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OFICIO DE LECTURA

INVITATORIO


Si ésta es la primera oración del día:

V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza

Se añade el Salmo del Invitatorio con la siguiente antífona:
 
Ant. Venid, adoremos a Cristo Jesús, que nos encomendó como hijos a su providente madre.

Si antes se ha rezado ya alguna otra Hora:
 
V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.



Himno: MADRE DE LA DIVINA PROVIDENCIA

Madre de la Divina Providencia,
a ti eleva confiado el cristiano
sus votos en piadosa oración,
fuente viva de amor.

Para el pueblo que avanza por el mundo
al ritmo del trabajo y el dolor,
tu experiencia de fe da el sentido
de la vida con Dios.

Eres la Virgen fiel y silenciosa
que al servicio de Dios y de su obra
desde la Anunciación hasta la muerte
dices tu humilde "Sí".

Eres la Virgen-Madre admirable
que en el Gólgota extiendes tu misión
acogiendo a los hombre como hijos
de tu amor y dolor.

Eterna gloria sea al Dios vivo,
Uno en el ser y Trino en las personas:
Padre, Hijo y Espíritu de amor,
que a todos da la vida. Amén.

SALMODIA

Ant 1. Virgen Madre de Dios, que estás en la presencia de Dios, intercede por nosotros.

Salmo 23 - ENTRADA SOLEMNE DE DIOS EN SU TEMPLO.

Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
El la fundó sobre los mares,
El la afianzó sobre los ríos.

¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?

El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ese recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.

Este es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.

¡Portones!, alzad los dinteles,
levantaos, puertas antiguas:
va a entrar el Rey de la gloria.

¿Quién es ese Rey de la gloria?
El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.

¡Portones! alzad los dinteles,
levantaos, puertas antiguas:
va a entrar el Rey de la gloria.

¿Quién es ese Rey de la gloria?
El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Virgen Madre de Dios, que estás en la presencia de Dios, intercede por nosotros.

Ant 2. Bendita eres, María, entre todas las mujeres, porque en el peligro fuiste nuestro auxilio.

Salmo 45 - DIOS, REFUGIO Y FORTALEZA DE SU PUEBLO

Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza,
poderoso defensor en el peligro.

Por eso no tememos aunque tiemble la tierra
y los montes se desplomen en el mar.

Que hiervan y bramen sus olas,
que sacudan a los montes con su furia:

El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.

El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios,
el Altísimo consagra su morada.

Teniendo a Dios en medio, no vacila;
Dios la socorre al despuntar la aurora.

Los pueblos se amotinan, los reyes se rebelan;
pero él lanza su trueno y se tambalea la tierra.

El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.

Venid a ver las obras del Señor,
las maravillas que hace en la tierra:

Pone fin a la guerra hasta el extremo del orbe,
rompe los arcos, quiebra las lanzas,
prende fuego a los escudos.

«Rendíos, reconoced que yo soy Dios:
más alto que los pueblos, más alto que la tierra.»

El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Bendita eres, María, entre todas las mujeres, porque en el peligro fuiste nuestro auxilio.

Ant 3. Reina sobre nosotros, junto con tu Hijo, porque nos has liberado de la mano de los enemigos.

Salmo 86 - HIMNO A JERUSALÉN, MADRE DE TODOS LOS PUEBLOS.

Él la ha cimentado sobre el monte santo;
y el Señor prefiere las puertas de Sión
a todas las moradas de Jacob.

¡Qué pregón tan glorioso para ti,
ciudad de Dios!
«Contaré a Egipto y a Babilonia
entre mis fieles;
filisteos, tirios y etíopes
han nacido allí.»

Se dirá de Sión: «Uno por uno
todos han nacido en ella;
el Altísimo en persona la ha fundado.»

El Señor escribirá en el registro de los pueblos:
«Éste ha nacido allí.»
Y cantarán mientras danzan:
«Todas mis fuentes están en ti.»

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Reina sobre nosotros, junto con tu Hijo, porque nos has liberado de la mano de los enemigos.

V. María conservaba todas estas cosas.
R. Meditándolas en su corazón.


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 7, 10-14; 8, 10; 11, 1-9

EL EMMANUEL REY PACIFICO

En aquellos días, habló el Señor a Ajaz, diciendo:
"Pide una señal al Señor, tu Dios: en lo hondo del abismo o en lo alto del cielo."
Respondió Ajaz:
"No la pido, no quiero tentar al Señor."

Entonces dijo Isaías:
"Escucha, heredero de David: ¿No os basta cansar a los hombres, que cansáis incluso a mi Dios? Pues el Señor, por su cuenta, os dará él mismo una señal. Mirad: la joven ha concebido y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, porque tenemos a Dios-con-nosotros.

Saldrá un renuevo del tronco de Jesé, y de su raíz brotará un vástago. Sobre él se posará el espíritu del Señor: espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de ciencia y de temor del Señor.

No juzgará por apariencias ni sentenciará sólo de oídas; juzgará a los pobres con justicia, con rectitud a los desamparados. Herirá al violento con la vara de su boca, y al malvado con el aliento de sus labios. La justicia será el ceñidor de su cintura, y la lealtad el cinturón de sus caderas.

Habitará el lobo con el cordero, y la pantera se echará con el cabrito, el novillo y el león pacerán juntos: y un niño pequeño los conducirá. La vaca pastará con el oso, sus crías yacerán juntas; el león comerá paja con el buey. El niño jugará junto al agujero del áspid, la criatura meterá la mano en el escondrijo de la serpiente. Nadie hará daño ni estrago por todo mi Monte Santo: porque estará lleno el país de ciencia del Señor, como las aguas colman el mar."

RESPONSORIO    Cf. Ga 4, 4-5; Ef 2,4; Rm 8, 3

R. Mirad que ya se cumplió el tiempo, y ha enviado Dios a su Hijo a la tierra, nacido de una Virgen, nacido bajo la ley, * para rescatar a los que estaban bajo la ley.
V. Por el gran amor con que nos amó, envió a su propio Hijo, sometido a una existencia semejante a la de la carne de pecado.
R. Para rescatar a los que estaban bajo la ley.

SEGUNDA LECTURA

De los Escritos del padre Juan Semeria, Barnabita.
(Mater Divinæ Providentiæ, noviembre 1922, pp. 372-375)

MADRE DE LA DIVINA PROVIDENCIA.

Muchos hermosos títulos se le dan a la Virgen, en la mayoría de los casos fruto de la simple y espontánea piedad del pueblo, siguiendo esa teología amorosa que es el sensus fidei. Estos títulos emanan un calor de cariño, un perfume de franca bondad. Son poesía, luz, calor, manifiestan una verdad y la expresan eficazmente: esos títulos encierran toda una teología mariana. Al sólo repetirlos se renuevan, se fortalecen ideas y afectos.

Nuestro título nos introduce de lleno en la teología. Madre: es la síntesis de las grandezas de la "Madonna". Ella es "Madonna" por haber sido madre. ¡Madre de Jesucristo!, esto lo dice todo. De allí brota la grandeza humana de María. Una mujer alcanza la plenitud cuando es madre. Madre es el título más excelso de y para una mujer. Hasta una reina no llega a ser feliz si no es madre; y una madre tiene en la maternidad el secreto de la alegría y el orgullo que una reina no conoce. La madre es bendita entre las mujeres, como María es bendita entre las madres.

Ese nombre de madre expresa la grandeza divina de María. Más encumbrada que toda criatura, por ser madre de Jesús, hijo del hombre, hijo de Dios. La grandeza divina del Hijo se refleja en la madre. Es bendita entre las madres, es bendita porque el fruto de su vientre se llama Jesús, es Jesucristo.

María es madre de todos nosotros; madre en Jesús, universal, por eso única. El amor, la acción, el sacrificio de Jesús recorre el mundo, el tiempo, llega a los límites de la tierra, alcanza la eternidad. Y donde llega, donde se ensancha la acción, el amor, la caridad de Cristo, se ensancha el amor de la madre María.

Pero el título, el canto breve, la rápida, densa poesía continúa: de la divina Providencia, relacionando a María y, a través de esa relación llevándonos a nosotros al dogma fundamental no sólo del cristianismo, sino de toda experiencia religiosa, por muy elemental y pobre que ella sea: el dogma de la Providencia de Dios. Quien se acerque, quien simplemente quiere acercarse a Dios, dar un paso, aunque pequeño, pero sí un paso hacia Dios, no basta con que crea en su existencia, sino que es justo retribuidor de las obras del hombre, próvido en su sentido más fundamental y alto (cfr Heb 11,6). Cuando se cortan los puentes entre cielo y tierra, ¿qué importa que exista el cielo, qué nos importa a nosotros? Es por eso que San Pablo proclama que nuestra vida religiosa no es suficiente la fría y desnuda idea de un Dios: existe Dios. Es necesaria además, la cálida, luminosa benéfica idea de un Dios providente, que piensa en nosotros, que se preocupa de nosotros. El cristianismo, religión cálida, viva, el cristianismo, plena revelación de Dios, empieza allí, está todo en eso de alguna manera. Porque, al aceptar la Providencia, la Providencia de Dios, el resto deriva con una lógica propia, fácil, maravillosa.

Todo es absurdo, sería absurdo, inconcebible en el cristianismo, al negar u olvidar este dogma grande de la Providencia. Mientras, al aceptar gozosos este dogma, todo es fácil. En eso se fundamenta toda nuestra vida práctica, toda. La vida cristiana es oración; pero no se reza a un Dios orgánicamente sordo y cerrado a nuestras invocaciones. La vida cristiana es coordinación de toda nuestra acción a un fin divinamente prefijado y, más simplemente, es obediencia a Dios; eso sí que sólo se puede obedecer a un Dios que nos mande con amor. La vida cristiana es viril resignación frente al dolor; pero no se puede aceptar con resignación el dolor a no ser que venga de las manos de un padre providente y bueno.

Con su lindo nombre, con su dulce título, María, Madre de la Divina Providencia, nos guía a este punto central del cristianismo verdadero, sano, santo. Nos introduce suavemente, asiduamente en ese clima que debemos respirar si queremos que nuestra alma sea vigorosa, cristianamente fuerte. La Madre nos conduce al Padre.

RESPONSORIO    

R. Cambia nuestro duelo en día de fiesta, * para que podamos entonar himnos en tu nombre, Señor.
V. Convierte nuestro duelo en alegría y nuestra angustia en salvación,
R. porque podamos entonar himnos en tu nombre, Señor.

Himno: SEÑOR, DIOS ETERNO

Señor, Dios eterno, alegres te cantamos,
A ti nuestra alabanza,
A ti, Padre del cielo, te aclama la creación.

Postrados ante ti, los ángeles te adoran
Y cantan sin cesar:

Santo, santo, santo es el Señor,
Dios del universo;
Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria.

A ti, Señor, te alaba el coro celestial de los apóstoles,
La multitud de los profetas te enaltece,
Y el ejército glorioso de los mártires te aclama.

A ti la Iglesia santa,
Por todos los confines extendida,
Con júbilo te adora y canta tu grandeza:

Padre, infinitamente santo,
Hijo eterno, unigénito de Dios,
Santo Espíritu de amor y de consuelo.

Oh Cristo, tú eres el Rey de la gloria,
Tú el Hijo y Palabra del Padre,
Tú el Rey de toda la creación.

Tú, para salvar al hombre,
Tomaste la condición de esclavo
En el seno de una virgen.

Tú destruiste la muerte
Y abriste a los creyentes las puertas de la gloria.

Tú vives ahora,
Inmortal y glorioso, en el reino del Padre.

Tú vendrás algún día,
Como juez universal.

Muéstrate, pues, amigo y defensor
De los hombres que salvaste.

Y recíbelos por siempre allá en tu reino,
Con tus santos y elegidos.

La parte que sigue puede omitirse, si se cree oportuno.

Salva a tu pueblo, Señor,
Y bendice a tu heredad.

Sé su pastor,
Y guíalos por siempre.

Día tras día te bendeciremos
Y alabaremos tu nombre por siempre jamás.

Dígnate, Señor,
Guardarnos de pecado en este día.

Ten piedad de nosotros, Señor,
Ten piedad de nosotros.

Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
Como lo esperamos de ti.

A ti, Señor, me acojo,
No quede yo nunca defraudado.


ORACIÓN.

OREMOS,
Atiende propicio, Señor, a tu pueblo que con júbilo festivo celebra la solemnidad de la Virgen María, Madre de la Divina Providencia, y concédele que, bajo el glorioso patrocinio de tan excelsa madre, con su caridad fraterna promueva una sociedad más humana y a la vez sea edificador y testigo de tu verdad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén

CONCLUSIÓN

V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.

Of La Tr Sx Nn Vs Cm