
que tu fidelidad me ayude:

arráncame del cieno, que no me hunda;
líbrame de los que me aborrecen,
y de las aguas sin fondo.

Que no me arrastre la corriente,
que no me trague el torbellino,
que no se cierre la poza sobre mí.

Respóndeme, Señor, con la bondad de tu gracia,
por tu gran compasión vuélvete hacia mí;
no escondas tu rostro a tu siervo:
estoy en peligro, respóndeme en seguida.

Acércate a mí, rescátame,
líbrame de mis enemigos:
estás viendo mi afrenta,
mi vergüenza y mi deshonra;
a tu vista están los que me acosan.

La afrenta me destroza el corazón, y desfallezco.
Espero compasión, y no la hay;
consoladores, y no los encuentro.
En mi comida me echaron hiel,
para mi sed me dieron vinagre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. En mi comida me echaron hiel, para mi sed me dieron vinagre.

Ant 3. Buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón.

Salmo 68, 2-22. 30-37 III

Yo soy un pobre malherido;
Dios mío, tu salvación me levante.
Alabaré el nombre de Dios con cantos,
proclamaré su grandeza con acción de gracias;
le agradará a Dios más que un toro,
más que un novillo con cuernos y pezuñas.

Miradlo los humildes, y alegraos,
buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón.
Que el Señor escucha a sus pobres,
no desprecia a sus cautivos.
Alábenlo el cielo y la tierra,
las aguas y cuanto bulle en ellas.

El Señor salvará a Sión,
reconstruirá las ciudades de Judá,
y las habitarán en posesión.
La estirpe de sus siervos la heredará,
los que aman su nombre vivirán en ella.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón.

V. El Señor nos instruirá en sus caminos.
R. Y marcharemos por sus sendas.


PRIMERA LECTURA

Del segundo libro de Samuel 11, 1-17. 26-27

PECADO DE DAVID

Cuando corría la época del año en que los reyes suelen salir a campaña, envió David a Joab con sus veteranos y todo Israel. Derrotaron a los ammonitas y pusieron sitio a Rabbá, mientras David se quedó en Jerusalén.

Una tarde, se levantó David de su lecho y se paseaba por el terrado de la casa del rey, cuando vio desde lo alto del terrado a una mujer que se estaba bañando. Era una mujer muy hermosa. Mandó David a preguntar por la mujer y le dijeron:

«Es Betsabé, hija de Eliam, mujer de Urías, el hitita.»

David envió gente que la trajese; llegó ella donde David y él se acostó con ella; ella acababa de purificarse de sus reglas. Y ella se volvió a su casa. La mujer quedó embarazada y envió a decir a David:

«Estoy encinta.»

David mandó a decir a Joab:

«Envíame a Urías, el hitita.»

Joab envió a Urías a David. Cuando llegó Urías, David le preguntó por Joab, y por el ejército y por la marcha de la guerra. Y dijo David a Urías:

«Baja a tu casa y lava tus pies.»

Salió Urías de la casa del rey, seguido de un obsequio de la mesa real, y se acostó a la entrada de la casa del rey, con la guardia de su señor, y no bajó a su casa. Avisaron a David:

«Urías no ha bajado a su casa.»

Preguntó David a Urías:

«¿No vienes de un viaje? ¿Por qué no has bajado a tu casa?»

Urías respondió a David:

«El arca, Israel y Judá habitan en tiendas; Joab mi señor y los siervos de mi señor acampan en el suelo ¿y voy a entrar yo en mi casa para comer y beber y acostarme con mi mujer? ¡Por tu vida y la vida de tu alma, no haré tal!»

Entonces David dijo a Urías:

«Quédate hoy también y mañana te despediré.»

Se quedó Urías aquel día en Jerusalén y al día siguiente lo invitó David a comer con él y le hizo beber hasta embriagarlo. Por la tarde salió para acostarse en el lecho, con la guardia de su señor, pero no bajó a su casa. A la mañana siguiente escribió David una carta a Joab y se la envió por medio de Urías. En la carta había escrito:

«Poned a Urías frente a lo más reñido de la batalla, y retiraos luego y dejadlo solo, para que sea herido y muera.»

Estaba Joab asediando la ciudad y colocó a Urías en el sitio en que sabía que estaban los hombres más valientes. Los hombres de la ciudad hicieron una salida y atacaron a Joab; cayeron algunos del ejército de entre los veteranos de David; y murió también Urías, el hitita.

Supo la mujer de Urías que había muerto Urías, su marido, e hizo duelo por su señor. Pasado el luto, David envió por ella y la recibió en su casa, haciéndola su mujer; ella le dio a luz un hijo; pero aquella acción que David había hecho desagradó al Señor.

RESPONSORIO    Cf. 2S 12, 9; Ex 20, 2. 13. 14

R. Has matado a espada a Urías, el hitita, y has tomado a su mujer por mujer tuya. * ¿Por qué has menospreciado al Señor haciendo lo malo a sus ojos?
V. Yo soy el Señor tu Dios que te saqué de Egipto. No matarás, no cometerás adulterio.
R. ¿Por qué has menospreciado al Señor haciendo lo malo a sus ojos?

SEGUNDA LECTURA

De los Sermones de san león Magno, papa
(Sermón 1, En la Natividad del Señor, 2. 3: PL 54, 191-192)

MARÍA, ANTES DE CONCEBIR CORPORALMENTE, CONCIBIÓ EN SU ESPÍRITU

Dios elige a una virgen de la descendencia real de David; y esta virgen, destinada a llevar en su seno el fruto de una sagrada fecundación, antes de concebir corporalmente a su prole, divina y humana a la vez, la concibió en su espíritu. Y, para que no se espantara, ignorando los designios divinos, al observar en su cuerpo unos cambios inesperados, conoce, por la conversación con el ángel, lo que el Espíritu Santo ha de operar en ella. Y la que ha de ser Madre de Dios confía en que su virginidad ha de permanecer sin detrimento. ¿Por qué había de dudar de este nuevo género de concepción, si se le promete que el Altísimo pondrá en juego su poder? Su fe y su confianza quedan, además, confirmadas cuando el ángel le da una prueba de la eficacia maravillosa de este poder divino, haciéndole saber que Isabel ha obtenido también una inesperada fecundidad: el que es capaz de hacer concebir a una mujer estéril puede hacer lo mismo con una mujer virgen.

Así, pues, el Verbo de Dios, que es Dios, el Hijo de Dios, que ya al comienzo estaba con Dios, por quien empezaron a existir todas las cosas, y ninguna de las que existen empezó a ser sino por él, se hace hombre para librar al hombre de la muerte eterna; se abaja hasta asumir nuestra pequeñez, sin menguar por ello su majestad, de tal modo que, permaneciendo lo que era y asumiendo lo que no era, une la auténtica condición de esclavo a su condición divina, por la que es igual al Padre; la unión que establece entre ambas naturalezas es tan admirable, que ni la gloria de la divinidad absorbe la humanidad, ni la humanidad disminuye en nada la divinidad.

Quedando, pues, a salvo el carácter propio de cada una de las naturalezas, y unidas ambas en una sola persona, la majestad asume la humildad, el poder la debilidad, la eternidad la mortalidad; y, para saldar la deuda contraída por nuestra condición pecadora, la naturaleza invulnerable se une a la naturaleza pasible, Dios verdadero y hombre verdadero se conjugan armoniosamente en la única persona del Señor; de este modo, tal como convenía para nuestro remedio, el único y mismo mediador entre Dios y los hombres pudo a la vez morir y resucitar, por la conjunción en él de esta doble condición. Con razón, pues, este nacimiento salvador había de dejar intacta la virginidad de la madre, ya que fue a la vez salvaguarda del pudor y alumbramiento de la verdad.

Tal era, amadísimos, la clase de nacimiento que convenía a Cristo, fuerza y sabiduría de Dios; con él se mostró igual a nosotros por su humanidad, superior a nosotros por su divinidad. Si no hubiera sido Dios verdadero, no hubiera podido remediar nuestra situación; si no hubiera sido hombre verdadero, no hubiera podido darnos ejemplo.

Por eso, al nacer el Señor, los ángeles cantan llenos de gozo: Gloria a Dios en el cielo, y proclaman: y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor. Ellos ven, en efecto, que la Jerusalén celestial se va edificando por medio de todas las naciones del orbe. ¿Cómo, pues, no habría de alegrarse la pequeñez humana ante esta obra inenarrable de la misericordia divina, cuando incluso los coros sublimes de los ángeles encontraban en ella un gozo tan intenso?

RESPONSORIO    

R. Celebremos la festividad de la gloriosa Virgen María, en cuya humildad puso el Señor sus ojos; * ella concibió al Salvador del mundo, como el ángel lo anunció.
V. Cantemos alabanzas a Cristo en este día, al celebrar las glorias de la admirable Madre de Dios.
R. Ella concibió al Salvador del mundo, como el ángel lo anunció.

ORACIÓN.

OREMOS,
Haz venir, Señor, sobre nosotros la poderosa intercesión de la gloriosa Virgen María, para que, protegidos con su auxilio, podamos llegar a tu monte santo, que es Jesucristo, tu Hijo. Él, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.
Amén

CONCLUSIÓN

V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.

Of La Tr Sx Nn Vs Cm