OFICIO DE LECTURA
Si el Oficio de Lectura es la primera oración del día:
V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza
Se añade el Salmo del Invitatorio con la siguiente antífona:
 
Ant. A Cristo, que por nosotros ha nacido, venid, adorémosle.
Si antes del Oficio de lectura se ha rezado ya alguna otra Hora:
 
V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
Himno: NACISTE DEL PADRE, SIN PRINCIPIO
Naciste del Padre, sin principio,
antes que la luz resplandeciera;
del seno sin mancha de María
surges como luz en las tinieblas.
Los pobres acuden a adorarte,
solos, ellos velan en la noche,
sintiendo
admirados en tu llanto
la voz del pastor de los pastores.
El mundo se alegra en este día,
gozan los patriarcas, los profetas;
la flor ha nacido de la rama,
flor que ha perfumado nuestra Iglesia.
Los
ángeles cantan hoy tu gloria,
Padre, que enviaste a Jesucristo;
unimos con ellos nuestras voces,
oye, bondadoso, nuestros himnos. Amén.
SALMODIA
Ant 1. Señor, Dios mío, te vistes de belleza y majestad, la luz te envuelve como un manto. Aleluya.
Salmo 103 I - HIMNO AL DIOS CREADOR
Bendice, alma mía, al Señor:
¡Dios mío, qué grande eres!
Te vistes de belleza y majestad,
la luz te envuelve como un manto.
Extiendes los cielos como una tienda,
construyes tu morada
sobre las aguas;
las nubes te sirven de carroza,
avanzas en las alas del viento;
los vientos te sirven de mensajeros;
el fuego llameante, de ministro.
Asentaste la tierra sobre sus cimientos,
y no vacilará
jamás;
la cubriste con el manto del océano,
y las aguas se posaron sobre las montañas;
pero a tu bramido huyeron,
al fragor de tu trueno se precipitaron,
mientras subían los montes y bajaban los
valles:
cada cual al puesto asignado.
Trazaste una frontera que no traspasarán,
y no volverán a cubrir la tierra.
De los manantiales sacas los ríos,
para que fluyan entre los montes;
en ellos beben
las fieras de los campos,
el asno salvaje apaga su sed;
junto a ellos habitan las aves del cielo,
y entre las frondas se oye su canto.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Señor, Dios mío, te vistes de belleza y majestad, la luz te envuelve como un manto. Aleluya.
Ant 2. El Señor saca pan de los campos y vino para alegrar el corazón del hombre. Aleluya.
Salmo 103 II
Desde tu morada riegas los montes,
y la tierra se sacia de tu acción fecunda;
haces brotar hierba para los ganados,
y forraje para los que sirven al hombre.
Él saca pan de los campos,
y vino que le alegra
el corazón;
y aceite que da brillo a su rostro,
y alimento que le da fuerzas.
Se llenan de savia los árboles del Señor,
los cedros del Líbano que él plantó:
allí anidan los
pájaros,
en su cima pone casa la cigüeña.
Los riscos son para las cabras,
las peñas son madriguera de erizos.
Hiciste la luna con sus fases,
el sol conoce su ocaso.
Pones las tinieblas y viene la
noche
y rondan las fieras de la selva;
los cachorros rugen por la presa,
reclamando a Dios su comida.
Cuando brilla el sol, se retiran,
y se tumban en sus guaridas;
el hombre sale a sus faenas,
a su labranza hasta el
atardecer.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. El Señor saca pan de los campos y vino para alegrar el corazón del hombre. Aleluya.
Ant 3. Vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno. Aleluya.
Salmo 103 III
¡Cuántas son tus obras, Señor,
y todas las hiciste con sabiduría!;
la tierra está llena de tus creaturas.
Ahí está el mar: ancho y dilatado,
en él bullen, sin
número,
animales pequeños y grandes;
lo surcan las naves, y el Leviatán
que modelaste para que retoce.
Todos ellos aguardan
a que les eches comida a su tiempo:
se la echas, y la atrapan;
abres tu
mano, y se sacian de bienes;
escondes tu rostro, y se espantan;
les retiras el aliento, y expiran
y vuelven a ser polvo;
envías tu aliento, y los creas,
y repueblas la faz de la tierra.
Gloria a Dios para
siempre,
goce el Señor con sus obras.
Cuando él mira la tierra, ella tiembla;
cuando toca los montes, humean.
Cantaré al Señor mientras viva,
tocaré para mi Dios mientras exista:
que le
sea agradable mi poema,
y yo me alegraré con el Señor.
Que se acaben los pecadores en la tierra,
que los malvados no existan más.
¡Bendice, alma mía, al Señor!
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno. Aleluya.
V. Cantad al Señor, bendecid su nombre.
R. Proclamad día tras día su victoria.
PRIMERA LECTURA
Del libro del Cantar de los cantares 4, 1—5, 1
CRISTO DESEA EL AMOR DE LA IGLESIA, SU ESPOSA
¡Qué hermosa eres, mi amada, qué hermosa eres! Tus ojos de paloma, por entre el velo; tus cabellos son un rebaño de cabras, descolgándose por las laderas de Galaad. Son tus dientes un rebaño
esquilado, recién salido de bañarse, cada oveja tiene mellizos, ninguna hay sin corderos. Tus labios son cinta escarlata, y tu hablar, melodioso; tus sienes, entre el velo, son dos mitades de granada. Es tu cuello la torre de
David, construida con sillares, de la que penden miles de escudos, miles de adargas de capitanes. Son tus pechos dos crías mellizas de gacela, paciendo entre azucenas.
Mientras sopla la brisa y se alargan las sombras, me voy al
monte de la mirra, iré por la colina del incienso.
¡Toda hermosa eres, amada mía, y no hay en ti defecto! Ven desde el Líbano, novia mía, ven, baja del Líbano, desciende de la cumbre del
Amaná, de la cumbre del Senil y del Hermón, de las cuevas de leones, de los montes de las panteras. Me has enamorado, hermana y novia mía, me has enamorado, con una sola de tus miradas, con una vuelta de tu collar.
¡Qué
bellos tus amores, hermana y novia mía, tus amores son mejores que el vino! Un panal que destila son tus labios, y tienes, novia mía, miel y leche debajo de tu lengua; y la fragancia de tus vestidos es fragancia del
Líbano.
Eres jardín cerrado, hermana y novia mía, eres jardín cerrado, fuente sellada. Tus brotes son jardines de granados con frutos exquisitos, nardo y enebro y azafrán, canela y cinamomo, con
árboles de incienso, mirra y aloé, con los mejores bálsamos y aromas. La fuente del jardín es pozo de agua viva que baja desde el Líbano.
Despierta, cierzo; llégate, austro, orea mi
jardín: que exhale sus perfumes. Entra, amor mío, en tu jardín a comer de sus frutos exquisitos.
Ya vengo a mi jardín, hermana y novia mía, a recoger el bálsamo y la mirra, a comer de mi miel y
mi panal, a beber de mi leche y de mi vino. Compañeros, comed y bebed y embriagaos, mis amigos.
RESPONSORIO Sal 44, 11-12a; cf. Is 62, 4. 5
R. Escucha, hija, mira: inclina el oído, olvida tu pueblo y la casa paterna: * prendado está el rey de tu belleza.
V. El Señor te prefiere a ti, y tu Dios se alegrará contigo.
R. Prendado está el rey de tu belleza.
SEGUNDA LECTURA
Del libro de san Basilio Magno, obispo, Sobre el Espíritu Santo
(Cap. 26, núms. 61. 64: PG 32, 179-182. 186)
SOBRE CÓMO EL SEÑOR VIVIFICA SU CUERPO MEDIANTE EL ESPÍRITU
Al que ya no vive según la carne, sino que es llevado
por el Espíritu de Dios, se lo llama Hijo de Dios, se convierte
en imagen de su Unigénito y recibe el nombre de espiritual.
Y de la misma manera que la facultad de ver actúa en el ojo
sano, así actúa también en esta alma purificada
la fuerza del Espíritu.
Y a la manera como la palabra está en la mente, unas veces como
simple pensamiento del corazón, otras veces como palabra proferida
por los labios, así también el Espíritu Santo
habita en nosotros, unas veces dando testimonio a nuestro espíritu
y clamando en nuestros corazones: ¡Abbá! (Padre), otras veces
hablando por medio de nuestros labios, según aquello del
Evangelio: No seréis vosotros los que habléis,
el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros.
Ahora bien, de la misma manera que el todo está en cada una de
las partes, hay que entender que el Espíritu está
íntegro en cada uno de los dones que distribuye; pues todos
somos miembros, los unos de los otros, aunque tengamos dones
diferentes según las diversas gracias que hemos recibido de Dios.
Por eso no puede el ojo decir a la mano: «No tengo necesidad de
ti»; como tampoco la cabeza a los pies: «No os necesito
para nada.» Por el contrario, todos los miembros reunidos
constituyen el cuerpo íntegro de Cristo, en la unidad del
Espíritu, y se prestan mutuamente los servicios necesarios,
según los dones que cada uno ha recibido.
Pues Dios colocó los diversos miembros del cuerpo, a cada
uno de ellos según quiso. Y los miembros, por su parte,
son solidarios unos de otros, en virtud del amor mutuo, nacido
de su comunión en el mismo espíritu. De manera que
cuando un miembro sufre, todos sufren con él; cuando
un miembro el honrado, todos le felicitan.
Y así como las partes están en el todo, así
cada uno de nosotros está en el Espíritu, porque
todos los que formamos un único cuerpo hemos sido bautizados
en un mismo Espíritu.
Y de la misma manera que podemos contemplar al Padre en el Hijo,
así también podemos ver al Hijo en el Espíritu.
Por ello adorar a Dios en el Espíritu es lo mismo que
adorarlo en la luz o en la verdad, como se puede deducir de las palabras que
el Señor dijo a la Samaritana. Pues ella, engañada como estaba por
el error de su pueblo, creía que debía adorarse a Dios
en un lugar determinado, pero el Señor la instruyó,
diciéndole que Dios debía ser adorado en Espíritu y en verdad,
designándose, sin duda, a sí mismo como la verdad.
Por lo tanto, de la misma manera que decimos que hay que adorar al Hijo,
como imagen de Dios Padre, también debemos decir que hay que
adorar al Espíritu, pues posee y refleja en sí mismo
la divinidad de Cristo.
Así pues, por la iluminación del Espíritu
contemplamos propia y adecuadamente la gloria de Dios; y por
medio de la impronta del Espíritu llegamos a aquel de
quien el mismo Espíritu es impronta y sello.
RESPONSORIO 1Co 2, 12. 10; Ef 3, 5
R. Nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios, para conocer las gracias que Dios nos ha otorgado. * Pues el Espíritu todo
lo penetra, hasta la profundidad de Dios.
V. El misterio que no fue dado a conocer a las pasadas generaciones ahora ha sido revelado por el Espíritu a los santos apóstoles y profetas.
R.
Pues el Espíritu todo lo penetra, hasta la profundidad de Dios.
Himno: SEÑOR, DIOS ETERNO
Señor, Dios eterno, alegres te cantamos,
a ti nuestra alabanza,
a ti, Padre del cielo, te aclama la creación.
Postrados ante ti, los ángeles te adoran
y cantan sin cesar:
Santo, santo, santo es el
Señor,
Dios del universo;
llenos están el cielo y la tierra de tu gloria.
A ti, Señor, te alaba el coro celestial de los apóstoles,
la multitud de los profetas te enaltece,
y el ejército
glorioso de los mártires te aclama.
A ti la Iglesia santa,
por todos los confines extendida,
con júbilo te adora y canta tu grandeza:
Padre, infinitamente santo,
Hijo eterno, unigénito de Dios,
santo
Espíritu de amor y de consuelo.
Oh Cristo, tú eres el Rey de la gloria,
tú el Hijo y Palabra del Padre,
tú el Rey de toda la creación.
Tú, para salvar al hombre,
tomaste la
condición de esclavo
en el seno de una virgen.
Tú destruiste la muerte
y abriste a los creyentes las puertas de la gloria.
Tú vives ahora,
inmortal y glorioso, en el reino del Padre.
Tú
vendrás algún día,
como juez universal.
Muéstrate, pues, amigo y defensor
de los hombres que salvaste.
Y recíbelos por siempre allá en tu reino,
con tus santos y elegidos.
La parte que sigue puede omitirse, si se cree oportuno.
Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice a tu heredad.
Sé su pastor,
y guíalos por siempre.
Día tras día te bendeciremos
y alabaremos tu nombre por siempre
jamás.
Dígnate, Señor,
guardarnos de pecado en este día.
Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo
esperamos de ti.
A ti, Señor, me acojo,
no quede yo nunca defraudado.
ORACIÓN.
OREMOS,
Dios omnipotente y eterno, resplandor de las almas fieles, dígnate llenar el mundo de tu gloria y muéstrate a todos los pueblos con la claridad de tu luz. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.