OFICIO DE LECTURA
INVITATORIO
Si ésta es la primera oración del día:
V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza
Se añade el Salmo del Invitatorio con la siguiente antífona:
 
Ant. Venid, adoremos a Cristo, Pastor supremo.
Si antes se ha rezado ya alguna otra Hora:
 
V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
Himno: PUERTA DE DIOS EN EL REDIL HUMANO
Puerta de Dios en el redil humano
fue Cristo, el buen Pastor que al mundo vino,
glorioso va delante del rebaño,
guiando su marchar por buen camino.
Madero de la cruz es su cayado,
su voz es la verdad que a todos
llama,
su amor es el del Padre, que le ha dado
Espíritu de Dios, que a todos ama.
Pastores del Señor son sus ungidos,
nuevos cristos de Dios, son enviados
a los pueblos del mundo redimidos;
del único
Pastor siervos amados.
La cruz de su Señor es su cayado,
la voz de la verdad es su llamada,
los pastos de su amor, fecundo prado,
son vida del Señor que nos es dada. Amén.
SALMODIA
Ant 1. Inclina, Señor, tu oído hacia mí; ven a librarme.
Salmo 30, 2-17. 20-25 I SÚPLICA CONFIADA Y ACCIÓN DE GRACIAS
A ti, Señor, me acojo:
no quede yo nunca defraudado;
tú, que eres justo, ponme a salvo,
inclina tu oído hacia mí;
ven aprisa a librarme,
sé la roca de mi refugio,
un baluarte donde
me salve,
tú que eres mi roca y mi baluarte;
por tu nombre dirígeme y guíame:
sácame de la red que me han tendido,
porque tú eres mi amparo.
En tus manos encomiendo mi espíritu:
tú,
el Dios leal, me librarás;
tú aborreces a los que veneran ídolos inertes,
pero yo confío en el Señor;
tu misericordia sea mi gozo y mi alegría.
Te has fijado en mi aflicción,
velas
por mi vida en peligro;
no me has entregado en manos del enemigo,
has puesto mis pies en un camino ancho.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Inclina, Señor, tu oído hacia mí; ven a librarme.
Ant 2. Haz brillar, Señor, tu rostro sobre tu siervo. Aleluya.
Salmo 30 II
Piedad, Señor, que estoy en peligro:
se consumen de dolor mis ojos,
mi garganta y mis entrañas.
Mi vida se gasta en el dolor;
mis años, en los gemidos;
mi vigor decae con las penas,
mis huesos se
consumen.
Soy la burla de todos mis enemigos,
la irrisión de mis vecinos,
el espanto de mis conocidos:
me ven por la calle y escapan de mí.
Me han olvidado como a un muerto,
me han desechado como a un
cacharro inútil.
Oigo las burlas de la gente,
y todo me da miedo;
se conjuran contra mí
y traman quitarme la vida.
Pero yo confío en ti, Señor,
te digo: «Tú eres mi
Dios.»
En tu mano está mi destino:
líbrame de los enemigos que me persiguen;
haz brillar tu rostro sobre tu siervo,
sálvame por tu misericordia.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Haz brillar, Señor, tu rostro sobre tu siervo. Aleluya.
Ant 3. Bendito sea el Señor, que ha hecho por mí prodigios de misericordia. Aleluya.
Salmo 30 III
¡Qué bondad tan grande, Señor,
reservas para tus fieles,
y concedes a los que a ti se acogen
a la vista de todos!
En el asilo de tu presencia los escondes
de las conjuras humanas;
los ocultas en
tu tabernáculo,
frente a las lenguas pendencieras.
Bendito el Señor, que ha hecho por mí
prodigios de misericordia
en la ciudad amurallada.
Yo decía en mi ansiedad:
«Me has arrojado
de tu vista»;
pero tú escuchaste mi voz suplicante
cuando yo te gritaba.
Amad al Señor, fieles suyos;
el Señor guarda a sus leales,
y a los soberbios les paga con creces.
Sed fuertes y
valientes de corazón
los que esperáis en el Señor.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Bendito sea el Señor, que ha hecho por mí prodigios de misericordia. Aleluya.
V. Mi corazón y mi carne. Aleluya.
R. Se alegran por el Dios vivo. Aleluya.
PRIMERA LECTURA
De la primera carta del apóstol san Juan 2, 1-11
EL MANDAMIENTO NUEVO
Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Si alguno peca, abogado tenemos ante el Padre, a Jesucristo, el justo. Él es propiciación por nuestros pecados. Y no sólo por los nuestros, sino por los
del mundo entero.
Y sabemos que hemos llegado a conocerlo si guardamos sus mandamientos. Quien dice: «Yo lo conozco», y no guarda sus mandamientos, miente; y la verdad no está en él. Pero quien guarda su
palabra posee el perfecto amor de Dios. En eso conocemos que estamos en él. Quien dice que está siempre en él debe andar de continuo como él anduvo.
Carísimos, no es nuevo el mandamiento que os
escribo, sino que es un mandamiento antiguo que habíais recibido ya desde el principio: este mandamiento antiguo es la palabra que habéis escuchado. Y, sin embargo, es un mandamiento nuevo el que os escribo, el cual es una
realidad en él y en vosotros; porque las tinieblas van pasando y ya brilla la luz verdadera.
Quien dice que está en la luz y aborrece a su hermano está todavía en las tinieblas. Quien ama a su hermano
está siempre en la luz; y no hay ocasión de ruina en él. Pero quien aborrece a su hermano está en las tinieblas, y camina en las tinieblas sin saber adónde va, porque las tinieblas le han cegado los ojos.
RESPONSORIO Jn 13, 34; 1Jn 2, 10. 3
R. Os doy el mandato nuevo: que os améis mutuamente como yo os he amado. * Quien ama a su hermano está siempre en la luz. Aleluya.
V. Sabemos que hemos llegado a conocer a Cristo, si guardamos sus mandamientos.
R. Quien ama a su hermano está siempre en la luz. Aleluya.
SEGUNDA LECTURA
De los Sermones de san Agustín, obispo
(Sermón 171, 1-3. 5: PL 38, 933-935)
ESTAD SIEMPRE ALEGRES EN EL SEÑOR
El Apóstol nos manda estar alegres, pero en el Señor, no en el mundo. Porque, como dice la Escritura, quien pretende ser amigo del mundo se hace enemigo de Dios. Así como el hombre no puede servir a dos señores,
así también nadie puede estar alegre en el mundo y en el Señor.
Por lo tanto, que prevalezca el gozo en el Señor y que se extinga el gozo en el mundo. El gozo en el Señor debe ir creciendo
continuamente, mientras que el gozo en el mundo debe ir disminuyendo hasta extinguirse. Esto no debe entenderse en el sentido de que no debemos alegrarnos mientras estamos en el mundo, sino que es una exhortación a que, aun viviendo en
el mundo, nos alegremos ya en el Señor.
Pero alguno dirá: «Estoy en el mundo y, por lo tanto, si me alegro no puedo dejar de hacerlo en el lugar en que estoy.» A este tal yo le respondería:
«¿Es que por estar en el mundo no estás en el Señor?» Atiende cómo el mismo Apóstol, hablando a los atenienses, como nos refieren los Hechos de los apóstoles, les decía respecto al
Dios y Señor creador nuestro: En él vivimos, nos movemos y existimos. ¿Habrá algún lugar en que no esté aquel que está en todas partes? ¿No es éste el sentido de su
exhortación, cuando dice: El Señor está cerca; no os inquietéis por cosa alguna?
Gran cosa es ésta, que el mismo que asciende a lo más alto de los cielos continúa cercano a los que viven
en la tierra. ¿Quién es éste, lejano y próximo a la vez, sino aquel que por su misericordia se nos hizo cercano?
En efecto, todo el género humano está representado en aquel hombre al que unos
ladrones habían dejado tendido en el camino, medio muerto, junto al cual pasaron un sacerdote y un levita sin atenderlo, y al que se acercó para curarlo y socorrerlo el samaritano que pasó junto a él. Aquel que por
su condición de inmortal y justo se hallaba tan alejado de nosotros, mortales y pecadores, descendió a nosotros y se hizo cercano a nosotros.
En efecto, no nos trata como merecen nuestros pecados; y esto porque somos
hijos. ¿Cómo lo demostramos? El, el Hijo único, murió por nosotros para dejar de ser único. Murió él solo porque no quería ser él solo. El que era Hijo único de Dios hizo a
muchos otros también hijos de Dios. Al precio de su sangre se compró una multitud de hermanos, con su reprobación los hizo probos, fue vendido para redimirlos, injuriado para hacerlos honorables, muerto para darles vida.
Así
pues, hermanos, estad alegres en el Señor, no en el mundo, es decir: alegraos en la verdad, no en la iniquidad; alegraos en la esperanza de la eternidad, no en la flor pasajera de la vanidad. Ésta debe ser vuestra alegría;
y, en cualquier lugar en que estéis y todo el tiempo que aquí estéis, el Señor está cerca; no os inquietéis por cosa alguna.
RESPONSORIO 2Co 13, 11; Rm 15, 13
R. Hermanos, alegraos, trabajad por vuestra perfección, alentaos unos a otros, tened un mismo sentir y vivid en paz; * y el Dios del amor y de la paz estará con vosotros.
V. El Dios de la esperanza os colme de todo gozo y paz en la práctica de vuestra fe.
R.
Y el Dios del amor y de la paz estará con vosotros.
ORACIÓN.
OREMOS,
Señor Dios nuestro, que nunca dejas de glorificar la santidad de quienes con fidelidad te sirven, haz que el fuego del Espíritu Santo nos encienda en aquel mismo ardor que tan maravillosamente inflamó el corazón
de san Felipe Neri. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.