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OFICIO DE LECTURA

INVITATORIO


Si ésta es la primera oración del día:

V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza

Se añade el Salmo del Invitatorio con la siguiente antífona:
 
Ant. Demos vítores al Señor, aclamándolo con cantos.

Si antes se ha rezado ya alguna otra Hora:
 
V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.



Himno: EN EL PRINCIPIO, TU PALABRA

En el principio, tu Palabra.
Antes que el sol ardiera,
antes del mar y las montañas,
antes de las constelaciones,
nos amó tu Palabra.

Desde tu seno, Padre,
era sonrisa su mirada,
era ternura su sonrisa,
era calor de brasa.
En el principio, tu Palabra.

Todo se hizo de nuevo,
todo salió sin mancha,
desde el arrullo del río
hasta el rocío y la escarcha;
nuevo el canto de los pájaros,
porque habló tu Palabra.

Y nos sigues hablando todo el día,
aunque matemos la mañana
y desperdiciemos la tarde,
y asesinemos la alborada.
Como una espada de fuego,
en el principio, tu Palabra.

Llénanos de tu presencia, Padre;
Espíritu, satúranos de tu fragancia;
danos palabras para responderte,
Hijo, eterna Palabra. Amén.

SALMODIA

Ant 1. Inclina, Señor, tu oído hacia mí; ven a librarme.

Salmo 30, 2-17. 20-25 I SÚPLICA CONFIADA Y ACCIÓN DE GRACIAS

A ti, Señor, me acojo:
no quede yo nunca defraudado;
tú, que eres justo, ponme a salvo,
inclina tu oído hacia mí;

ven aprisa a librarme,
sé la roca de mi refugio,
un baluarte donde me salve,
tú que eres mi roca y mi baluarte;

por tu nombre dirígeme y guíame:
sácame de la red que me han tendido,
porque tú eres mi amparo.

En tus manos encomiendo mi espíritu:
tú, el Dios leal, me librarás;
tú aborreces a los que veneran ídolos inertes,
pero yo confío en el Señor;
tu misericordia sea mi gozo y mi alegría.

Te has fijado en mi aflicción,
velas por mi vida en peligro;
no me has entregado en manos del enemigo,
has puesto mis pies en un camino ancho.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Inclina, Señor, tu oído hacia mí; ven a librarme.

Ant 2. Haz brillar, Señor, tu rostro sobre tu siervo.

Salmo 30 II

Piedad, Señor, que estoy en peligro:
se consumen de dolor mis ojos,
mi garganta y mis entrañas.

Mi vida se gasta en el dolor;
mis años, en los gemidos;
mi vigor decae con las penas,
mis huesos se consumen.

Soy la burla de todos mis enemigos,
la irrisión de mis vecinos,
el espanto de mis conocidos:
me ven por la calle y escapan de mí.
Me han olvidado como a un muerto,
me han desechado como a un cacharro inútil.

Oigo las burlas de la gente,
y todo me da miedo;
se conjuran contra mí
y traman quitarme la vida.

Pero yo confío en ti, Señor,
te digo: «Tú eres mi Dios.»
En tu mano está mi destino:
líbrame de los enemigos que me persiguen;
haz brillar tu rostro sobre tu siervo,
sálvame por tu misericordia.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Haz brillar, Señor, tu rostro sobre tu siervo.

Ant 3. Bendito sea el Señor, que ha hecho por mí prodigios de misericordia.

Salmo 30 III

¡Qué bondad tan grande, Señor,
reservas para tus fieles,
y concedes a los que a ti se acogen
a la vista de todos!

En el asilo de tu presencia los escondes
de las conjuras humanas;
los ocultas en tu tabernáculo,
frente a las lenguas pendencieras.

Bendito el Señor, que ha hecho por mí
prodigios de misericordia
en la ciudad amurallada.

Yo decía en mi ansiedad:
«Me has arrojado de tu vista»;
pero tú escuchaste mi voz suplicante
cuando yo te gritaba.

Amad al Señor, fieles suyos;
el Señor guarda a sus leales,
y a los soberbios les paga con creces.

Sed fuertes y valientes de corazón
los que esperáis en el Señor.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Bendito sea el Señor, que ha hecho por mí prodigios de misericordia.

V. Enséñame, Señor, a caminar con lealtad.
R. Porque tú eres mi Dios y Salvador.


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Jeremías 25, 15-17. 27-38

LA COPA DE LA IRA DE DIOS CONTRA LOS PAGANOS

El Señor, Dios de Israel, me dijo:

«Toma de mi mano esta copa de vino de ira, y hazla beber a todas las naciones a donde te envío. Que beban y se tambaleen, y enloquezcan ante la espada que arrojo en medio de ellos.»

Tomé la copa de mano del Señor y se la hice beber a todas las naciones a las que me envió el Señor.

«Les dirás: Así dice el Señor de los ejércitos, Dios de Israel: "Bebed, embriagaos, vomitad, caed para no levantaros, ante la espada que yo arrojo en medio de vosotros." Y si se niegan a tomar de tu mano la copa para beber, les dirás: Así dice el Señor de los ejércitos: "Habéis de beber. Porque, si en la ciudad donde se invoca mi nombre comencé con el castigo, ¿vais a quedar impunes vosotros? No quedaréis impunes, porque yo reclamo la espada contra todos los habitantes del mundo —oráculo del Señor de los ejércitos—."

Y tú, profetiza contra ellos estas palabras: "El Señor ruge desde la altura, desde su santa morada alza la voz, ruge y ruge contra su dehesa, entona la copla de los pisadores de uva, contra todos los habitantes de la tierra. El estruendo llega a los confines del orbe, porque el Señor entabla pleito con los paganos, juzga en persona a todo hombre, y entrega a la espada a los impíos —oráculo del Señor—."»

Así dice el Señor de los Ejércitos:

«Mirad pasar la catástrofe de nación en nación. Una tormenta arrolladora se agita en el extremo del orbe. Aquel día las víctimas del Señor alcanzarán de un extremo a otro de la tierra; no los recogerán ni enterrarán, ni les harán duelo, sino que serán como estiércol en el campo.

¡Gemid, pastores, y gritad; revolcaos, mayorales del rebaño! Se os ha cumplido el tiempo de la matanza, y caeréis como hermosos carneros. No hay huida para los pastores, no escaparán los mayorales del rebaño. Se oye el grito de los pastores, el gemido de los mayorales del rebaño, porque el Señor ha destruido sus pastos; están desoladas las prósperas dehesas, por el incendio de la ira del Señor. El león abandona su guarida, porque su tierra está desolada, ante el incendio devastador, ante el incendio de su ira.»

RESPONSORIO    Ap 16, 1; Rm 1, 18; Sal 74, 9

R. Oí una gran voz proveniente del santuario, que gritaba: «Id a derramar las siete copas de la cólera de Dios sobre la tierra.» * Desde el cielo viene revelándose la cólera de Dios sobre todo género de impiedad e injusticia de los hombres.
V. El Señor tiene una copa en la mano, un vaso lleno de vino drogado: lo da a beber hasta las heces a todos los malvados de la tierra.
R. Desde el cielo viene revelándose la cólera de Dios sobre todo género de impiedad e injusticia de los hombres.

SEGUNDA LECTURA

De la carta de san Clemente primero, papa, a los Corintios
(Cap. 21, 1—22, 5; 23, 1-2: Funk 1, 89-93)

NO NOS APARTEMOS NUNCA DE LA VOLUNTAD DE DIOS

Vigilad, amadísimos, no sea que los innumerables beneficios de Dios se conviertan para nosotros en motivo de condenación por no tener una conducta digna de Dios y por no realizar siempre en mutua concordia lo que le agrada. En efecto, dice la Escritura: El Espíritu del Señor es como una lámpara que sondea lo más íntimo de las entrañas.

Consideremos cuán cerca está de nosotros y cómo no se le oculta ninguno de nuestros pensamientos ni de nuestras palabras. Justo es, por tanto, que no nos apartemos nunca de su voluntad. Vale más que ofendamos a hombres necios e insensatos, soberbios y engreídos en su hablar, que no a Dios.

Veneremos al Señor Jesús, cuya sangre fue derramada por nosotros; respetemos a los que dirigen nuestras comunidades, honremos a nuestros presbíteros, eduquemos a nuestros hijos en el temor de Dios, encaminemos a nuestras esposas por el camino del bien. Que ellas sean dignas de todo elogio por el encanto de su castidad, que brillen por la sinceridad y por su inclinación a la dulzura, que la discreción de sus palabras manifieste a todos su recato, que su caridad hacia todos sea patente a cuantos temen a Dios, y que no hagan acepción alguna de personas.

Que vuestros hijos sean educados según Cristo, que aprendan el gran valor que tiene ante Dios la humildad y lo mucho que aprecia Dios el amor casto, que comprendan cuán grande sea y cuán hermoso el temor de Dios y cómo es capaz de salvar a los que se dejan guiar por él, con toda pureza de conciencia. Porque el Señor es escudriñador de nuestros pensamientos y de nuestros deseos, y su Espíritu está en nosotros, pero cuando él quiere nos lo puede retirar. Todo esto nos lo confirma nuestra fe cristiana, pues el mismo Cristo es quien nos invita, por medio del Espíritu Santo, con estas palabras: Venid, hijos, escuchadme: os instruiré en el temor del Señor; ¿hay alguien que ame la vida y desee días de prosperidad? Guarda tu lengua del mal, tus labios de la falsedad; apártate del mal, obra el bien, busca la paz y corre tras ella.

El Padre de todo consuelo y de todo amor tiene entrañas de misericordia para con todos los que lo temen y en su entrañable condescendencia reparte sus dones a cuantos a él se acercan con un corazón sin doblez. Por eso, huyamos de la duplicidad de ánimo y que nuestra alma no se enorgullezca nunca al verse honrada con la abundancia y riqueza de los dones del Señor.

RESPONSORIO    Tb 4, 20; 14, 10. 11

R. Bendice al Señor en toda circunstancia, pídele que sean rectos todos tus caminos, * para que lleguen a buen fin todos tus proyectos.
V. Practica lo que es agradable a sus ojos, con toda sinceridad y con todas tus fuerzas.
R. Para que lleguen a buen fin todos tus proyectos.

ORACIÓN.

OREMOS,
Dios todopoderoso y eterno, aumenta en nosotros la fe, la esperanza y la caridad, y para que alcancemos lo que nos prometes haz que amemos lo que nos mandas. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén

CONCLUSIÓN

V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.

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