OFICIO DE LECTURA
INVITATORIO
Si ésta es la primera oración del día:
V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza
Se añade el Salmo del Invitatorio con la siguiente antífona:
 
Ant. Aclamemos al Señor, en esta fiesta de san Benito.
Si antes se ha rezado ya alguna otra Hora:
 
V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
Himno: DICHOSOS LOS QUE, OYENDO LA LLAMADA
Dichosos los que, oyendo la llamada
de la fe y del amor en vuestra vida,
creísteis que la vida os era dada
para darla en amor y con fe viva.
Dichosos, si abrazasteis la pobreza
para llenar de Dios vuestras
alforjas,
para servirle a él con fortaleza,
con gozo y con amor a todas horas.
Dichosos mensajeros de verdades,
que fuisteis por caminos de la tierra,
predicando bondad contra maldades,
pregonando la paz contra las
guerras.
Dichosos, del amor dispensadores,
dichosos, de los tristes el consuelo,
dichosos, de los hombres servidores,
dichosos, herederos de los cielos. Amén.
SALMODIA
Ant 1. Señor, no me castigues con cólera.
Salmo 37 I - ORACIÓN DE UN PECADOR EN PELIGRO DE MUERTE
Señor, no me corrijas con ira,
no me castigues con cólera;
tus flechas se me han clavado,
tu mano pesa sobre mí;
no hay parte ilesa en mi carne
a causa de tu furor,
no tienen descanso mis huesos
a
causa de mis pecados;
mis culpas sobrepasan mi cabeza,
son un peso superior a mis fuerzas.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Señor, no me castigues con cólera.
Ant 2. Señor, todas mis ansias están en tu presencia.
Salmo 37 II
Mis llagas están podridas y supuran
por causa de mi insensatez;
voy encorvado y encogido,
todo el día camino sombrío;
tengo las espaldas ardiendo,
no hay parte ilesa en mi carne;
estoy agotado,
deshecho del todo;
rujo con más fuerza que un león.
Señor mío, todas mis ansias están en tu presencia,
no se te ocultan mis gemidos;
siento palpitar mi corazón,
me abandonan las
fuerzas,
y me falta hasta la luz de los ojos.
Mis amigos y compañeros se alejan de mí,
mis parientes se quedan a distancia;
me tienden lazos los que atentan contra mí,
los que desean mi daño me
amenazan de muerte,
todo el día murmuran traiciones.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Señor, todas mis ansias están en tu presencia.
Ant 3. Yo te confieso mi culpa, no me abandones, Señor, Dios mío.
Salmo 37 III
Pero yo, como un sordo, no oigo;
como un mudo, no abro la boca;
soy como uno que no oye
y no puede replicar.
En ti, Señor, espero,
y tú me escucharás, Señor, Dios mío;
esto pido:
que no se alegren por mi causa,
que, cuando resbale mi pie, no canten triunfo.
Porque yo estoy a punto de caer,
y mi pena no se aparta de mí:
yo confieso mi culpa,
me aflige mi pecado.
Mis enemigos mortales
son poderosos,
son muchos los que me aborrecen sin razón,
los que me pagan males por bienes,
los que me atacan cuando procuro el bien.
No me abandones, Señor,
Dios mío, no te quedes lejos;
ven aprisa
a socorrerme,
Señor mío, mi salvación.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Yo te confieso mi culpa, no me abandones, Señor, Dios mío.
V. Mis ojos se consumen aguardando tu salvación.
R. Y tu promesa de justicia.
PRIMERA LECTURA
Del primer libro de Samuel 26, 5-25
MAGNANIMIDAD DE DAVID HACIA SAÚL
En aquellos días, fue David al lugar donde acampaba Saúl y observó el sitio en que estaban acostados Saúl y Abner, hijo de Ner, jefe de su tropa. Dormía Saúl en el centro del campamento, y la tropa
estaba acampada a su alrededor. David se dirigió a Ajimélec, hitita, y a Abisay, hijo de Sarvia, hermano de Joab, y les dijo:
«¿Quién quiere bajar conmigo al campamento de Saúl?»
Abisay
respondió:
«Yo bajo contigo.»
David y Abisay se dirigieron de noche hacia la tropa: Saúl dormía acostado en el centro del campamento, con su lanza clavada en tierra a su cabecera; Abner y la tropa
dormían a su alrededor. Dijo entonces Abisay a David:
«Hoy ha puesto Dios a tu enemigo en tu mano. Déjame ahora mismo que lo clave en tierra con la lanza de un solo golpe. No tendré que repetir.»
Pero
David dijo a Abisay:
«No lo mates, pues ¿quién atentó contra el ungido del Señor y quedó impune?»
Y añadió David:
«Vive el Señor, que ha de ser
él quien lo hiera, ya sea que llegue su día y muera, o bien que baje al combate y perezca. Líbreme el Señor de levantar mi mano contra su ungido. Ahora toma la lanza de su cabecera y el jarro de agua y
vámonos.»
Tomó David de la cabecera de Saúl la lanza y el jarro de agua y se fueron. Nadie los vio, nadie se enteró, nadie se despertó. Todos dormían, porque se había abatido sobre
ellos el sopor profundo del Señor.
Pasó David al otro lado y se colocó lejos, en la cumbre del monte, quedando un gran espacio entre ellos. Gritó David a la gente y a Abner, hijo de Ner, diciendo:
«¿No
me respondes, Abner?»
Abner respondió:
«¿Quién eres tú que me llamas?»
Dijo David:
«¿No eres tú un hombre? ¿Quién como tú en
Israel? ¿Por qué, pues, no has custodiado al rey, tu señor? Pues uno del pueblo ha entrado para matar al rey, tu señor. No está bien esto que has hecho. Vive el Señor, que sois reos de muerte, por no
haber velado sobre vuestro señor, el ungido del Señor. Mira ahora, ¿dónde está la lanza del rey y el jarro de agua que había junto a su cabecera?»
Reconoció Saúl la voz de
David y preguntó:
«¿Es ésta tu voz, hijo mío, David?»
Respondió David:
«Mi voz es, oh rey, mi señor.»
Y añadió:
«¿Por
qué persigue mi señor a su siervo? ¿Qué he hecho y qué maldad hay en mí? Que el rey, mi señor, se digne escuchar ahora las palabras de su siervo: si es el Señor quien te excita contra
mí, que sea aplacado con una ofrenda, pero, si son los hombres, malditos sean ante el Señor, porque me expulsan hoy para que no participe en la heredad del Señor, diciéndose: "Que vaya a servir a otros dioses." Que
no caiga ahora mi sangre en tierra, lejos de la presencia del Señor, pues ha salido el rey de Israel a cazar mi vida, como quien persigue una perdiz por los montes.»
Respondió Saúl:
«He pecado.
Vuelve, hijo mío, David, no te haré ya ningún mal, ya que mi vida ha sido preciosa a tus ojos. Me he portado como un necio y estaba totalmente equivocado.»
Respondió David:
«Aquí
está la lanza del rey. Que pase uno de tus servidores a recogerla. El Señor retribuirá a cada uno según su justicia y su fidelidad, pues hoy te entregó el Señor en mis manos, pero yo no he querido
alzar mi mano contra el ungido del Señor. De igual modo que tu vida ha sido hoy de gran precio a mis ojos, así será de gran precio la mía a los ojos del Señor, de suerte que me libre de toda angustia.»
Dijo
Saúl a David:
«Bendito seas, hijo mío, David. Triunfarás en todas tus empresas.»
David siguió por su camino y Saúl se volvió a su casa.
RESPONSORIO Sal 53, 5. 3. 8. 4
R. Unos insolentes se alzan contra mí, y hombres violentos me persiguen a muerte; ¡oh Dios!, sálvame por tu nombre, * sal por mí con tu poder.
V. Te ofreceré un sacrificio voluntario; ¡oh Dios!, escucha mi súplica.
R. Sal por mí con tu poder.
SEGUNDA LECTURA
De la Regla de san Benito, abad
(Prólogo, 4-22; cap. 72, 1-12: CSEL 75, 2-5. 162-163)
NO ANTEPONGAN NADA ABSOLUTAMENTE A CRISTO
Cuando emprendas alguna obra buena, lo primero que has de hacer es pedir constantemente a Dios que sea él quien la lleve a término, y así nunca lo contristaremos con nuestras malas acciones, a él, que se ha
dignado contarnos en el número de sus hijos, ya que en todo tiempo debemos someternos a él en el uso de los bienes que pone a nuestra disposición, no sea que algún día, como un padre que se enfada con sus
hijos, nos desherede, o, como un amo temible, irritado por nuestra maldad, nos entregue al castigo eterno, como a servidores perversos que han rehusado seguirlo a la gloria.
Por lo tanto, despertémonos ya de una vez, obedientes a
la llamada que nos hace la Escritura: Ya es hora que despertéis del sueño. Y, abiertos nuestros ojos a la luz divina, escuchemos bien atentos la advertencia que nos hace cada día la voz de Dios: Hoy, si escucháis su
voz, no endurezcáis el corazón; y también: El que tenga oídos oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias.
¿Y qué es lo que dice? Venid, hijos, escuchadme: os instruiré en el temor
del Señor. Caminad mientras tenéis luz, para que las tinieblas de la muerte no os sorprendan.
Y el Señor, buscando entre la multitud de los hombres a uno que realmente quisiera ser operario suyo, dirige a todos esta
invitación: ¿Hay alguien que ame la vida y desee días de prosperidad? Y si tú, al oír esta invitación, respondes: «Yo», entonces Dios te dice: «Si amas la vida verdadera y eterna,
guarda tu lengua del mal, tus labios de la falsedad; apártate del mal, obra el bien, busca la paz y corre tras ella. Si así lo hacéis, mis ojos estarán sobre vosotros y mis oídos atentos a vuestras plegarias;
y, antes de que me invoquéis, os diré: Aquí estoy.»
¿Qué hay para nosotros más dulce, hermanos muy amados, que esta voz del Señor que nos invita? Ved cómo el Señor,
con su amor paternal, nos muestra el camino de la vida.
Ceñida, pues, nuestra cintura con la fe y la práctica de las buenas obras, avancemos por sus caminos, tomando por guía el Evangelio, para que alcancemos a ver
a aquél que nos ha llamado a su reino. Porque, si queremos tener nuestra morada en las estancias de su reino, hemos de tener presente que para llegar allí hemos de caminar aprisa por el camino de las buenas obras.
Así
como hay un celo malo, lleno de amargura, que separa de Dios y lleva al infierno, así también hay un celo bueno, que separa de los vicios y lleva a Dios y a la vida eterna. Éste es el celo que han de practicar con
ferviente amor los monjes, esto es: tengan por más dignos a los demás; soporten con una paciencia sin límites sus debilidades, tanto corporales como espirituales; pongan todo su empeño en obedecerse los unos a los
otros; procuren todos el bien de los demás, antes que el suyo propio; pongan en práctica un sincero amor fraterno; vivan siempre en el temor y amor de Dios; amen a su abad con una caridad sincera y humilde; no antepongan nada
absolutamente a Cristo, el cual nos lleve a todos juntos a la vida eterna.
RESPONSORIO S. Gregorio Magno, Diálogos, lib. 2, prólogo; 3
R. El bienaventurado Benito, habiendo dejado su casa y sus bienes familiares y queriendo agradar sólo a Dios, buscó la manera de llevar una vida santa, * y habitó en la soledad, ante los ojos
del Altísimo, que todo lo ve.
V. Sabiamente indocto, se retiró, consciente de su ignorancia.
R.
Y habitó en la soledad, ante los ojos del Altísimo, que todo lo ve.
ORACIÓN.
OREMOS,
Dios nuestro, que constituiste al abad san Benito como un insigne maestro para los que quieren entregarse a tu servicio, concédenos que, anteponiendo tu amor a todas las cosas, corramos con un amor generoso por el camino de tus
mandamientos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.