OFICIO DE LECTURA
INVITATORIO
Si ésta es la primera oración del día:
V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza
Se añade el Salmo del Invitatorio con la siguiente antífona:
 
Ant. Aclama al Señor, tierra entera, servid al Señor con alegría.
Si antes se ha rezado ya alguna otra Hora:
 
V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
Himno: PUES BUSCO, DEBO ENCONTRAR
Pues busco, debo encontrar;
pues llamo, débenme abrir;
pues pido, me deben dar;
pues amo, débenme amar
aquel que me hizo vivir.
¿Calla? Un día me hablará.
¿Pasa? No lejos
irá.
¿Me pone a prueba? Soy fiel.
¿Pasa? No lejos irá:
pues tiene alas mi alma, y va
volando detrás de él.
Es poderoso, mas no
podrá mi amor esquivar;
invisible se
volvió,
mas ojos de lince yo
tengo y le habré de mirar.
Alma, sigue hasta el final
en pos del Bien de los bienes,
y consuélate en tu mal
pensando con fe total:
¿Le buscas? ¡Es que lo
tienes! Amén
SALMODIA
Ant 1. También nosotros gemimos en nuestro interior, aguardando la redención de nuestro cuerpo.
Salmo 38 I - SÚPLICA DE UN ENFERMO
Yo me dije: vigilaré mi proceder,
para que no se me vaya la lengua;
pondré una mordaza a mi boca
mientras el impío esté presente.
Guardé silencio resignado,
no hablé con
ligereza;
pero mi herida empeoró,
y el corazón me ardía por dentro;
pensándolo me requemaba,
hasta que solté la lengua.
Señor, dame a conocer mi fin
y cuál es la medida de
mis años,
para que comprenda lo caduco que soy.
Me concediste un palmo de vida,
mis días son nada ante ti;
el hombre no dura más que un soplo,
el hombre pasa como pura sombra,
por un soplo se afana,
atesora
sin saber para quién.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. También nosotros gemimos en nuestro interior, aguardando la redención de nuestro cuerpo.
Ant 2. Escucha, Señor, mi oración: no seas sordo a mi llanto.
Salmo 38 II
Y ahora, Señor, ¿qué esperanza me queda?
Tú eres mi confianza.
Líbrame de mis iniquidades,
no me hagas la burla de los necios.
Enmudezco, no abro la boca,
porque eres tú quien lo
ha hecho.
Aparta de mí tus golpes,
que el ímpetu de tu mano me acaba.
Escarmientas al hombre
castigando su culpa;
como una polilla roes sus tesoros;
el hombre no es más que un soplo.
Escucha,
Señor, mi oración,
haz caso de mis gritos,
no seas sordo a mi llanto;
porque yo soy huésped tuyo,
forastero como todos mis padres.
Aplaca tu ira, dame respiro,
antes de que pase y no exista.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Escucha, Señor, mi oración: no seas sordo a mi llanto.
Ant 3. Yo confío en la misericordia del Señor por siempre jamás.
Salmo 51 - CONTRA LA VIOLENCIA DE LOS CALUMNIADORES
¿Por qué te glorías de la maldad
y te envalentonas contra el piadoso?
Estás todo el día maquinando injusticias,
tu lengua es navaja afilada,
autor de fraudes;
prefieres el mal al bien,
la mentira a la honradez;
prefieres las palabras corrosivas,
lengua embustera.
Pues Dios te destruirá para siempre,
te abatirá y te barrerá de tu tienda;
arrancará tus raíces
del
suelo vital.
Lo verán los justos, y temerán,
y se reirán de él:
«Mirad al valiente
que no puso en Dios su apoyo,
confió en sus muchas riquezas,
se insolentó en sus
crímenes.»
Pero yo, como verde olivo,
en la casa de Dios,
confío en su misericordia
por siempre jamás.
Te daré siempre gracias
porque has actuado;
proclamaré delante de tus
fieles:
«Tu nombre es bueno.»
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Yo confío en la misericordia del Señor por siempre jamás.
V. Mi alma espera en el Señor.
R. Espera en su palabra.
PRIMERA LECTURA
Comienza la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo 1, 1-18
PABLO EXHORTA A TIMOTEO AL CUMPLIMIENTO DE SU MISIÓN
Pablo, apóstol de Cristo Jesús por voluntad de Dios, para anunciar la vida prometida, vida que tenemos en Cristo Jesús, a Timoteo, mi amado hijo: Gracia, misericordia y paz de parte de Dios Padre y de Cristo
Jesús, nuestro Señor.
Doy gracias a Dios, a quien sirvo desde mi niñez con pureza de conciencia, siempre que en mis oraciones hago memoria de ti, día y noche, sin cesar. Al acordarme de tus lágrimas,
tengo vivos deseos de verte, para llenarme de gozo con la memoria de tu sinceridad en la fe. Esta fe arraigó primero en tu abuela Loida y en tu madre Eunice, y ahora también brilla en ti, como de ello estoy convencido.
Por
este motivo, quiero recordarte que has de dar nueva vida al don de Dios, que está en ti por la imposición de mis manos. Porque no nos ha dado Dios un espíritu de timidez, sino de fortaleza, de caridad y de dominio de
sí mismo. No te avergüences, pues, de dar testimonio de nuestro Señor, ni te avergüences de mí, que estoy encadenado por él. Comparte valientemente conmigo los sufrimientos por la causa del Evangelio,
apoyado en el poder de Dios, que nos ha salvado y nos ha llamado con santa llamada, no según nuestras obras, sino según su propio propósito y su gracia, que nos dio con Cristo Jesús antes de los tiempos eternos.
Esta gracia se nos otorgó en Cristo Jesús antes de la creación de los siglos y se ha manifestado ahora con la aparición de nuestro salvador, Cristo Jesús. Él ha aniquilado la muerte, y ha hecho brillar
la vida y la inmortalidad por el Evangelio, cuyo predicador, apóstol y doctor, me ha constituido Dios.
Por esta causa sufro también estas cadenas; pero no me avergüenzo, porque sé en quién he puesto mi
fe, y estoy seguro que tiene poder para guardar hasta aquel día el depósito de la fe, que me ha confiado. Toma como norma de la sana doctrina que de mis labios recibiste la fe y la caridad que están en Cristo Jesús.
Conserva el precioso depósito de la fe, bajo la acción del Espíritu Santo que mora en nosotros.
Ya sabrás que me han abandonado todos los del Asia Menor, entre ellos Figelo y Hermógenes. Conceda el
Señor misericordia a la familia de Onesíforo, que tantas veces me confortó y no se avergonzó de mis cadenas, sino que a su llegada a Roma me buscó con toda solicitud hasta encontrarme. El Señor le
conceda hallar misericordia en aquel día, cerca del Señor. Ya conoces tú mejor que nadie los buenos servicios que me prestó en Éfeso.
RESPONSORIO Rm 8, 15-16; 2Tm 1, 7
R. No habéis recibido un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: ¡Abba! (Padre). * El
Espíritu de Dios y nuestro espíritu dan un testimonio concorde: que somos hijos de Dios.
V. No nos ha dado Dios un espíritu de timidez, sino de fortaleza, de caridad y de dominio de sí mismo.
R. El Espíritu de Dios y nuestro espíritu dan un testimonio concorde: que somos hijos de Dios.
SEGUNDA LECTURA
Del Comentario de Orígenes, presbítero, sobre el evangelio de san Juan
(Tomo 10, 20: PG 14, 370-371)
CRISTO SE REFERÍA AL TEMPLO DE SU PROPIO CUERPO
Destruid este templo y yo lo levantaré en tres días.
Creo que en esta frase los judíos representan a los hombres carnales, entregados a la vida de los sentidos. Indignados al ver que Jesús había
arrojado a los que con sus actos convertían la casa del Padre en lugar de negocios, pedían al Hijo de Dios, a quien ellos no reconocían, un signo con el que probara su autoridad para obrar de esta forma. El Salvador les
dio entonces una respuesta en la que se refería tanto a su cuerpo como al templo sobre el que ellos preguntaban. En efecto, al decir ellos: ¿Qué señal nos das que justifique lo que haces?, Jesús responde:
Destruid este templo y yo lo levantaré en tres días.
Según mi parecer, tanto el templo como el cuerpo de Cristo pueden llamarse, con toda verdad, figura de la Iglesia, pues la Iglesia, construida de piedras vivas,
edificada como templo del Espíritu, formando un sacerdocio sagrado, cimentada sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, y teniendo al mismo Cristo Jesús como piedra angular, puede llamarse templo con toda
razón. Por ello la Escritura afirma de los fieles: Vosotros sois cuerpo de Cristo, y sois miembros unos de otros. Por tanto, aunque el buen orden de las diversas piedras viniera a derribarse, aunque los huesos de Cristo fueran
dispersados por las embestidas de la persecución, o los tormentos con que nos amenazan los perseguidores pretendieran destruir la unidad de este templo, el templo sería nuevamente reconstruido y el cuerpo resucitaría al
tercer día, es decir, pasado el día del mal que se avecina y el de la consumación que lo seguirá.
Porque llegará ciertamente un tercer día y en él nacerá un cielo nuevo y una
tierra nueva, cuando estos huesos, es decir, la casa toda de Israel, resucitarán en aquel solemne y gran domingo en el que la muerte será definitivamente aniquilada. Por ello podemos afirmar que la resurrección de Cristo,
que pone fin a su cruz y a su muerte, contiene y encierra ya en sí la resurrección de todos los que formamos el cuerpo de Cristo. Pues de la misma forma que el cuerpo visible de Cristo, después de crucificado y sepultado,
resucitó, así también acontecerá con el cuerpo total de Cristo formado por todos sus santos: crucificado y muerto con Cristo, resucitará también como él. Cada uno de los santos dice, pues, como
Pablo: Líbreme Dios de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo; por él el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo. Por ello de cada uno de los cristianos puede no sólo
afirmarse que ha sido crucificado con Cristo para el mundo, sino también que con Cristo ha sido sepultado, pues, si por nuestro bautismo fuimos sepultados con Cristo, como dice san Pablo, con él también resucitaremos,
añade, como para insinuarnos ya las arras de nuestra futura resurrección.
RESPONSORIO 1Co 6, 19-20; Lv 11, 43. 44
R. Vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo que habita en vosotros; por tanto, no os pertenecéis a vosotros mismos, pues habéis sido comprados a precio muy alto; *
glorificad y llevad a Dios en vuestro cuerpo.
V. No contaminéis vuestra vida: sed santos, porque yo soy santo.
R.
Glorificad y llevad a Dios en vuestro cuerpo.
ORACIÓN.
OREMOS,
Oh Dios todopoderoso, de quien procede todo don perfecto, infunde en nuestros corazones el amor de tu nombre, para que, haciendo más religiosa nuestra vida, aumentes el bien en nosotros y con solicitud amorosa lo conserves. Por
nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.