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OFICIO DE LECTURA

INVITATORIO


Si ésta es la primera oración del día:

V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza

Se añade el Salmo del Invitatorio con la siguiente antífona:
 
Ant. Escuchemos la voz del Señor y entremos en su descanso.

Si antes se ha rezado ya alguna otra Hora:
 
V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.



Himno: A CAMINAR SIN TI, SEÑOR, NO ATINO

A caminar sin ti, Señor, no atino;
tu palabra de fuego es mi sendero;
me encontraste cansado y prisionero
del desierto, del cardo y del espino.

Descansa aquí conmigo del camino,
que en Emaús hay trigo en el granero,
hay un poco de vino y un alero
que cobije tu sueño, Peregrino.

Yo contigo, Señor, herido y ciego;
tú conmigo, Señor, enfebrecido,
el aire quieto, el corazón en fuego.

Y en diálogo sediento y torturado
se encontrarán en un solo latido,
cara a cara, tu amor y mi pecado. Amén.

SALMODIA

Ant 1. El Señor convoca cielo y tierra, para juzgar a su pueblo.

Salmo 49 I - LA VERDADERA RELIGIOSIDAD

El Dios de los dioses, el Señor, habla:
convoca la tierra de oriente a occidente.
Desde Sión, la hermosa, Dios resplandece:
viene nuestro Dios, y no callará.

Lo precede fuego voraz,
lo rodea tempestad violenta.
Desde lo alto convoca cielo y tierra,
para juzgar a su pueblo:

«Congregadme a mis fieles,
que sellaron mi pacto con un sacrificio.»
Proclame el cielo su justicia;
Dios en persona va a juzgar.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El Señor convoca cielo y tierra, para juzgar a su pueblo.

Ant 2. Invócame el día del peligro y yo te libraré.

Salmo 49 II

«Escucha, pueblo mío, que voy a hablarte;
Israel, voy a dar testimonio contra ti;
—yo, el Señor, tu Dios—.

No te reprocho tus sacrificios,
pues siempre están tus holocaustos ante mí.
Pero no aceptaré un becerro de tu casa,
ni un cabrito de tus rebaños;

pues las fieras de la selva son mías,
y hay miles de bestias en mis montes;
conozco todos los pájaros del cielo,
tengo a mano cuanto se agita en los campos.

Si tuviera hambre, no te lo diría;
pues el orbe y cuanto lo llena es mío.
¿Comeré yo carne de toros,
beberé sangre de cabritos?

Ofrece a Dios un sacrificio de alabanza,
cumple tus votos al Altísimo
e invócame el día del peligro:
yo te libraré, y tú me darás gloria.»

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Invócame el día del peligro y yo te libraré.

Ant 3. El sacrificio de acción de gracias me honra.

Salmo 49 III

Dios dice al pecador:
«¿Por qué recitas mis preceptos
y tienes siempre en la boca mi alianza,
tú que detestas mi enseñanza
y te echas a la espalda mis mandatos?

Cuando ves un ladrón, corres con él;
te mezclas con los adúlteros;
sueltas tu lengua para el mal,
tu boca urde el engaño;

te sientas a hablar contra tu hermano,
deshonras al hijo de tu madre;
esto haces, ¿y me voy a callar?
¿Crees que soy como tú?
Te acusaré, te lo echaré en cara.»

Atención los que olvidáis a Dios,
no sea que os destroce sin remedio.

El que me ofrece acción de gracias,
ése me honra;
al que sigue buen camino
le haré ver la salvación de Dios.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El sacrificio de acción de gracias me honra.

V. No dejamos de orar y pedir por vosotros.
R. Que lleguéis al pleno conocimiento de la voluntad de Dios.


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Romanos 16, 1-27

RECOMENDACIONES, SALUDOS Y DOXOLOGÍA

Hermanos: Os recomiendo a nuestra hermana Febe, que es también diaconisa de la Iglesia de Cencreas. Dadle cristiana hospitalidad, como conviene a los fieles; y asistidla en todo cuanto necesite de vosotros. Ella ha favorecido a muchos y también a mí en persona.

Saludos a Prisca y a Áquila, mis colaboradores en Cristo Jesús. A éstos, que, por salvar mi vida, expusieron su cabeza, no sólo yo les debo gratitud, sino conmigo todas las Iglesias convocadas de la gentilidad. Saludos también a la Iglesia que se congrega en su casa.

Mis saludos a mi amado Epéneto, primicias del Asia Menor para Cristo. Saludos a María, que tanto trabajo se tomó por vuestro bien. Mis saludos a Andrónico y a Junia, hermanos y compañeros míos de prisión, eminentes apóstoles y convertidos antes que yo a Cristo. Saludad a Ampliato, mi muy querido en el Señor. Saludad a Urbano, colaborador mío en Cristo, y a mi querido Estaquis. Saludad a Apeles, cristiano a toda prueba. Saludad a los de la casa de Aristóbulo.

Saludad a Herodión, hermano mío. Saludad a los fieles de la familia de Narciso. Saludad a Trifena y a Trifosa, que tanto han trabajado por el Señor. Saludad a la carísima Pérside, que tanto se ha afanado en el servicio del Señor. Saludad a Rufo, insigne discípulo, y a su madre, que lo es también mía. Saludad a Asíncrito, a Flegonté, a Hermes, a Patrobas, a Hermas, y a los hermanos que viven con ellos. Saludad a Filólogo y a Julia, a Nereo y a su hermana, y a Olimpia y a todos los fieles que viven con ellos. Saludaos unos a otros con el ósculo santo. Os saludan todas las Iglesias de Cristo.

Os recomiendo que estéis alerta por los que promueven discordias y escándalos en contra de la doctrina que habéis recibido. Apartaos de ellos. Esos tales no sirven a Cristo, Señor nuestro, sino a su vientre; y, con sus palabras de halago y lisonja, seducen los corazones de los incautos.

Vuestra sumisión al mensaje de salvación ha llegado a conocimiento de todos. Así que siento una gran alegría por vosotros. Pero quiero que seáis sabios para el bien y limpios de todo mal. El Dios de la paz aplastará pronto a Satanás bajo vuestros pies. La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con vosotros.

Os envían saludos Timoteo, mi colaborador; y Lucio y Jasón y Sosípatro, hermanos míos. Os saludo en el Señor, también yo, Tercio, que escribo esta carta. Os envía saludos Cayo, que me hospeda a mí y a toda la Iglesia. Os saluda Erasto, el administrador de la ciudad, y el hermano Cuarto.

Al que tiene poder para confirmar vuestra fe en el espíritu de mi mensaje de salvación y de la doctrina predicada sobre Jesucristo, en el espíritu del misterio revelado, mantenido en el silencio sin fin de los siglos, pero manifestado ahora, y, mediante el testimonio de los profetas por disposición del Dios eterno, dado a conocer a todos los gentiles en orden a su sumisión a la fe: a Dios, al único sabio, sea por Jesucristo la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

RESPONSORIO    Rm 16, 19-20; Ef 6, 11

R. Quiero que seais sabios para el bien y limpios de todo mal. * El Dios de la paz aplastará pronto a Satanás bajo vuestros pies.
V. Revestíos de la armadura de Dios, para poder resistir a las asechanzas del demonio.
R. El Dios de la paz aplastará pronto a Satanás bajo vuestros pies.

SEGUNDA LECTURA

De la Constitución pastoral Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, del Concilio Vaticano segundo
(Núms. 35-36)

LA ACTIVIDAD HUMANA

La actividad humana, así como procede del hombre, así también se ordena al hombre, pues éste, con su actuación, no sólo transforma las cosas y la sociedad, sino que también se perfecciona a sí mismo. Aprende mucho, cultiva sus facultades, se supera y se trasciende.

Un desarrollo de este género, bien entendido, es de más alto valor que las riquezas exteriores que puedan recogerse. Más vale el hombre por lo que es que por lo que tiene.

De igual manera, todo lo que el hombre hace para conseguir una mayor justicia, una más extensa fraternidad, un orden más humano en sus relaciones sociales vale más que el progreso técnico. Porque éste puede ciertamente suministrar, como si dijéramos, el material para la promoción humana, pero no es capaz de hacer por sí solo que esa promoción se convierta en realidad.

De ahí que la norma de la actividad humana es la siguiente: que, según el designio y la voluntad divina, responda al auténtico bien del género humano y constituya para el hombre, individual y socialmente considerado, un enriquecimiento y realización de su entera vocación.

Sin embargo, muchos de nuestros contemporáneos parecen temer que una más estrecha vinculación entre la actividad humana y la religión sea un obstáculo a la autonomía del hombre, de las sociedades o de la ciencia. Si por autonomía de lo terreno entendemos que las cosas y las sociedades tienen sus propias leyes y su propio valor, y que el hombre debe irlas conociendo, empleando y sistematizando paulatinamente, es absolutamente legítima esta exigencia de autonomía, que no sólo reclaman los hombres de nuestro tiempo, sino que responde además a la voluntad del Creador. Pues, por el hecho mismo de la creación, todas las cosas están dotadas de una propia consistencia, verdad y bondad, de propias

leyes y orden, que el hombre está obligado a respetar, reconociendo el método propio de cada una de las ciencias o artes.

Por esto hay que lamentar ciertas actitudes que a veces se han manifestado entre los mismos cristianos, por no haber entendido suficientemente la legítima autonomía de la ciencia, actitudes que, por las contiendas y controversias que de ellas surgían, indujeron a muchos a pensar que existía una oposición entre la fe y la ciencia.

Pero si la expresión "autonomía de las cosas temporales" se entiende en el sentido de que la realidad creada no depende de Dios y de que el hombre puede disponer de todo sin referirlo al Creador, todo aquel que admita la existencia de Dios se dará cuenta de cuán equivocado sea este modo de pensar. La creatura, en efecto, no tiene razón de ser sin su Creador.

RESPONSORIO    Dt 2, 7; 8, 5

R. Dios te ha bendecido en todas tus empresas, ha protegido tu marcha a través de un gran desierto, * y te ha acompañado sin que te haya faltado nada.
V. Te ha educado como un padre educa a su hijo.
R. Y te ha acompañado sin que te haya faltado nada.

ORACIÓN.

OREMOS,
Concédenos, Señor, Dios nuestro, venerarte con toda el alma y amar a todos los hombres con afecto espiritual. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén

CONCLUSIÓN

V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.

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