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OFICIO DE LECTURA

INVITATORIO


Si ésta es la primera oración del día:

V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza

Se añade el Salmo del Invitatorio con la siguiente antífona:
 
Ant. Aclamemos al Señor, en esta fiesta de san Pío de Pietrelcina.

Si antes se ha rezado ya alguna otra Hora:
 
V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.



Himno: DICHOSOS LOS QUE, OYENDO LA LLAMADA

Dichosos los que, oyendo la llamada
de la fe y del amor en vuestra vida,
creísteis que la vida os era dada
para darla en amor y con fe viva.

Dichosos, si abrazasteis la pobreza
para llenar de Dios vuestras alforjas,
para servirle a él con fortaleza,
con gozo y con amor a todas horas.

Dichosos mensajeros de verdades,
que fuisteis por caminos de la tierra,
predicando bondad contra maldades,
pregonando la paz contra las guerras.

Dichosos, del amor dispensadores,
dichosos, de los tristes el consuelo,
dichosos, de los hombres servidores,
dichosos, herederos de los cielos. Amén.

SALMODIA

Ant 1. Mi grito, Señor, llegue hasta ti; no me escondas tu rostro.

Salmo 101 I - DESEOS Y SÚPLICAS DE UN DESTERRADO

Señor, escucha mi oración,
que mi grito llegue hasta ti;
no me escondas tu rostro
el día de la desgracia.
Inclina tu oído hacia mí;
cuando te invoco, escúchame enseguida.

Que mis días se desvanecen como humo,
mis huesos queman como brasas;
mi corazón está agostado como hierba,
me olvido de comer mi pan;
con la violencia de mis quejidos,
se me pega la piel a los huesos.

Estoy como lechuza en la estepa,
como búho entre ruinas;
estoy desvelado, gimiendo,
como pájaro sin pareja en el tejado.
Mis enemigos me insultan sin descanso;
furiosos contra mí, me maldicen.

En vez de pan, como ceniza,
mezclo mi bebida con llanto,
por tu cólera y tu indignación,
porque me alzaste en vilo y me tiraste;
mis días son una sombra que se alarga,
me voy secando como la hierba.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Mi grito, Señor, llegue hasta ti; no me escondas tu rostro.

Ant 2. Escucha, Señor, las súplicas de los indefensos.

Salmo 101 II

Tú, en cambio, permaneces para siempre,
y tu nombre de generación en generación.
Levántate y ten misericordia de Sión,
que ya es hora y tiempo de misericordia.

Tus siervos aman sus piedras,
se compadecen de sus ruinas:
los gentiles temerán tu nombre,
los reyes del mundo, tu gloria.

Cuando el Señor reconstruya Sión,
y aparezca en su gloria,
y se vuelva a las súplicas de los indefensos,
y no desprecie sus peticiones,
quede esto escrito para la generación futura,
y el pueblo que será creado alabará al Señor:

Que el Señor ha mirado desde su excelso santuario,
desde el cielo se ha fijado en la tierra,
para escuchar los gemidos de los cautivos
y librar a los condenados a muerte,

para anunciar en Sión el nombre del Señor,
y su alabanza en Jerusalén,
cuando se reúnan unánimes los pueblos
y los reyes para dar culto al Señor.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Escucha, Señor, las súplicas de los indefensos.

Ant 3. Tú, Señor, cimentaste la tierra, y el cielo es obra de tus manos.

Salmo 101 III

El agotó mis fuerzas en el camino,
acortó mis días;

y yo dije: «Dios mío, no me arrebates
en la mitad de mis días.»

Tus años duran por todas las generaciones:
al principio cimentaste la tierra,
y el cielo es obra de tus manos.

Ellos perecerán, tú permaneces,
se gastarán como la ropa,
serán como un vestido que se muda.
Tú, en cambio, eres siempre el mismo,
tus años no se acabarán.

Los hijos de tus siervos vivirán seguros,
su linaje durará en tu presencia.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Tú, Señor, cimentaste la tierra, y el cielo es obra de tus manos.

V. Escucha, pueblo mío, mi enseñanza.
R. Inclina el oído a las palabras de mi boca.


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Oseas 10, 1—11, 1a

LOS ÍDOLOS Y EL REY SERÁN DESTRUIDOS

Israel era una viña frondosa, y daba fruto: cuanto más eran sus frutos, más aumentó sus altares; cuanto mejor era la tierra, mejores monumentos erigía. Tienen el corazón dividido, y han de pagarlo; él mismo destruirá sus altares, abatirá sus estelas. Ahora dicen: «No tenemos rey, no respetamos al Señor; ¿qué podrá hacernos el rey?» Pronuncian discursos, juran en falso, firman alianzas; florecen los pleitos como cizaña en los surcos del campo. Los samaritanos tiemblan por el toro de Betavén, por él llora el pueblo y con él sus sacerdotes. Se lamentan porque su gloria ha marchado al destierro: se la llevan a Asiria como tributo a su dios.

La vergüenza se adueña de Efraím, Israel se avergüenza desus planes. Samaría y su rey desaparecen como espuma sobre la superficie del agua. Son destruidos los altozanos de los ídolos, el pecado de Israel. Cardos y abrojos crecen sobre sus altares; gritan a los montes: «Cubridnos», a los collados: «Caed sobre nosotros.»

Desde los días de Gabá pecaste, Israel; allí me hicieron frente; ¿no les sorprenderá en Gabá la lucha contra los hijos malditos? Los castigaré a mi placer, se reunirán contra ellos los pueblos, para castigarlos por su doble culpa. Efraím es una novilla domesticada; le gustaba trillar; pero yo echaré el yugo a su hermoso cuello, engancharé a Efraím para que are, a Jacob para que labre la tierra.

Sembrad justicia, y cosecharéis misericordia; roturad un campo, que es tiempo de consultar al Señor, hasta que venga y haga llover sobre vosotros la justicia. Arasteis maldad, y cosechasteis iniquidad, comisteis frutos vanos. Por confiar en tu poder, en la multitud de tus soldados, se alzará el clamor de guerra sobre tu pueblo, tus fortalezas serán derribadas, como derribó Salmán a Bet-Arbel; el día de la batalla, estrellaron a la madre con los hijos. Así harán con vosotros, Betel, por vuestra maldad. A la aurora, desaparecerá el rey de Israel.

RESPONSORIO    Lc 23, 28. 30-31

R. Comenzarán a decir a los montes: «Caed sobre nosotros»; y a los collados: «Ocultadnos.» * Porque, si tratan así al árbol verde, al seco ¿cómo lo tratarán?
V. Mujeres de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos.
R. Porque, si tratan así al árbol verde, al seco ¿cómo lo tratarán?

SEGUNDA LECTURA

De las cartas de San Pío de Pietrelcina
(Carta 500; 510; Epist.1, 1065; 1093-1095, Edic. 1992)

ALZARÉ FUERTE MI VOZ A ÉL Y NO CESARÉ

En fuerza de esta obediencia me resuelvo a manifestarle lo que sucedió en mí desde el día 5 por la tarde que se prolongó durante todo el 6 del corriente mes de agosto.

No soy capaz de decirle lo que pasó a lo largo de este tiempo de superlativo martirio. Me hallaba confesando a nuestros seráficos la tarde del 5, cuando de repente me llené de un espantoso terror ante la visión de un personaje celeste que se me presenta ante los ojos de la inteligencia. Tenía en la mano una especie de dardo, semejante a una larguísima lanza de hierro con una punta muy afilada y parecía como si de esa punta saliese fuego. Ver todo esto y observar que aquel personaje arrojaba con toda violencia tal dardo sobre el alma fue todo uno. A duras penas exhalé un gemido, me parecía morir. Le dije al seráfico que se marchase, porque me sentía mal y no me encontraba con fuerzas para continuar. Este martirio duro sin interrupción hasta la mañana del día siete. No sabría decir cuánto sufrí en este periodo tan luctuoso. Sentía también las entrañas como arrancadas y desgarradas por aquel instrumento mientras todo quedaba sometido a hierro y fuego.

Y ¿qué decirle con respecto a lo que me pregunta sobre cómo sucedió mi crucifixión? ¡Dios mío, qué confusión y humillación experimento al tener que manifestar lo que tú has obrado en esta tu mezquina criatura!

Era la mañana del 20 del pasado mes de septiembre en el coro, después de la celebración de la santa misa, sentí una sensación de descanso, semejante a un dulce sueño. Todos los sentidos internos y externos, incluso las mismas facultades del alma se encontraron en una quietud indescriptible. Durante todo esto se hizo un silencio total en torno a mí y dentro de mí; siguió luego una gran paz y abandono en la más completa privación de todo, como un descanso dentro de la propia ruina. Todo esto sucedió con la velocidad del rayo.

Y mientras sucedía todo esto, me encontré delante de un misterioso personaje, semejante al que había visto la tarde del 5 de agosto, que se diferenciaba de éste solamente en que tenía las manos, los pies y el costado manando sangre. Sólo su visión me aterrorizó; no sabría expresar lo que sentí en aquel momento. Creí morir y habría muerto si el Señor no hubiera intervenido para sostener mi corazón, el cual latía como si se quisiera salir del pecho. La visión del personaje desapareció y yo me encontré con las manos, los pies y el costado traspasados y manando sangre. Imaginad qué desgarro estoy experimentando continuamente casi todos los días. La herida del corazón mana asiduamente sangre, sobre todo desde el jueves por la tarde hasta el sábado.

Padre mío, yo muero de dolor por el desgarro y la subsiguiente confusión que yo sufro en lo más íntimo del corazón. Temo morir desangrado, si el Señor no escucha los gemidos de mi corazón y retira de mí este peso. ¿Me concederá esta gracia Jesús que es tan bueno? ¿Me quitará al menos esta confusión que experimento por estas señales externas? Alzaré fuerte mi voz a él sin cesar, para que por su misericordia retire de mí la aflicción, no el desgarro ni el dolor, porque lo veo imposible y yo deseo embriagarme de dolor, sino estas señales externas que son para mí de una confusión y humillación indescriptible e insostenible.

El personaje del que quería hablarle en mi anterior, no es otro que el mismo del que le hablé en otra carta mía y que vi el 5 de agosto. El continúa su actividad sin parar, con gran desgarro del alma. Siento en mi interior como un continuo rumor, como el de una cascada, que está siempre echando sangre. ¡Dios mío!

Es justo el castigo y recto tu juicio, pero trátame al fin con misericordia. Señor —te diré siempre con tu profeta—: Señor no me corrijas con ira, no me castigues con cólera. Padre mío, ahora que conoces toda mi interioridad, no desdeñes de hacer llegar hasta mí la palabra de consuelo, en medio de tan feroz y dura amargura.

RESPONSORIO    Mt 16, 24; Hb 12, 2

R. Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, * tome su cruz y sígame.
V. Cristo en lugar del gozo que se le proponía, soportó la cruz sin miedo a la ignominia.
R. Tome su cruz y sígame.

ORACIÓN.

OREMOS,
Tú, Señor, que concediste a san Pío de Pietrelcina el don de imitar con fidelidad a Cristo pobre y humilde, concédenos también a nosotros, por intercesión de este santo, la gracia de que, viviendo fielmente nuestra vocación, tendamos hacia la perfección que nos propones en la persona de tu Hijo. Él, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén

CONCLUSIÓN

V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.

Of La Tr Sx Nn Vs Cm