OFICIO DE LECTURA
Si el Oficio de Lectura es la primera oración del día:
V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza
Se añade el Salmo del Invitatorio con la siguiente antífona:
 
Ant. Al Rey que viene, al Señor que se acerca, venid, adorémosle.
Si antes del Oficio de lectura se ha rezado ya alguna otra Hora:
 
V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
Himno: DE LUZ NUEVA SE VISTE LA TIERRA
De luz nueva se viste la tierra,
porque el Sol que del cielo ha venido,
en la entraña feliz de la Virgen,
de su carne se ha revestido.
El amor hizo nuevas las cosas,
el Espíritu ha descendido
y la sombra
del que todo puede
en la Virgen su luz ha encendido.
Ya la tierra reclama su fruto
y de bodas se anuncia alegría;
el Señor que en los cielos habita
se hizo carne en la Virgen María.
Gloria a Dios,
el Señor poderoso,
a su Hijo y Espíritu Santo,
que amoroso nos ha bendecido
y a su reino nos ha destinado. Amén.
SALMODIA
Ant 1. También nosotros gemimos en nuestro interior, aguardando la redención de nuestro cuerpo.
Salmo 38 I - SÚPLICA DE UN ENFERMO
Yo me dije: vigilaré mi proceder,
para que no se me vaya la lengua;
pondré una mordaza a mi boca
mientras el impío esté presente.
Guardé silencio resignado,
no hablé con
ligereza;
pero mi herida empeoró,
y el corazón me ardía por dentro;
pensándolo me requemaba,
hasta que solté la lengua.
Señor, dame a conocer mi fin
y cuál es la medida de
mis años,
para que comprenda lo caduco que soy.
Me concediste un palmo de vida,
mis días son nada ante ti;
el hombre no dura más que un soplo,
el hombre pasa como pura sombra,
por un soplo se afana,
atesora
sin saber para quién.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. También nosotros gemimos en nuestro interior, aguardando la redención de nuestro cuerpo.
Ant 2. Escucha, Señor, mi oración: no seas sordo a mi llanto.
Salmo 38 II
Y ahora, Señor, ¿qué esperanza me queda?
Tú eres mi confianza.
Líbrame de mis iniquidades,
no me hagas la burla de los necios.
Enmudezco, no abro la boca,
porque eres tú quien lo
ha hecho.
Aparta de mí tus golpes,
que el ímpetu de tu mano me acaba.
Escarmientas al hombre
castigando su culpa;
como una polilla roes sus tesoros;
el hombre no es más que un soplo.
Escucha,
Señor, mi oración,
haz caso de mis gritos,
no seas sordo a mi llanto;
porque yo soy huésped tuyo,
forastero como todos mis padres.
Aplaca tu ira, dame respiro,
antes de que pase y no exista.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Escucha, Señor, mi oración: no seas sordo a mi llanto.
Ant 3. Yo confío en la misericordia del Señor por siempre jamás.
Salmo 51 - CONTRA LA VIOLENCIA DE LOS CALUMNIADORES
¿Por qué te glorías de la maldad
y te envalentonas contra el piadoso?
Estás todo el día maquinando injusticias,
tu lengua es navaja afilada,
autor de fraudes;
prefieres el mal al bien,
la mentira a la honradez;
prefieres las palabras corrosivas,
lengua embustera.
Pues Dios te destruirá para siempre,
te abatirá y te barrerá de tu tienda;
arrancará tus raíces
del
suelo vital.
Lo verán los justos, y temerán,
y se reirán de él:
«Mirad al valiente
que no puso en Dios su apoyo,
confió en sus muchas riquezas,
se insolentó en sus
crímenes.»
Pero yo, como verde olivo,
en la casa de Dios,
confío en su misericordia
por siempre jamás.
Te daré siempre gracias
porque has actuado;
proclamaré delante de tus
fieles:
«Tu nombre es bueno.»
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Yo confío en la misericordia del Señor por siempre jamás.
V. Señor, Dios nuestro, restáuranos.
R. Haz brillar tu rostro sobre nosotros y sálvanos.
PRIMERA LECTURA
Comienza el libro de Rut. 1, 1-22
FIDELIDAD DE RUT
En tiempo de los Jueces, hubo hambre en el país, y un hombre emigró, con su mujer y sus dos hijos, desde Belén de Judá a la campiña de Moab. Se llamaba Elimelec; su mujer, Noemí, y sus hijos,
Majlón y Kilión. Eran efrateos, de Belén de Judá. Llegados a la campiña de Moab, se establecieron allí.
Elimelec, el marido de Noemí, murió, y quedaron con ella sus dos hijos, que
se casaron con dos mujeres moabitas: una se llamaba Orfá, y la otra, Rut. Pera al cabo de diez años de residir allí, murieron también los dos hijos, Majlón y Kilión, y la mujer se quedó sin
marido y sin hijos.
Al enterarse de que el Señor había atendido a su pueblo dándole pan, Noemí, con sus dos nueras, emprendió el camino de vuelta desde la campiña de Moab. En
compañía de sus dos nueras salió del lugar donde residía, y emprendieron el regreso al país de Judá. Noemí dijo a sus dos nueras:
«Andad, volveos cada una a vuestra casa. Que el
Señor os trate con piedad, como vosotras lo habéis hecho con mis muertos y conmigo. El Señor os conceda vivir tranquilas en casa de un nuevo marido.»
Las abrazó. Ellas, rompiendo a llorar, le
replicaron:
«¡De ningún modo! Volveremos contigo a tu pueblo.»
Noemí insistió:
«Volveos, hijas. ¿A qué vais a venir conmigo? ¿Creéis que podré
tener más hijos, para casaros con ellos? Andad, volveos, hijas, que soy demasiado vieja para casarme. Y aunque pensara que me queda esperanza, y me casara esta noche, y tuviera hijos, ¿vais a esperar a que crezcan, vais a
renunciar, por ellos, a casaros? No, hijas. Mi suerte es más amarga que la vuestra, porque la mano del Señor se ha desatado contra mí.»
De nuevo rompieron a llorar. Orfá se despidió de su suegra
y volvió a su pueblo, mientras que Rut se quedó con Noemí. Noemí le dijo:
«Mira, tu cuñada se ha vuelto a su pueblo y a su dios. Vuélvete tú con ella.»
Pero Rut
contestó:
«No insistas en que te deje y me vuelva. Donde tú vayas, iré yo; donde tú vivas, viviré yo; tu pueblo es el mío, tu Dios es mi Dios; donde tú mueras, allí
moriré y allí me enterrarán. Sólo la muerte podrá separarnos; y si no, que el Señor me castigue.»
Al ver que se empeñaba en ir con ella, Noemí no insistió más.
Y siguieron caminando las dos hasta Belén.
Cuando llegaron, se alborotó toda la población, y las mujeres decían:
«¡Si es Noemí!»
Ella corregía:
«No
me llaméis Noemí. Llamadme Mara, porque el Todopoderoso me ha llenado de amargura. Llena me marché, y el Señor me trae vacía. No me llaméis Noemí, que el Señor me afligió, el
Todopoderoso me maltrató.»
Así fue como Noemí, con su nuera Rut, la moabita, volvió de la campiña de Moab. Empezaba la siega de la cebada cuando llegaron a Belén.
RESPONSORIO Jl 3, 5; Am 9, 11-12
R. En el monte de Sión y en Jerusalén quedará un resto; como lo ha prometido el Señor a los supervivientes * que él llamó.
V. Levantaré la tienda caída de David, levantaré sus ruinas, para que posean las primicias de Edom y de todas las naciones.
R. Que él llamó.
SEGUNDA LECTURA
De los Comentarios de san Agustín, obispo, sobre los salmos
(Salmo 109, 1-3: CCL 40, 1601-1603)
DIOS NOS OTORGA SUS PROMESAS POR MEDIO DE SU HIJO
Dios estableció el tiempo de sus promesas y la época de su cumplimiento.
El período de las promesas abarcó desde el tiempo de los profetas hasta Juan Bautista; desde éste hasta el fin es el tiempo
de su cumplimiento.
Fiel es Dios, que se constituyó en nuestro deudor; no porque haya recibido algo de nosotros, sino porque nos prometió tan grandes bienes. La promesa le pareció poco; por eso quiso obligarse por
escrito, firmando, por decirlo así, un documento que atestiguara sus promesas, para que, cuando comenzara a cumplir las cosas que prometió, viésemos en ese escrito en qué orden se cumplirían. El tiempo de las
profecías era -como muchas veces lo he afirmado- el del anuncio de las promesas.
Prometió la salvación eterna, la vida bienaventurada y sin fin en compañía de los ángeles, la herencia
imperecedera, la gloria eterna, la dulzura de la contemplación de su rostro, su templo santo en los cielos y, como consecuencia de la resurrección, la ausencia total del miedo a la muerte. Ésta es, en cierto modo, su
promesa final, hacia la que tienden todos nuestros cuidados, porque una vez que la hayamos alcanzado ya no buscaremos ni exigiremos ninguna otra cosa. También manifestó en qué orden se cumplirían sus promesas y
profecías hasta alcanzar ese último fin.
Prometió la divinidad a los hombres, la inmortalidad a los mortales, la justificación a los pecadores, la glorificación a creaturas despreciables.
Sin
embargo, hermanos, como a los hombres les parecía increíble la promesa de Dios de sacarlos de su condición mortal -de corrupción, bajeza, debilidad, polvo y ceniza- para asemejarlos a los ángeles, no
sólo firmó una alianza con los hombres para incitarlos a creer, sino que también estableció un mediador como garante de su fidelidad; y no estableció como mediador a cualquier príncipe o a un
ángel o arcángel, sino a su Hijo único. Y por él nos mostró el camino que nos conduciría hacia el fin prometido.
Pero no bastó a Dios indicarnos el camino por medio de su Hijo: quiso que
él mismo fuera el camino, para que, bajo su dirección, tú caminaras por él.
Por tanto, el Hijo único de Dios tenía que venir a los hombres, tenía que hacerse hombre y, en su
condición de hombre, tenía que morir, resucitar, subir al cielo, sentarse a la derecha del Padre y cumplir todas sus promesas en favor de las naciones. Y, después del cumplimiento de estas promesas, cumplirá
también la promesa de venir otra vez para pedir cuentas de sus dones, para separar a los que se hicieron merecedores de su ira de quienes se hicieron merecedores de su misericordia, para castigar a los impíos, conforme lo
había amenazado, y para recompensar a los justos, según lo había prometido.
Todo esto debió ser profetizado y preanunciado para que no atemorizara a nadie si acontecía de repente, sino que, siendo
objeto de nuestra fe, lo fuese también de una ardiente esperanza.
RESPONSORIO Mi 7, 19; Hch 10, 43
R. Nuestro Dios volverá a compadecerse, * extinguirá nuestras culpas y arrojará al fondo del mar todos nuestros delitos.
V. Todos los profetas aseguran que cuantos tengan fe en él recibirán por su nombre el perdón de sus pecados.
R.
Extinguirá nuestras culpas y arrojará al fondo del mar todos nuestros delitos.
ORACIÓN.
OREMOS,
Dios todopoderoso, que nos has mandado preparar el camino para la venida de Cristo, no permitas que desfallezcamos por nuestras debilidades los que esperamos la llegada consoladora del médico celestial. Él, que vive y reina
contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.