OFICIO DE LECTURA
INVITATORIO
Si ésta es la primera oración del día:
V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza
Se añade el Salmo del Invitatorio con la siguiente antífona:
 
Ant. Aclamemos al Señor, en esta fiesta de san Pío de Pietrelcina.
Si antes se ha rezado ya alguna otra Hora:
 
V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
Himno: DICHOSOS LOS QUE, OYENDO LA LLAMADA
Dichosos los que, oyendo la llamada
de la fe y del amor en vuestra vida,
creísteis que la vida os era dada
para darla en amor y con fe viva.
Dichosos, si abrazasteis la pobreza
para llenar de Dios vuestras
alforjas,
para servirle a él con fortaleza,
con gozo y con amor a todas horas.
Dichosos mensajeros de verdades,
que fuisteis por caminos de la tierra,
predicando bondad contra maldades,
pregonando la paz contra las
guerras.
Dichosos, del amor dispensadores,
dichosos, de los tristes el consuelo,
dichosos, de los hombres servidores,
dichosos, herederos de los cielos. Amén.
SALMODIA
Ant 1. El Señor convoca cielo y tierra, para juzgar a su pueblo.
Salmo 49 I - LA VERDADERA RELIGIOSIDAD
El Dios de los dioses, el Señor, habla:
convoca la tierra de oriente a occidente.
Desde Sión, la hermosa, Dios resplandece:
viene nuestro Dios, y no callará.
Lo precede fuego voraz,
lo rodea
tempestad violenta.
Desde lo alto convoca cielo y tierra,
para juzgar a su pueblo:
«Congregadme a mis fieles,
que sellaron mi pacto con un sacrificio.»
Proclame el cielo su justicia;
Dios en persona va a
juzgar.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. El Señor convoca cielo y tierra, para juzgar a su pueblo.
Ant 2. Invócame el día del peligro y yo te libraré.
Salmo 49 II
«Escucha, pueblo mío, que voy a hablarte;
Israel, voy a dar testimonio contra ti;
—yo, el Señor, tu Dios—.
No te reprocho tus sacrificios,
pues siempre están tus holocaustos ante mí.
Pero
no aceptaré un becerro de tu casa,
ni un cabrito de tus rebaños;
pues las fieras de la selva son mías,
y hay miles de bestias en mis montes;
conozco todos los pájaros del cielo,
tengo a mano
cuanto se agita en los campos.
Si tuviera hambre, no te lo diría;
pues el orbe y cuanto lo llena es mío.
¿Comeré yo carne de toros,
beberé sangre de cabritos?
Ofrece a Dios un
sacrificio de alabanza,
cumple tus votos al Altísimo
e invócame el día del peligro:
yo te libraré, y tú me darás gloria.»
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Invócame el día del peligro y yo te libraré.
Ant 3. El sacrificio de acción de gracias me honra.
Salmo 49 III
Dios dice al pecador:
«¿Por qué recitas mis preceptos
y tienes siempre en la boca mi alianza,
tú que detestas mi enseñanza
y te echas a la espalda mis mandatos?
Cuando ves un
ladrón, corres con él;
te mezclas con los adúlteros;
sueltas tu lengua para el mal,
tu boca urde el engaño;
te sientas a hablar contra tu hermano,
deshonras al hijo de tu madre;
esto haces,
¿y me voy a callar?
¿Crees que soy como tú?
Te acusaré, te lo echaré en cara.»
Atención los que olvidáis a Dios,
no sea que os destroce sin remedio.
El que me ofrece
acción de gracias,
ése me honra;
al que sigue buen camino
le haré ver la salvación de Dios.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. El sacrificio de acción de gracias me honra.
V. No dejamos de orar y pedir por vosotros.
R. Que lleguéis al pleno conocimiento de la voluntad de Dios.
PRIMERA LECTURA
Del segundo libro de los Reyes 15, 1-5. 32-35; 16, 1-8
REINADOS DE AZARÍAS, YOTAN Y AJAZ EN JUDA
Azarías, hijo de Amasías, subió al trono de Judá el año veintisiete del reinado de Jeroboam de Israel. Cuando subió al trono tenía dieciséis años, y reinó en
Jerusalén cincuenta y dos años. Su madre se llamaba Yecolía, natural de Jerusalén. Hizo lo que el Señor aprueba, igual que su padre, Amasías. Pero no desaparecieron las ermitas de los altozanos:
allí seguía la gente sacrificando y quemando incienso. El Señor le envió una enfermedad de la piel hasta su muerte, así que vivió recluido en casa. Su hijo Yotán estaba al frente del palacio y
gobernaba la nación.
Yotán, hijo de Azarías, subió al trono de Judá el año segundo del reinado de Pecaj de Israel, hijo de Romelía. Cuando subió al trono, tenía veinticinco
años, y reinó en Jerusalén dieciséis años. Su madre se llamaba Yerusá, hija de Sadoc. Hizo lo que el Señor aprueba, igual que su padre, Azarías. Pero no desaparecieron las ermitas de los
altozanos: allí seguía la gente sacrificando y quemando incienso. Yotán construyó la puerta superior del templo.
Ajaz, hijo de Yotán, subió al trono de Judá el año diecisiete del
reinado de Pecaj, hijo de Romelía. Cuando subió al trono tenía veinte años, y reinó en Jerusalén dieciséis años. No hizo, como su antepasado David, lo que el Señor aprueba.
Imitó a los reyes de Israel. Incluso sacrificó a su hijo en la hoguera, según las costumbres aborrecibles de las naciones que el Señor había expulsado ante los israelitas. Sacrificaba y quemaba incienso en
los altozanos, en las colinas y bajo los árboles frondosos.
Por entonces, Rasín de Damasco y Pecaj de Israel, hijo de Romelía, subieron para atacar a Jerusalén; la cercaron, pero no pudieron conquistarla.
También por entonces, el rey de Edom reconquistó Eilat y expulsó de allí a los judíos; los de Edom fueron a Eilat y se establecieron allí hasta el día de hoy.
Ajaz mandó una
embajada a Tiglat Piléser, rey de Asiria, con este mensaje:
«Soy hijo y vasallo tuyo. Ven a librarme del poder del rey de Siria y del rey de Israel, que se han levantado en armas contra mí.»
Ajaz
cogió la plata y el oro que había en el templo y en el tesoro del palacio y se lo envió al rey de Asiria como regalo.
RESPONSORIO Cf. 2R 16, 5; cf. Is 7, 4
R. Rasín de Damasco y Pecaj de Israel, hijo de Romelía, subieron para atacar a Jerusalén. * Lucharon contra Ajaz, pero no pudieron vencerlo.
V. El Señor dijo a Ajaz: «No temas, no te acobardes ante esos dos cabos de tizones humeantes.»
R. Lucharon contra Ajaz, pero no pudieron vencerlo.
SEGUNDA LECTURA
De las cartas de San Pío de Pietrelcina
(Carta 500; 510; Epist.1, 1065; 1093-1095, Edic. 1992)
ALZARÉ FUERTE MI VOZ A ÉL Y NO CESARÉ
En fuerza de esta obediencia me resuelvo a manifestarle lo que sucedió en mí desde el día 5 por la tarde que se prolongó durante todo el 6 del corriente mes de agosto.
No soy capaz de decirle lo que
pasó a lo largo de este tiempo de superlativo martirio. Me hallaba confesando a nuestros seráficos la tarde del 5, cuando de repente me llené de un espantoso terror ante la visión de un personaje celeste que se me
presenta ante los ojos de la inteligencia. Tenía en la mano una especie de dardo, semejante a una larguísima lanza de hierro con una punta muy afilada y parecía como si de esa punta saliese fuego. Ver todo esto y observar
que aquel personaje arrojaba con toda violencia tal dardo sobre el alma fue todo uno. A duras penas exhalé un gemido, me parecía morir. Le dije al seráfico que se marchase, porque me sentía mal y no me encontraba
con fuerzas para continuar. Este martirio duro sin interrupción hasta la mañana del día siete. No sabría decir cuánto sufrí en este periodo tan luctuoso. Sentía también las
entrañas como arrancadas y desgarradas por aquel instrumento mientras todo quedaba sometido a hierro y fuego.
Y ¿qué decirle con respecto a lo que me pregunta sobre cómo sucedió mi crucifixión?
¡Dios mío, qué confusión y humillación experimento al tener que manifestar lo que tú has obrado en esta tu mezquina criatura!
Era la mañana del 20 del pasado mes de septiembre en el coro,
después de la celebración de la santa misa, sentí una sensación de descanso, semejante a un dulce sueño. Todos los sentidos internos y externos, incluso las mismas facultades del alma se encontraron en una
quietud indescriptible. Durante todo esto se hizo un silencio total en torno a mí y dentro de mí; siguió luego una gran paz y abandono en la más completa privación de todo, como un descanso dentro de la
propia ruina. Todo esto sucedió con la velocidad del rayo.
Y mientras sucedía todo esto, me encontré delante de un misterioso personaje, semejante al que había visto la tarde del 5 de agosto, que se
diferenciaba de éste solamente en que tenía las manos, los pies y el costado manando sangre. Sólo su visión me aterrorizó; no sabría expresar lo que sentí en aquel momento. Creí morir y
habría muerto si el Señor no hubiera intervenido para sostener mi corazón, el cual latía como si se quisiera salir del pecho. La visión del personaje desapareció y yo me encontré con las manos,
los pies y el costado traspasados y manando sangre. Imaginad qué desgarro estoy experimentando continuamente casi todos los días. La herida del corazón mana asiduamente sangre, sobre todo desde el jueves por la tarde hasta
el sábado.
Padre mío, yo muero de dolor por el desgarro y la subsiguiente confusión que yo sufro en lo más íntimo del corazón. Temo morir desangrado, si el Señor no escucha los gemidos de
mi corazón y retira de mí este peso. ¿Me concederá esta gracia Jesús que es tan bueno? ¿Me quitará al menos esta confusión que experimento por estas señales externas? Alzaré
fuerte mi voz a él sin cesar, para que por su misericordia retire de mí la aflicción, no el desgarro ni el dolor, porque lo veo imposible y yo deseo embriagarme de dolor, sino estas señales externas que son para
mí de una confusión y humillación indescriptible e insostenible.
El personaje del que quería hablarle en mi anterior, no es otro que el mismo del que le hablé en otra carta mía y que vi el 5 de
agosto. El continúa su actividad sin parar, con gran desgarro del alma. Siento en mi interior como un continuo rumor, como el de una cascada, que está siempre echando sangre. ¡Dios mío!
Es justo el castigo y
recto tu juicio, pero trátame al fin con misericordia. Señor —te diré siempre con tu profeta—: Señor no me corrijas con ira, no me castigues con cólera. Padre mío, ahora que conoces toda mi
interioridad, no desdeñes de hacer llegar hasta mí la palabra de consuelo, en medio de tan feroz y dura amargura.
RESPONSORIO Mt 16, 24; Hb 12, 2
R. Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, * tome su cruz y sígame.
V. Cristo en lugar del gozo que se le proponía, soportó la cruz sin miedo a la ignominia.
R.
Tome su cruz y sígame.
ORACIÓN.
OREMOS,
Tú, Señor, que concediste a san Pío de Pietrelcina el don de imitar con fidelidad a Cristo pobre y humilde, concédenos también a nosotros, por intercesión de este santo, la gracia de que, viviendo
fielmente nuestra vocación, tendamos hacia la perfección que nos propones en la persona de tu Hijo. Él, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.